Por Martín Pérez
�Ser
buena, ayudar a todos, cuidar de mí misma.� Eso es lo que le aconsejan
las voces a la pequeña Juana, aún inocente pero ya entonces
maniáticamente feliz, al punto de correr por la campiña francesa a
imagen y semejanza de La novicia rebelde. Esa niña alegre y fabuladora
dejará paso �luego de una terrible matanza británica en su aldea natal�
a una Juana silenciosa, ensimismada y vacía, que sólo volverá a
llenarse con una irreprimible pasión que la hará hincarse ante el aún
sin coronar Carlos VII para pedirle un ejército, con el cual echar a los
invasores ingleses de tierra francesa y ungirlo, efectivamente, como el
rey que le corresponde ser.
Guiada por esas voces que alguna vez fueron amables, pero que han pasado a
taladrarle la cabeza, Juana de Arco, la Virgen de Lorraine, llevará al
ejército francés a un triunfo histórico e imposible frente a los
salvajes y desdentados hooligans del ejército inglés, para luego ser
vencida por una diplomática traición a sus implacables impulsos
celestiales, y ser condenada �tanto por los traidores así como por su
freudiana conciencia� a arder en una hoguera contundente y final. Esa es
la historia que eligió contar el francés Luc Besson a la hora de llevar
a la pantalla grande su particular versión del tan cinéfilo mito de
Juana de Arco, que ya contaron antes que él desde Cecil B. DeMille en
1916 hasta Jacques Rivette en 1994 (Jeanne, La Pucelle, con Sandrine
Bonnaire como protagonista), pasando por las Juana de Victor Fleming
(Ingrid Bergman), Otto Preminger (Jean Seberg), Robert Bresson y la
venerada Pasión de Juana de Arco, del mítico director danés Carl
Theodor Dreyer, que data de 1928. Con guión de Anthony Birkin, hermano de
Jean y adaptador de El nombre de la rosa �según la crítica francesa,
el mejor guión con el que alguna vez contó Besson�, lo que el director
de Subway, Azul profundo y El quinto elemento (y futuro presidente del
jurado del Festival de Cannes) sugiere con su extensa y ambiciosa versión
de la historia es que, lejos de ser una santa, Juana bien podía ser sólo
una creyente desquiciada y maníaca que en su locura guió a Francia hacia
una milagrosa victoria, aun a costa de actuar en contra de sus creencias.
�Vamos, Juana, sé honesta�, le exige con un golpecito en el hombro su
conciencia, encarnada por Dustin Hoffman. �Vos no peleabas en nombre de
Dios, peleabas en tu nombre.�
Empeñado en transmitir la pasión y la locura juvenil de Juana �oportunamente
encarnada por Milla Jovovich� antes que en narrar apropiadamente su
historia, Besson dividió el relato en tres secciones: un prólogo en el
que cuenta la infancia de su protagonista, una primera parte dedicada a
las batallas (y que termina cuando Juana es capturada por sus enemigos) y
una última dedicada al juicio y a sus remordimientos, y que culmina en la
hoguera. Con un cretinismo a toda prueba y un curioso sentido del humor
que le lleva a presentar a John Malkovich como Carlos VII y a Faye Dunayay
(con un peinado �y una vena azul en la frente� más apropiado para El
quinto elemento que para la Francia del siglo XV) comoYolanda de Aragón,
Bresson se encuentra realmente a sus anchas en el universo gore de las
batallas medievales. Su retrato de una Juana desquiciada por la voz
celestial que le resuena en la cabeza y la lleva a la guerra, y la
resignada comprensión que le dedican sus generales (todos le hablan a
Juana lenta y didácticamente en el film), es lo que le da vida y gracia a
un film divertido y dinámico justo en sus momentos más crueles,
apasionados y dementes.
Como era de esperarse viniendo de un cineasta como Besson, sin embargo, su
Juana se paraliza cuando queda atrapada en espacios cerrados, sin brazos
que cortar o una desquiciada Milla Jovovich �blandiendo su espada sobre
su cabeza cual Soledad con su poncho� que filmar. Sin batallas, Besson
se ocupa de subrayar la presencia de sus estrellas, que resignifican y
juegan con sus estáticos parlamentos sutilmente (y no tanto). Cuando hay
que complotar, traicionar o juzgar, Malkovich, Dunaway y Hoffman cargan
con el peso de la escena, y descansa en el cinismo del espectador (y del
cineasta) la posibilidad de encontrar sus discursivas escenas sugerentes,
divertidas y/o aburridas. Así como preferir la locura de Juana antes que
su arrepentimiento, y elegir su figura cargando al ataque como la mejor
postal de un film atrevido, desquiciado y entusiasta, que �a pesar de
condenarla verbalmente� apuesta a la crueldad a la hora de entretenerse
(y entretener) filmando.
Tom Hanks, carcelero
con carita de ángel
Ambición: Un film con pretensiones de seriedad y mensaje,que también intenta integrar el costado de literatura �barata� de Stephen King. |
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Tom Hanks y el
gigantesco debutante Michael Clarke Duncan, unidos a pesar de las
rejas.
El film de Frank Darabont es un canto a la grandilocuencia,
disfrazado de producto �oscarizable�. |
Por Horacio Bernades
¿Qué es lo más
falso que puede ocurrir en una película de cárcel? Que los
guardiacárceles sean seres de gran corazón, sumamente solidarios y
modélicos padres de familia (salvo algún sádico que ande por ahí
haciendo de las suyas, porque nunca debe faltar un buen sádico en una
película de cárcel). Que los presos sean casi tan increíblemente buenos
como ellos, salvo algún loquito que tampoco debe faltar, aunque más no
sea para darle un poco de vivacidad a la cosa. Que guardias y presos se
hagan amigos, hasta el punto de que los primeros lloren al ejecutar a
alguno de los condenados.
A eso habrá que sumarle el decálogo más elemental de la corrección
política, ese que indica que no puede haber nadie más bueno y más sabio
que un negro, un analfabeto o un discapacitado (si es todo eso a la vez,
mejor). Aún así, todavía no estará lista la fórmula de Milagros
inesperados. Falta agregar lampazos de new age, como es la fe en
sanaciones, santones y milagreros y unos guardicárceles que más parecen
ángeles guardianes. Deben incluirse efectos especiales dignos de un film
de terror clase Z. Finalmente, toda la grandilocuencia y ambiciones
mensajísticas que sólo Ho-llywood es capaz de lograr, cuando quiere
ponerse serio. Y una duración de más de tres horas. Recién entonces se
podrá tener una idea aproximada de lo que es Milagros inesperados, a la
que la Academia de Artes y Ciencias acaba de obsequiar con cuatro
nominaciones (entre ellas, dos de las principales: Película y Guión
Adaptado).
Basada en una novela por entregas de Stephen King que en Argentina se
editó con el título de El pasillo de la muerte, Milagros inesperados
(incoherente título local para The Green Mile) representa la segunda
asociación de aquel fenómeno de librerías con el realizador Frank
Darabont, quien había dirigido ya Sueños de libertad/The Shawshank
Redemption. Otro drama carcelario, sí, pero bien superior a éste.
Milagros inesperados narra la llegada de un preso extraordinario al
pabellón de condenados a muerte, en una cárcel de Louisiana. Todo ocurre
en 1935, plena época de la Depresión, y es narrado por el jefe de
guardiacárceles, Paul Edgecomb (Tom Hanks, que cuando no actúa en
comedias tiende a adoptar un gesto algo constipado).
Lo inusual del nuevo condenado, John Coffey, está bien a la vista. El
hombre le lleva entre una y dos cabezas a los guardias, que no son gente
chiquita. Dos metros catorce mide el actor, Michael Clarke Duncan, que
hasta el momento se desempeñaba como chofer y agente de vigilancia, y
ahora fue nominado al Oscar por este papel. Pero en su estatura (y su
increíble musculatura, dicho sea de paso) reside apenas lo más visible
del carácter extraordinario de Coffey. Quien, además de analfabeto,
parece tener la edad mental de un niño de dos o tres años. Esa no es,
todavía, la mayor de las sorpresas que Coffey tiene reservadas a sus
carceleros y espectadores, pero ésta es de esas que no deben revelarse.
Baste decir que el título que se le dio al film en Argentina no tendría
sentido si no fuera por él.
Que las obsesiones de Stephen King por el Bien y el Mal tienden a lo
maniqueo es algo que se sabe desde siempre. Pero lo que en sus novelas
más logradas se sostiene justamente por la tensión entre esos dos
términos, en Milagros inesperados se desbarranca por completo, al caer en
la glorificación de la Bondad Infinita y la Santidad no consagrada. Que
en la película están desplegadas así, con mayúsculas. Hay otra
tensión que Milagros inesperados resuelve pésimamente, y es la de un
film con enormes pretensiones de seriedad y mensaje, que al mismo tiempo
intenta integrar el costado de literatura �barata� que le dio un
nombre al escritor de Maine. No estarían mal el maniqueísmo y hasta la
grosería de una lauchita aplastada contra el piso, un achicharrado en la
silla eléctrica, la lluvia de polillas que brota del aliento de un
sanador, el súbito rejuvenecimiento de una enferma terminal o el acceso
del roedor a la eternidad lisa y llana, si vinieran dados en el contexto
de un relato que no pretendiera otro registro que el del más puro trash.
Pero aquí, todo eso debe aceptarse como parte de un �drama con mensaje�,
y es allí donde todo deriva en una sucesión de ridículos, a cual más
aparatoso.
Ya había pegado el mismo resbalón Bryan Singer, talentoso realizador de
Los sospechosos de siempre, al adaptar Apt Pupil, novela en la que King
intentaba una denuncia del nazismo en el marco de la literatura �barata�
o pulp fiction, y que en Argentina salió directo a video. La diferencia
es que ahora, esa disparatada pretensión viene en el envase,
supuestamente prestigioso, de �película oscarizable�. Llena de
pretensiones, con una duración �y sólo eso� semejante a las de El
padrino, Dr. Zhivago y JFK e incluyendo iluminaciones varias y �lecciones
de vida�.
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