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el Kiosco de Página/12

TIEMPOS
Por J. M. Pasquini Durán

En su mensaje a la Asamblea Legislativa, con ochenta días cumplidos en la Casa Rosada, el presidente Fernando de la Rúa salió al cruce de los malhumores públicos y de las incertidumbres sobre la futura gestión del gobierno. Tenía que hacerlo, porque si bien conserva las expectativas favorables que lo recibieron, las tendencias que persisten en la realidad son deprimentes. En lugar de más empleos, hay menos. En vez de menos impuestos, hay más. Los costos de la recesión todavía se descargan sobre el lomo de la clase media y de ahí para abajo. Justo al revés de lo que había prometido en la propaganda de campaña.
A pesar del acuerdo trienal con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que el Presidente destacó como un logro, las inversiones no llegan, se van o lo extorsionan con la amenaza de fugarse en bandada. Para decirlo con palabras de un texto on-line de la Fundación Arturo Illia por la Democracia y la Paz, poblada por afiliados y amigos de la UCR: �Las presiones del Fondo Monetario, con sus tecnócratas que no han sido elegidos por el voto popular de ninguna parte del mundo, resultan intolerables para un país que conserve un mínimo de dignidad que en el espacio público se denomina soberanía. El FMI, que representa la especulación financiera de los grandes acreedores de la Argentina, ha fracasado en la formulación de políticas interiores en todas los países donde se ha inmiscuido. A ese intervencionismo y dirigismo supra estatal se somete el destino de los argentinos, aunque se le prohíbe análoga política al Estado democrático cuyo gobierno está originado en el sufragio soberano. Un crédito stand by es demasiado poco �aunque se admita la urgencia por obtener ese aval� para renunciar a un futuro que necesita decisiones que, alguna vez, atiendan al bienestar general de la población, como lo expresa nuestra Constitución�.
La reforma laboral, que también fue rescatada ayer como fruto del mejor empeño gubernamental, es otro producto de aquella misma lógica insaciable, tan presente en la última década del siglo pasado. El comentarista económico de la cadena CNN sintetizó así la opinión de Wall Street: �La ley es buena, pero insuficiente. Si una empresa tiene mil empleados y toma otros diez nuevos, debería autorizarse la rebaja de los aportes para el total del personal, no sólo para los recién llegados. Además, hay que anular cualquier clase de indemnización�. Siempre quieren más, porque buscan emparejar la rentabilidad de la producción con la de la especulación financiera y para eso hay que aumentar las desigualdades entre ricos y pobres. El Presidente y su gobierno relacionan esta reforma con la idea del crecimiento, que ayer De la Rúa volvió a destacar como la obsesión central de sus esfuerzos. �Crecer, crecer, crecer�, machacó. Bien, pero ¿puede haber crecimiento sostenido y estable con rangos tan elevados de injusticia? �Pocas certezas tienen los ciudadanos argentinos en la actualidad, la mayor de ellas es la escasa o nula capacidad de dar respuesta por parte de los gobiernos a las demandas sociales. El proceso electoral existe pero el dueño del juego es externo�, asegura el texto citado de la Fundación Illia.
Para recuperar la autonomía nacional de decisión y superar la cultura especulativa, dijo bien el Presidente en el Congreso, hacen falta disminuir la dependencia del crédito externo y brindar el mayor esfuerzo de cooperación en compromisos compartidos con la Nación. Para eso, tendrá que definir la cualidad de los aliados y desalentar el pesimismo popular. No será tarea fácil. Por lo pronto, resulta difícil creer en un futuro diferente si al lado del gobierno se instalan, con su beneplácito, los representantes del capitalismo prebendario y del sindicalismo gerencial corporativo, que son emblemáticos de la peor tradición argentina. De la Rúa reivindicó la necesidad de realizar una �nueva política�, definiciónque lo entusiasma y hasta justificó su presencia en la Internacional Socialista, pero ella requiere de nuevos protagonistas y de mucho más. Según los analistas de la Fundación Illia: �La clase política no debería distraerse de la misión que le cabe. Los problemas argentinos superan la mera solución gestionaria y gerencial a la que se siente atraída por comodidad o molicies imaginativas. Exigen proyecto, planificación, debate y discusión participativa y, más que nada, gobierno soberano, con capacidad de decisión independiente. Este es el miedo que deberían abandonar los dirigentes. Porque no puede confundirse el poder de un gobierno democrático con el mezquino poder de designación y despido de empleados y funcionarios, ese triste �oficio del tráfico de cargos públicos� que condenaba Bolívar, ni con la �política del favor personal� que denunciaba Moisés Lebensohn�. Tony Blair, al que De la Rúa escucha con respeto, lo puso de otro modo en Davos: �Hoy hace falta aplicar nuevas políticas para sostener los viejos valores de siempre�.
En el mensaje presidencial de la víspera era posible reconocer el tono y la intensidad de los mejores spots publicitarios de la campaña. Incluso repitió algunos lemas controvertidos, como aquel que maldecía a la cocaína. El problema es que la campaña ya pasó y ahora lo que cuentan son los hechos, en una sociedad de escasa paciencia, no tanto por incomprensión sino por fatiga del material. En cien días De la Rúa debería modificar el rumbo que Menem sostuvo durante diez años, con reelección incluida. Esos cambios esperados figuraron en el discurso, pero aún como hipótesis de trabajo antes que como acción en marcha. Para colmo, la oportunidad no lo ayudó para nada. Este mes, además de los gastos escolares los sueldos registrarán los descuentos de los nuevos impuestos, más insoportables por la composición de la nómina de contribuyentes, que incluye a un asalariado de mil seiscientos pesos pero deja a salvo a un inversor financiero con rentas millonarias. El fastidio aumenta, como una lupa, la impresión de todo lo que falta y perfila con nitidez el territorio de la impunidad, del delito sin castigo.
¿Alcanzará la invocación a la competitividad de las empresas para abarcar las necesidades de libertad, justicia y solidaridad? El capitalismo civilizado, por oposición al salvaje, reconoce hoy que la globalización agrandó la brecha entre ricos y pobres. De manera que el desafío en curso no sólo exige globalizarse sino hacerlo en términos más equitativos, con instituciones más adecuadas a la mutación vertiginosa de estos tiempos. Para un país ubicado en el extremo austral de Occidente, expuesto incluso a sufrir los rigores de su socio mayor en la integración subregional del Mercosur, todo es difícil y complicado. No hay opciones sencillas ni alcanza con las buenas intenciones o con la honradez individual. Ningún mensaje podrá reemplazar las evidencias de los actos concretos, mientras el tiempo corre, aunque se pudiera atrasar el reloj sin agregar perjuicios.


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