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OPINION

Algunas malas noticias

Por Julio Nudler

"No puedo gastar tanta plata en los viejos. La necesito para la economía." Es decir, para aumentar la productividad y generar crecimiento. Este sería, palabras más o menos, el pensamiento actual de José Luis Machinea, en claro conflicto con sectores políticos de la Alianza y determinando, de este modo, una parálisis en las iniciativas oficiales. Como mínimo, y dado que las reformas que se están discutiendo tendrán aspectos impopulares, nadie movería ninguna pieza en los dos próximos meses, a la espera de que queden atrás las elecciones porteñas. Pero ninguno le quita de la cabeza al equipo económico que el nuevo sistema jubilatorio es demasiado generoso con quienes se retiran, y excede las posibilidades del país. En cuanto a la arremetida contra las AFJP para que disminuyan sus comisiones, las noticias son entre malas y pésimas, como se verá más abajo. 

  Aunque fue desechada la idea de suprimir la Prestación Básica Universal para las futuras jubilaciones, existe el propósito de reducirla, probablemente de los 200 pesos actuales a 150. Un objetivo obvio es fiscal: achicarle de ese modo el gasto al Estado, que es el que paga la PBU en todos los casos. Sin embargo, también se querría redistribuir parte del dinero ahorrado para darle siquiera algo a la masa de excluidos del sistema. En Economía piensan que la PBU es mucha plata (todo es relativo, se sabe) para pocos, porque sólo entre 30 y 40 por ciento de la actual población activa reunirá los requisitos legales para percibirla.

  Sobre la manera concreta de incorporar más trabajadores a la lista de futuros beneficiarios, hay un repertorio de propuestas pero ningún proyecto delineado. Por supuesto combatir el negreo, pero también flexibilizar el mínimo de años de aportes, hoy establecido en 30. Otros proponen ir a una PBU universal, que ampare a todos los trabajadores que alcancen cierta edad, independientemente de los aportes, dado que hoy el sistema se financia fundamentalmente con impuestos generales. Esta clase de variante fue siempre rechazada por los analistas que defienden los intereses obreros porque rompe la relación entre el salario y la jubilación, ruptura que en la Argentina ya fue casi completamente consumada.

  Otro ovillo al que se le busca alguna punta es el de la reimplantación de la movilidad de los beneficios, hoy congelados. Desechada la indexación por costo de vida, prohibida por ley, se explora alguna forma barata de terminar con el congelamiento y así tener algo simpático que anunciar. Pero como en el Gobierno hay conciencia de que la nueva reforma previsional acarreará bastantes costos políticos, ya que serán más las malas noticias que las buenas, se prefiere postergar toda novedad, incluso las buenas, porque en su momento servirán para aliviar el impacto.

  El paquete incluirá, como se sabe, un aumento en la edad jubilatoria de las mujeres, aunque sea llamativa la encarnizada discusión entablada en torno de una cuestión a la que el régimen de capitalización quita sustento. En un sistema de cuentas individuales, donde cada trabajador autofinancia su jubilación, ¿por qué imponerle una edad precisa para el retiro? Ya hoy admite la ley la prejubilación cuando el afiliado haya reunido suficiente plata, aunque el Estado no le pague su parte hasta que alcance la edad legal. Uno de los aspectos curiosos del régimen vigente es que crea la figura del semijubilado, que lo es para el sistema privado pero no para el público.

  Todos recordarán, hablando de buenas noticias, la promesa de lograr una reducción del 10 por ciento en las comisiones de las AFJP. Más tarde se habló de porcentajes menores. Pero, en la realidad, la rebaja nunca tuvo lugar, y ahora se cree más posible que las comisiones suban aún más sin haber nunca bajado. La fuente del aumento sería el seguro de invalidez y muerte, que es obligatorio para cada afiliado y le cuesta actualmente alrededor del 1 por ciento de su sueldo. Ese costo podría dispararse al 1,5 por ciento por el encarecimiento de los reaseguros (coberturas que a su vez toman las compañías aseguradoras). Los reaseguradores dicen haber perdido plata el año pasado con estas pólizas.

  Así las cosas, en lugar de presionar hacia una reducción de las comisiones (más del 3 por ciento del salario), el Gobierno deberá esforzarse por evitar que suban. En los hechos, la medida concreta que tiene en sus manos para abaratarlas sigue colgada en el alero. Consiste en asignar los indecisos a la AFJP que les resulte más económica, para la correspondiente franja de ingresos. Ahora parece que esta decisión quedará postergada hasta la futura reforma.

  Esta debería ocuparse de una cuestión crucial, desatendida hasta el momento: qué ocurre cuando el trabajador llega al momento de jubilarse, toma el dinero reunido en su cuenta de capitalización y se lo entrega a una compañía de seguros de retiro (casi todas están vinculadas a las AFJP) para obtener una renta vitalicia. A partir de esa instancia, asume riesgos incalculables, el más dramático de los cuales es que la aseguradora se funda.

  Hasta ahora no sucedió nada de esto, pero es lógico que en una primera etapa no surjan problemas porque las compañías reciben fondos enteros y pagan pocas rentas. Las dificultades pueden sobrevenir más tarde, cuando se multipliquen los perceptores. Es algo similar a lo que, se dice, ocurrió con las cajas estatales, que al principio se vieron inundadas de dinero, que fue desviado a otros fines.

  La impresión de los expertos es que las compañías no están sometidas a un control riguroso por parte de la Superintendencia de Seguros de la Nación, y que pueden estar gestándose serios problemas a futuro al fallar la supervisión sobre las reservas, sobre la calidad de los instrumentos financieros en que éstas son invertidas y la valuación de esos activos.       Sin necesidad de llegar a situaciones traumáticas, los nuevos jubilados se están viendo afectados por la falta de transparencia en las condiciones de los seguros que contratan. Uno de los vicios detectados es la utilización de tablas de mortalidad que la subestiman, con lo cual exageran las esperanza de vida del jubilado y, consiguientemente, le encogen la renta mensual.  

 

 

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