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Antes que estos cuentopos,
Dyzen, con el grupo juglar La Carreta, dirigió Cuentopos para la
Merienda I y II, un "chocolate concert" también basado
en la obra de María Elena, y en 1998 Chivos y bichos, sobre
cuentos de Graciela Montes. Dyzen se confiesa un enamorado de la Edad
Media, "de los trovadores y juglares, de ese color de la historia, de
la figura del actor-comediante-bailarín que trabaja con una síntesis de
lenguajes". Por eso, desde el año 1992 investiga sobre el juglar,
"a la sombra de María Elena Walsh, porque su obra tiene características
juglarescas: cuenta historias, y las cuenta con musicalidad y un sistema
poético donde no hay una sola lectura".
Para este artista múltiple el
juglar es "un personaje itinerante que viene a contar una historia y
sabe que tiene sólo algunos pocos elementos que deberá administrar con
enorme rigor, para hacer que la atención de espectador se renueve",
define. Ahora que las noticias circulan por los medios de comunicación,
el juglar se dedica a la literatura. Lo imagina como un hombre que llega
con su valija y que pondrá el cuerpo y hará todo lo necesario para que
el público escuche sus historias. Su cara, sus brazos, su voz, son sus
instrumentos más potentes. Los objetos, una prolongación de su cuerpo.
El acordeón, el platillo, la armónica, la percusión con un pandero-títere
y un retablo multifunción son algunos de sus aliados. No es tarea fácil
mantener la atención durante 50 minutos solo, confiesa el juglar, y mucho
más difícil en una escuela humilde, sin la contención de los padres, y
en un contexto desfavorable desde el espacio disponible, el cansancio de
los chicos y la escasez de recursos. En algunos casos, cuenta solamente
con un semicírculo, y cien chicos en un patio donde en realidad caben
setenta. Sin embargo, cuenta que en la mayoría de esas situaciones
"se genera una intensidad que no se parece a nada, determinada por
una relación afectiva en que los chicos ven que hay una gran entrega y
franqueza en el hecho de mirarlos de una manera no alienada, no tonta, no
velada. Se da un encuentro personal tan cercano, que me doy cuenta antes
que la maestra si un chico está angustiado, y aunque no puedo abandonar a
los otros noventa y nueve, me ocupo de él", recuerda el artista.
Suele producirse, en esos
patios escolares, un silencio increíble. "Un silencio mágico, sin
el cual no hay música, ni atención, ni relajación. El juglar tiene que
lograr el silencio, pero lo último que yo haría para conseguirlo es
levantar mi voz", destaca Dyzen. Y se refiere a sus puntos de apoyo,
a su postura corporal "plantada, sin concesiones", a su actitud
"más pasiva que activa, más en la percepción que en la acción".
Dyzen parte de un material literario, por eso convoca los relatos de María
Elena Walsh, y en algún momento lo hizo con los de Graciela Montes.
"Sin una buena historia no hay mucho que hacer. Puede haber técnica,
un trabajo formal riguroso, pero si no hay nada que contar el trabajo del
juglar no tiene sentido."
Trasladar este espectáculo
unipersonal al teatro implica para el juglar trabajar en un terreno menos
arduo: hay luces, chicos acompañados por adultos, amplificación, un
espacio más relajado. Los Cuentopos para el recreo imbrican
las historias a través de la música, los personajes, el trabajo con el
cuerpo, los ritmos. Para Dyzen, temas como "Twist del Mono Liso"
o "La vaca de Humahuaca", de María Elena Walsh, son para los
padres un encuentro con una mitología, con algo de religioso, y esos
temas, según él, no son ni para chicos ni para grandes, sino para seres
humanos. "María Elena Walsh conecta con esa zona del ser humano tan
especial, con ese asombro ingenuo pero no pavote, que tienen los chicos y
también los adultos que pueden conservarlo. Un actor como Urdapilleta,
por ejemplo, también conecta con esa zona. Por eso no hay temas para
chicos o para grandes. Yo estoy seguro de que Urdapilleta, en sus momentos
de mayor reviente, es más sano para los chicos que Reina Reech",
finaliza Dyzen.
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