Por Esteban Pintos
Jorge
Haro excede el campo de acción de lo que podría denominarse un �músico
electrónico�. En todo caso, desde ese lugar desarrolló toda una serie
de actividades de producción, organización y enseñanza que lo ubican,
más bien, como una especie de agitador cultural-tecno. Este ex integrante
del seminal grupo Los Encargados �para los libros de historia del
llamado rock nacional, el primer grupo tecno argentino� acaba de editar
un finísimo compendio de composiciones �electrónicas� (otra vez la
palabrita), grabadas entre 1993 y 1999, titulado Fin de siècle. Pero Haro
es además docente de una cátedra de Imagen y Sonido de la UBA,
programador de ciclos interdisciplinarios en el Museo de Arte Moderno y el
Instituto de Cooperación Iberoamericana, compositor de música de
películas y obras de teatro y activo impulsor de una página de Internet
que exhibe net art (arte en la red, ubicable en www.findesiglo.com.ar).
�La música electrónica de hoy no tiene que ver con el futuro, es
presente. Hoy, y ya no MTV, sino que TyC Sports o �Fútbol de primera�
tienen sus separadores con house, jungle o drum�n�bass. Esa sonoridad
que en un momento fue novedosa o revolucionaria, está absolutamente
incorporada�, le dice a Página/12, analizando los pro y los contra de
cierto fenómeno masivo que se dio en Buenos Aires, durante 1998 y 1999,
con raves multitudinarias. Y hasta un pegadizo jingle publicitario de
cerveza musicalizado con el hit �Born slippy� del grupo inglés
Underworld.
�¿En qué quedó todo aquel boom? ¿Dejó algo positivo al fin?
�Me parece que la música electrónica dejó de ser, un poco, reflejo de
una cultura de ghetto, lo cual no quiere decir que lo que pasó �las
raves, el jingle de Quilmes y todo eso� quede finalmente como una
anécdota. Está instalado como un estilo, muy confuso por cierto, porque
no hay una idea clara alrededor de lo que significa esto de la música
electrónica. Pero sí creo que está claro que se trata de una forma que
trabaja a través de cierto tipo de sonoridades, que maneja cierta
estética, que se encuentra en un cierto lugar (la discoteca, por
ejemplo). Pero si hablamos de un lugar ganado que le sirva a los artistas
para desarrollar su trabajo, eso no pasó. Eso sigue igual que antes del
boom, con la diferencia que hay más público potencial y que las
condiciones socioeconómicas hacen que muchos artistas puedan
autoeditarse. Pero nadie puede construir y sostener una carrera a partir
de ser músico electrónico. ¿Quién puede vivir de hacer esta música?
No se puede grabar discos, vender esos discos, tener canales de difusión,
producir conciertos y tener el ciento por ciento del ser puesto en la
cuestión artística. Aquello de las raves llegó a la televisión y se
convirtió en una banalidad absoluta: una fiesta al aire libre, una cierta
música sonando de fondo y con los mismos monigotes que estaban en la
puerta de un discoteca, permitiéndote pasar o no. Así hablaron de las
raves César y Mónica en �Telenoche�, pero eso ya pasó.
�La música electrónica siempre se relaciona con una idea de futuro,
pero pareciera que ya no. ¿Hay alguna explicación para esto?
�En los setenta era así... Pero esa idea se fue desvaneciendo con el
tiempo. Porque ¿qué es lo que proponía la música electrónica en los
setenta? Fundamentalmente, la sonoridad, porque había muchas cosas más
�raras� pero no rompían con el formato de canción. Pero sí era una
novedad desde lo tímbrico y los estímulos que eso generaba.
�Sobre el �futuro�, tal vez la utilización de instrumentos y
algunas nuevas posibilidades de trabajar la música con computadoras, por
ejemplo, ayudaron a eso...
�Leyendo El ser digital de Negroponte, podés ver una serie de
vaticinios de lo que va a pasar con la tecnología, que no contemplan los
usos culturales de las cosas. No es que la gente cambia a partir de que
alguien dictamina que llegó algo mejor o más rápido o más efectivo.
Hay algo que tiene que ver con lo cotidiano, con las costumbres, con la
formade relacionarse y también con el poco espacio �y dinero� que la
gente tiene para seguir incorporando cosas. Me parece que hay un proceso
de usos y posibilidades concretas, que lleva su tiempo, que no sucede a
partir de ningún acto revolucionario. Es un proceso de transformación
cultural muy profundo. Si todo sucediera de manera instantánea, a la
gente le estallaría la cabeza.
�¿Desde dónde justifica y explica toda la serie de actividades
interdisciplinarias que realiza?
�Hay algo que dijo Pierre Boulez y que a mí me pareció muy interesante
de intentar cumplir. Enumeró las actividades que le correspondían a un
compositor: componer, investigar, la pedagogía, la producción y la
gestión. Es todo lo que intento hacer, ya sé que es mucho... (risas)
Pero hay cosas que me impongo hacer. Por ejemplo, dar clases en la UBA es
casi un acto de resistencia, porque no vivo de eso ni mucho menos �90
pesos por mes� pero es como una obligación moral. Siempre tuve un
compromiso con ciertas cosas: cuando hablo con otros músicos, y esto
sucede desde hace mucho tiempo, siempre se menciona la cuestión de que
�no hay lugares para tocar�. A mí me ofrecieron esos lugares y me
pareció que estaba bien tomarlos y generar un espacio, como sucedió en
el ICI y el Museo de Arte Moderno.
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