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LEO DYZEN PRESENTA "CUENTOPOS PARA EL RECREO"
Un regreso al planeta Walsh


Con su nuevo espectáculo, el juglar Dyzen recrea los cuentos y  canciones de la autora del "Reino del Revés", en un unipersonal
que ya recorrió con éxito el circuito de escuelas porteñas.

A la manera de un trovador de la Edad Media, Dyzen trabaja con una síntesis de lenguajes


Por Inés Tenewicki
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La Plapla, el Twist del Monoliso, la vaca de Humahuaca y El Reino del Revés vuelven a un escenario teatral de la calle Corrientes. En versión juglaresca --canto, baile, relato, títeres-- se estrena hoy en Liberarte Cuentopos para el recreo, un espectáculo unipersonal de Leo Dyzen sobre aquellos memorables cuentos y canciones de María Elena Walsh. La obra tiene como antecedente un largo recorrido de tres años por escuelas y jardines públicos de la ciudad de Buenos Aires a través del área de teatro de Instancias Educativas Complementarias de la Dirección General de Educación porteña. Cientos de cartas de directoras y maestras que vieron a Dyzen en acción testimonian el éxito de este juglar, en el que percibieron y valorizaron una conjunción de talento, creatividad, originalidad y respeto por los chicos.

  Antes que estos cuentopos, Dyzen, con el grupo juglar La Carreta, dirigió Cuentopos para la Merienda I y II, un "chocolate concert" también basado en la obra de María Elena, y en 1998 Chivos y bichos, sobre cuentos de Graciela Montes. Dyzen se confiesa un enamorado de la Edad Media, "de los trovadores y juglares, de ese color de la historia, de la figura del actor-comediante-bailarín que trabaja con una síntesis de lenguajes". Por eso, desde el año 1992 investiga sobre el juglar, "a la sombra de María Elena Walsh, porque su obra tiene características juglarescas: cuenta historias, y las cuenta con musicalidad y un sistema poético donde no hay una sola lectura".

  Para este artista múltiple el juglar es "un personaje itinerante que viene a contar una historia y sabe que tiene sólo algunos pocos elementos que deberá administrar con enorme rigor, para hacer que la atención de espectador se renueve", define. Ahora que las noticias circulan por los medios de comunicación, el juglar se dedica a la literatura. Lo imagina como un hombre que llega con su valija y que pondrá el cuerpo y hará todo lo necesario para que el público escuche sus historias. Su cara, sus brazos, su voz, son sus instrumentos más potentes. Los objetos, una prolongación de su cuerpo. El acordeón, el platillo, la armónica, la percusión con un pandero-títere y un retablo multifunción son algunos de sus aliados. No es tarea fácil mantener la atención durante 50 minutos solo, confiesa el juglar, y mucho más difícil en una escuela humilde, sin la contención de los padres, y en un contexto desfavorable desde el espacio disponible, el cansancio de los chicos y la escasez de recursos. En algunos casos, cuenta solamente con un semicírculo, y cien chicos en un patio donde en realidad caben setenta. Sin embargo, cuenta que en la mayoría de esas situaciones "se genera una intensidad que no se parece a nada, determinada por una relación afectiva en que los chicos ven que hay una gran entrega y franqueza en el hecho de mirarlos de una manera no alienada, no tonta, no velada. Se da un encuentro personal tan cercano, que me doy cuenta antes que la maestra si un chico está angustiado, y aunque no puedo abandonar a los otros noventa y nueve, me ocupo de él", recuerda el artista.

  Suele producirse, en esos patios escolares, un silencio increíble. "Un silencio mágico, sin el cual no hay música, ni atención, ni relajación. El juglar tiene que lograr el silencio, pero lo último que yo haría para conseguirlo es levantar mi voz", destaca Dyzen. Y se refiere a sus puntos de apoyo, a su postura corporal "plantada, sin concesiones", a su actitud "más pasiva que activa, más en la percepción que en la acción". Dyzen parte de un material literario, por eso convoca los relatos de María Elena Walsh, y en algún momento lo hizo con los de Graciela Montes. "Sin una buena historia no hay mucho que hacer. Puede haber técnica, un trabajo formal riguroso, pero si no hay nada que contar el trabajo del juglar no tiene sentido."

  Trasladar este espectáculo unipersonal al teatro implica para el juglar trabajar en un terreno menos arduo: hay luces, chicos acompañados por adultos, amplificación, un espacio más relajado. Los Cuentopos para el recreo imbrican las historias a través de la música, los personajes, el trabajo con el cuerpo, los ritmos. Para Dyzen, temas como "Twist del Mono Liso" o "La vaca de Humahuaca", de María Elena Walsh, son para los padres un encuentro con una mitología, con algo de religioso, y esos temas, según él, no son ni para chicos ni para grandes, sino para seres humanos. "María Elena Walsh conecta con esa zona del ser humano tan especial, con ese asombro ingenuo pero no pavote, que tienen los chicos y también los adultos que pueden conservarlo. Un actor como Urdapilleta, por ejemplo, también conecta con esa zona. Por eso no hay temas para chicos o para grandes. Yo estoy seguro de que Urdapilleta, en sus momentos de mayor reviente, es más sano para los chicos que Reina Reech", finaliza Dyzen.

 

Opciones recomendadas

* Príncipe y mendigo, una adaptación de la novela de Mark Twain, a cargo de Mimí Harvey. Los sábados y domingos a las 17.30 en la Sala Alberdi, Sarmiento 1551 (a la gorra).

  * Imaginario, laboratorio de colores, por la Compañía Buster Keaton. Mimo, clown y circo en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, los sábados y domingos a las 18 (5$).

  * Garabarito, comedia musical de Manuel González Gil, los sábados y domingos a las 17.30. En el Museo Larreta, Juramento 2291 (5$).

  * Fabulosas Fábulas Por el grupo CpuntoC. Dos recolectores de cuentos llevan consigo los restos de historia acumulada. Sábados y domingos a las 18. En Babilonia, Guardia Vieja 3360 (5$).

 

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