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Rudolph había escrito ya un
guión sobre la novela a comienzos de los 80, a pedido de su amigo y
mentor Robert Altman. Pero esa película nunca llegó a filmarse.
Veintinueve años más tarde, y contando con el apoyo de Bruce Willis, que
tomó para sí el protagónico y además participó de la producción,
Rudolph logró, finalmente, filmar su propia versión de la novela. Desayuno
de campeones se presentó por primera vez a comienzos de 1999 en
el Festival de Berlín, tuvo luego un estreno limitado en Estados Unidos,
y ahora AVH la lanza directamente en video. En el reparto, junto a Willis
aparecen Nick Nolte (que venía de protagonizar Mother Night,
basada en otra novela de Vonnegut y jamás estrenada en Argentina), el
inglés Albert Finney, la gran Barbara Hershey, Lukas Haas (aquel niño de
Testigo en peligro). Y un par de curiosidades episódicas:
el gigante negro Michael Clarke Duncan (reciente nominado al Oscar por Milagros
inesperados) y, como un supermillonario, el actor y guionista Buck
Henry (autor, entre otras, de "Superagente 86" y Las
reglas de juego, de Altman). El mismísimo Vonnegut asoma en un
breve cameo, como director de cine publicitario. Los fans del autor y
coleccionistas de datos raros deberán saber también que los dibujitos
que ilustran los títulos de crédito del film son de propia mano de
Vonnegut.
Willis es aquí Dwayne Hoover,
dueño de una agencia de autos y el personaje más popular del pueblito de
Midland, para cuyos vecinos es poco menos que un semidiós, por el simple
hecho de aparecer en televisión. Puertas adentro, sin embargo, todo va
mal para Hoover. De traje, anteojos y peinadito "a la
cachetada", Willis lo compone en el estilo desbordado y
ultracaricaturesco que Rudolph eligió para el film. Su esposa Celia
(Hershey) no se mueve del sillón del living, donde se dedica a tragar
pastillas y mirar la tele, sin sacarse jamás la bata de raso. Su hijo
Bunny (Haas) toca el piano en un club nocturno, a escondidas del padre y
como una versión reducida de Liberace, con un saco violeta y el pelo tan
batido como un licuado. En la agencia de autos lo esperan su amante (la
excelente Glenne Headley, que ya había actuado para Rudolph en Pensamientos
mortales) y su gerente de ventas, Harry De Sabre (Nolte). Ambos
son otra pesadilla: la amante, porque lo persigue a sol y sombra; el
gerente, porque se sale de la vaina por confesarles, a él y al resto del
mundo, que no hay nada que le guste más que la lencería femenina. Como
consecuencia de todo esto, Hoover cada tanto se encierra en el baño, para
probar qué se siente con una 45 metida en la boca. Todo esto ocurre en medio de una barahúnda de personajes secundarios, la mayoría en estado de histeria pronunciada. Clima que Rudolph lleva hasta la extenuación, echando mano de extremas angulaciones de cámara y caprichosas intrusiones visuales. Estas incluyen diálogos que se "materializan" en letras de molde, imágenes "en rayos X" (Hoover piensa y se ve su cerebro) y técnicas de videoclip. Así como unos posters en movimiento, que Kilgore Trout imagina, como escape frente a una realidad ruin. Trout (Finney) es un personaje recurrente en la obra de Vonnegut, un escritor ignorado que vive en un sótano. Invitado a un festival artístico de segunda, su destino se cruzará con el de Hoover del modo más extraño, cuando éste, ya totalmente fuera de sí, interprete una de sus novelas más delirantes como si se tratara casi de un manual de autoayuda. Desaforada, chirriante y frenética, Desayuno de campeones no es ni buena ni mala. Es una excentricidad cinematográfica; una novela infilmable, finalmente filmada.
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