En su regreso triunfal a Santiago, Pinochet abandonó toda pretensión de fragilidad y enfermedad, dejó su silla de ruedas y caminó saludando a militares y partidarios sobre la autopista del aeropuerto internacional de Santiago. La cúpula militar en pleno lo recibió con sus marchas favoritas. Y el presidente electo Ricardo Lagos les advirtió que no deberían hacer eso "nunca más". |
Página/12 Por
Luis Bruschtein
Pese a la inquietud política y
la expectativa que creó el regreso de Pinochet tras 503 días de detención
en Londres, esta capital amaneció ayer tranquila, salvo en los puntos
donde se iban a concentrar simpatizantes y detractores. Los medios gráficos
publicaron ediciones especiales sobre la detención y el retorno de
Pinochet y los noticieros de televisión ocuparon más espacio que el
normal para referirse al tema, pero no se produjeron movilizaciones
masivas.
El avión "gran tanque
Aguila" que trajo el viejo dictador arribó al aeropuerto
internacional Arturo Merino Benítez a las 10.30. Las Fuerzas Armadas
chilenas habían preparado una recepción apoteósica con la
"Gran" Banda del Ejército para que ejecutara las marchas
militares que adora el general: "Los viejos estandartes" y
"Lilí Marlene", más discursos, guardia de honor y alfombra
roja. Pero el gobierno socialista-democristiano advirtió que los
reglamentos establecen una recepción de ese tipo para los jefes de Estado
y que Pinochet era un senador vitalicio, aunque aceptó que los militares
recibieran a su camarada y esta pulseada provocó algunos problemas con
los periodistas acreditados (ver aparte).
La primera sorpresa fue la
presencia de los comandantes en jefe del Ejército, la Fuerza Aérea, la
Armada y los Carabineros, además de una gran cantidad de militares
retirados y en actividad. La segunda sorpresa fue la presencia de cerca de
400 civiles, la mayoría de ellos dirigentes y legisladores de los
partidos de derecha Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata
Independiente (UDI), que durante la campaña electoral habían tomado
distancia del anciano dictador. Si bien no se encontraba el candidato
perdedor en las elecciones, Joaquín Lavín, principal referente de este
sector, tampoco se esperaba que la sola llegada de Pinochet despertara
estas viejas lealtades en la derecha política y en algunos dirigentes
empresarios.
Pero la sorpresa mayor fue
cuando se abrió la puerta del "gran" tanque Aguila y empezó a
sonar la "gran" banda del Ejército, para que Pinochet hiciera
el trasbordo hacia el "gran" Puma, el helicóptero que debía
llevarlo al hospital (todo lo que está relacionado con Pinochet es
"gran", según los locutores). El hombre apareció en la puerta
del avión en silla de ruedas, pero al dejar el ascensor que lo depositó
en tierra firme Pinochet sonrió, se paró y caminó sin ayuda y saludando
con el bastón en la mano. Algo vacilante y encorvado abrazó a sus
familiares y a los jefes militares y se dirigió al helicóptero.
La caminata inesperada de
Pinochet promete convertirse en algo así como el cruce a nado del río
Amarillo por Mao Tsé Tung. La derecha y el oficialismo de la Concertación
basaban sus estrategias en la mala salud del
viejo dictador. La derecha ya había hablado de la necesidad de que
Pinochet abandonara la política y se retirase como senador vitalicio,
aunque sin perder sus fueros. Los partidos de la Convergencia estimaban
que la supuesta fragilidad de la salud de Pinochet atenuaría las
alternativas que podría tener un juicio en su contra. Pero el hombre
demostró que se hizo el enfermo y el viejo baboso que se orinaba encima
para provocar piedad en quienes lo debían juzgar, una vez en Chile está
dispuesto a no perder la gravitación que siempre tuvo. De hecho, anoche
mismo salió del Hospital Militar donde estuvo brevemente internado, y
pese al enérgico "Nunca Más" que el presidente electo Ricardo
Lagos dirigió a las FF.AA. con respecto a su actuación de ayer, la
ausencia deliberada de Frei en Santiago dejó una impresión de timidez
del poder civil.
La derecha había comenzado a
concentrarse desde las primeras horas de la mañana en las inmediaciones
del Hospital Militar sobre la avenida Vitacura, en el barrio residencial
de Providencia, y festejó a rabiar la caminata de su líder. La gente
ocupó las dos cuadras de la vereda ubicada frente al hospital y las dos
esquinas de los extremos, donde se cortó el tránsito. Gran cantidad de
mujeres de clase media y alta vestidas de un sport informal y previa
peluquería, chicos de escuelas privadas con sus diferentes uniformes,
hermosas chicas bronceadas y elegantes y muchos familiares de militares se
reunieron con banderas chilenas y retratos de Pinochet.
"¡Morir luchando, marxistas ni cagando!" o
"Mientras Chile exista, jamás será marxista", repitió una y
otra vez esta multitud que parece salida de una película setentista.
También tenían consejos para los corresponsales y periodistas locales
que cubrían la concentración: "¡Periodistas marxistas, digan la
verdad!". El presidente democristiano también era recordado: "Y
dónde está, que no se ve, el maricón de Eduardo Frei".
"El no quería ser
dictador, nosotros se lo pedimos --decía una señora gorda muy elegante
con la cara brillosa de tanta crema-- y aún así, todas las torturas físicas
del mundo no se pueden
comparar con las torturas morales que han sufrido Pinochet y su
familia." En otro sector, una morena explicó a Página/12:
"El viernes pasado perdí a mi Tata y hoy recuperé a mi propio Tata
--hablaba con una sonrisa por la llegada de Pinochet pese a la pérdida de
su abuelo--. Como militar, mi Tata fue compañero del general y mi madre
también está en las Fuerzas Armadas". El helicóptero con el
dictador, custodiado por otras tres máquinas de cada una de las armas,
fue recibido con gritos y llantos de emoción, dio dos vueltas sobre el
hospital y finalmente aterrizó en el helipuerto del techo bajo estrictas
medidas de seguridad. La gente trató infructuosamente de que Pinochet se
asomara para saludarlos.
En el centro de la ciudad, en
la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de la Moneda, varios
centenares de militantes de los organismos de derechos humanos, del
Partido Comunista y algunos socialistas habían realizado una vigilia.
"La supuesta enfermedad de Pinochet fue una burla a todos los
chilenos y a los gobiernos europeos que querían juzgarlo -- expresó a Página/12
Mireya García, de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos
(AFDD)--, pero estamos mejor que antes de su detención, porque el
gobierno se ha comprometido a nivel internacional a juzgarlo aquí en
Chile y no descansaremos hasta que sea así." Los manifestantes se encolumnaron hacia el edifico de las Fuerzas Armadas, donde gritaron "¡Asesinos, asesinos!", "Ahora resulta indispensable que la justicia juzgue y castigue a los culpables", en tanto que el gobierno también era fustigado: "Gobierno traidor, protege al dictador". Los manifestantes marcharon luego por las peatonales céntricas, hicieron una parada frente a los tribunales y regresaron a la Plaza de la Constitución, donde convocaron para hoy a una Jornada contra la Impunidad. Entretanto, se presentaba otra causa contra Pinochet, la número 60, por el secuestro de un estudiante secundario en 1974, y comenzaban los trámites para conseguir el desafuero de Pinochet para ser juzgado, algo que la caminata de ayer del viejo dictador y la intransigencia recalcitrante de sus seguidores harán mucho más difícil de lo que se creía.
|