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OPINION
Propuestas para el �desarme�
Por Katchik Der Ghougassian 

Desde el fin de la Guerra Fría el concepto de �desarme� se usa cada vez más para calificar los programas de recolección de armas livianas. Fáciles de producir, esconder y vender a precios accesibles, estas armas se transformaron en la cara más visible de la inseguridad en el mundo: según la ONU son responsables del 90 por ciento de las víctimas de la violencia, de las cuales el 50 por ciento fueron no militares. Los programas de recolección de armas fueron diseñados en el contexto de los procesos de pacificación en la década del noventa, cuando terminaron muchas guerras civiles.
En 1992 se implementó en Nicaragua un programa que incluyó confiscaciones, recompras e intercambios con incentivos. En dos años, sacaron de circulación y destruyeron públicamente 159.833 armas. El presupuesto anual asignado era de 6.000.000 de dólares, uno de los más altos. En Haití, la recolección de armas entre setiembre de 1994 y marzo de 1995 costó 1.924.500 dólares y recuperó 33.000 armas.
En El Salvador, la guerrilla y los soldados desmovilizados entregaron en 1993 casi 40.000 armas, cifra que muy inferior a las estimadas 200.000 a 300.000 en circulación. En 1996 el gobierno dedicó 571.400 dólares para un programa que fin de año había destruido 58.599 armas.
No hay duda de los resultados positivos de estas experiencias, pero tampoco se puede magnificar el éxito. A fines de 1996, según un informe de la Organización Panamericana de Salud, El Salvador seguía siendo el país más violento de América Central, con 152.723 adultos víctimas de asaltos. En 1998, la Asociación Nacional de la Empresa Privada denunció un promedio de 17 muertes diarias por asaltos a mano armada.
La necesidad de �desarmar� a la sociedad se sintió también en las sociedades desarrolladas, disparada en general por algún acto violento que movilizó la opinión pública.
Por ejemplo, en abril de 1996 un hombre asesinó a 35 personas en Australia, creando un impacto tremendo. El mismo año, el gobierno lanzó un vasto programa de recolección que en doce meses sacó de circulación 505.000 armas.
Cada sociedad tiene características particulares que hay que considerar cuando se implementan estos programas pero hay factores comunes a todas. Los puntos de entrega voluntaria no deben ser comisarías ni lugares de mucha circulación.
Y cada operativo necesita mucha organización, planificación previa, incentivos que preferentemente no sean dinero, voluntarios de la propia comunidad para ejecutarlo y mucha publicidad.
Finalmente, los objetivos del �desarme� deben ser claros y realistas: el programa de recolección no puede ser un fin en sí mismo, sino parte de una política de control de armas.

 

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