Después
de dieciocho años, el teatro El Nacional reabrió sus puertas con la obra
Mi bella dama, no casualmente la misma con la que Alejandro Romay �propietario
de la sala� inició sus actividades como productor en 1961. En su
tradicional �y esperado� discurso de apertura, el ex zar de la
televisión se anticipó a cualquier ironía sobre su afición por sus
extensos parloteos (�esta noche voy a hablar 45 segundos�, dijo) y
afirmó que esta reapertura tenía que ver con una suerte de mandato del
más allá: �heredé de Antonio Machado la capacidad de escuchar las
voces de los que se fueron, y esas voces son las que me dijeron que este
teatro, contra el que se atentó tres veces, tenía que ser reabierto�.
Efectivamente, la sala fundada en 1906 posee una larga historia de obras y
figuras históricas del teatro, el sainete y la revista nacional como
Alberto Vacarezza, Jerónimo Podestá, Libertad Lamarque, Nélida Lobato,
Adolfo Stray, Nélida Roca y Susana Giménez, entre otros.
La reapertura del teatro ubicado en la avenida Corrientes, entre Carlos
Pellegrini y Suipacha, se produjo luego de un largo paréntesis que se
inició en 1982, cuando un incendio intencional �adjudicado a un grupo
neo nazi� destruyó sus instalaciones. La obra elegida para el reinicio
de las representaciones, Mi bella dama, fue interpretada por un elenco
encabezado por Víctor Laplace, Paola Krum, Pepe Soriano y Aída Luz, en
una función a beneficio de ALPI. Entre los invitados figuraron viejas y
nuevas figuras del espectáculo, políticos en campaña, periodistas,
modelos y funcionarios del gobierno nacional, todos mezclados y sonrientes
para las cámaras. A saber: los ministros Graciela Fernández Meijide y
Nicolás Gallo, Magdalena Ruiz Guiñazú, Zulma Faiad, Carmen Yazalde,
Mariana Arias, Catarina Spinetta, Duilio Marzio, Eduardo Bergara Leumann,
los candidatos a jefe de gobierno de la ciudad Aníbal Ibarra y Domingo
Cavallo, Georgina Barbarossa, el secretario de Cultura y Comunicación
Darío Lopérfido, Ethel Rojo, Amelita Baltar y Juan Carlos Calabró,
entre otros. El presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, se excusó
por su ausencia a través de una carta que Lopérfido le entregó
personalmente a Romay, y que luego fue leída en público, en donde
deseaba éxitos y mucha suerte al empresario en esta nueva etapa. �Debuté
a los doce años en este teatro�, recordó Amelia Bence, mientras Ethel
Rojo aseguraba que �es un teatro que tiene ángeles, tiene duendes�.
La ministra de Desarrollo Social Fernández Meijide dijo recordar otros
años y otras obras en El Nacional: �Soy bastante vieja para haber
venido�, dijo, y deploró el �acto de total intolerancia,
antidemocrático, fascista� que significó el incendio de 18 años
atrás. Juan Carlos Calabró, que protagonizaba la obra Sexcitante �en
cartel en el momento del fuego�, dijo que aquella noche fue �como si
se quemara mi casa�. �Es como venir a un nuevo teatro (...) otra
fachada, otro teatro, tiene el mismo nombre no más�, agregó. Para el
presidente de la Legislatura local y candidato por la Alianza a la
jefatura de la ciudad, Aníbal Ibarra, el teatro �es un orgullo de la
ciudad�, en tanto que su contrincante electoral, el diputado Domingo
Cavallo destacó a Romay como un ejemplo para los empresarios argentinos.
Romay, en tanto, se paseaba por la sala decorada con tonos rojos y dorados
y daba órdenes, �nervioso e histérico�, según él mismo se
definió. Cuando se acercaba la hora de levantar el telón, salió al hall
y cual maestro de escuela palmeó para llamar a todos adentro. Era tiempo
de show.
�LA SECRETA OBSCENIDAD DE
CADA DIA�
Marx y Freud, exhibicionistas
Por Hilda Cabrera
¿Quiénes son esos
dos hombres que esperan en un banco de plaza frente a una escuela de niñas?
¿Unos exhibicionistas, como parece insinuar su comportamiento? El autor
chileno Marco Antonio de la Parra (también médico psiquiatra) juega con
esta situación ironizando sobre conceptos que, según declaró, influyeron
en su formación, sobre discursos de variada enjundia y confesiones
psicoanalíticas. Un laberinto de ideas complica la escena, y más aún
cuando los personajes dicen llamarse Carlos Marx y Sigmund Freud. Esto
permite al autor disparar más ideas y bromas y referirse sin solemnidad al
individualismo y al fracaso. Estos Carlos y Sigmund se niegan a �trabajar�
juntos, o sea, exhibir sus partes pudendas a las supuestamente pudorosas
adolescentes de un colegio de clase acomodada. Uno aparece como un tipo
tosco y el otro, según su competidor, como �un viejo snob decadente y
cursi�. La discusión saca a la luz miedos y prejuicios y la urgencia de
�una realización plena�, uno de los puntos clave de esta obra que ronda
con humor fracasos de variado calibre.
En la obra que abrió el III Festival Iberoamericano de Teatro es notorio el
interés por desorientar. Sin exigencias de certidumbre, el autor apunta a
una deliberada ambigüedad. Toma retazos de historia y bromea sobre asuntos
y personajes serios, definiéndolos a veces con una frase hecha: �Lo que
determina la neurosis es el desarrollo social�, dice Carlos, mientras
Sigmund insiste en que la clave está en lo sexual. La pregunta sobre
quiénes son estos personajes queda en pie, incluso más allá de finalizada
la obra, y no porque no haya un cierre sino porque las lecturas pueden ser
infinitas. Por ahí aparece algún nombre, el del gordo Romero, un tipo al
que �era difícil resistirse y hacía `cantar� a todos�. ¿Son
víctimas o victimarios? ¿Sostuvieron teorías o fueron cómplices de
torturas? Puede que uno interpretara sueños y otro descifrara una
información o un confuso incidente, y a veces tergiversaran datos para
salvarse.
La puesta que sobre esta obra simplista en sus acotaciones realiza el Grupo
Itinerante se enriquece con localismos, tanto en lenguaje como actuación.
Reyna y González realizan un trabajo sólido. Son por momentos tipos
pertenecientes a algún grupo de tareas y otros, vendedores callejeros,
simples pícaros, reveladores a su vez de un entorno social. �Si el país
está hecho mierda y está sumido en la corrupción, hay que decirlo o no�,
disparan los borrachos que llegan a reconocerse �de la misma escuela� y
sugieren que �el drama venezolano de nuestro tiempo� es hamletiano: soy
o no soy un corrupto, o tenemos que ser payasos o borrachos. Lo que no
ocultan es que hubo renunciamientos: �nos han convertido en caricaturas,
en seres obscenos�, afirman estos Marx y Freud apócrifos, solos y
decididos a realizarse en plenitud en un banco de plaza.
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