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LA INCREIBLE HISTORIA DEL PRIMER TESTIGO DE IDENTIDAD PROTEGIDA
Sin nombre ni apellido

Es un ex policía que investigó un caso de narcotráfico para proteger a un amigo. Declaró ante un juez, ayudó en la causa y recibió una promesa de ayuda material y de una nueva identidad. Hoy está amenazado por los narcos y los policías corruptos, es un desocupado al borde del desalojo y ni siquiera tiene un documento válido.


Por Miguel Bonasso

Mi nombre es Nadie y Nadie me llaman
mi madre, mi padre y mis compañeros todos.
Homero (La Odisea)

Copiar lo que se ve en las series, o en el cine norteamericano, suele provocar resultados desastrosos en estas latitudes: el primer Testigo de Identidad Protegida de la Argentina (TIP Número 1) es hoy un fantasma sin identidad real ni fraguada, sin trabajo y sin un peso en el bolsillo, marcado por los narcotraficantes que denunció (y por los policías bonaerenses que son cómplices de esos delincuentes). Un NN de la �joven democracia� que no sólo debe temer macabras venganzas del inframundo, sino también del destino común de millones de argentinos acorralados por la miseria. Porque el próximo 10 de marzo, si el falso José Velázquez no paga los tres meses de alquiler que debe, irá a la calle con toda su familia. Y su denuncia, que sirvió para meter presos a cuatro distribuidores de droga, no le habrá significado a él más que pérdidas y sufrimientos. Ni siquiera la satisfacción moral de un reconocimiento por parte de los miembros de la sociedad o los funcionarios del Estado, sino la sospecha -bien criolla por cierto� de que no es un ciudadano valeroso, que fue a fondo en el cumplimiento de esa carga pública que es el testimonio, sino un �buche� a lo Carlos Redruello, un vivillo en busca de una recompensa. Muchas veces un periodista debe internarse en escenarios sórdidos, pero pocas llega a toparse con un caso límite como el de este ex policía de 45 años, al que el Estado le robó el núcleo mismo del alma humana: el derecho a ser alguien, con nombre y apellido.

Alguien dice que lo pueden matar

Era un hombre de mediana a baja estatura, ni gordo ni delgado, vestido de manera humilde pero pulcra, con un rostro común de rasgos regulares, similar al de muchos paisanos de nuestra campaña. Llevaba en la mano una carpeta amarilla, repleta de papeles, que llamó la atención del periodista de Página/12, como si su cubierta sin rotular anunciara por sí misma una historia inverosímil. El desconocido se acercó al periodista que estaba por dar una charla en la Villa Mitre de Mar del Plata y le pidió hablar cinco minutos a solas. Con voz firme, sin estridencias ni falsos dramatismos, dijo simplemente que lo podían matar, que necesitaba ayuda urgente. La carpeta contenía una larga lista de reclamos administrativos y judiciales que este cronista se comprometió a leer, antes de armar una cita. No parecía un mitómano, ni un pillo y por su obligatoria inmersión en el anonimato, tampoco podía sospecharse que buscara notoriedad. Esa misma noche el periodista leyó los documentos de la carpeta, se tomó algunos días para confrontar los datos con algunos antiguos funcionarios que aceptaron hablar off the record y una tarde marchó a Mar del Plata a encontrarse con el falso José Velázquez. El TIP 1 trabajaba como sereno (ya no trabaja más) en un piringundín que Raymond Chandler hubiera envidiado como escenario. Su primera aclaración era innecesaria por obvia: trabajaba allí �en negro�, a causa de la falta de papeles.
Preservado por el estruendo combinado de vasos y botellas, las risotadas de los parroquianos y la cumbia a todo dar, el hombre que podía morir contó su historia.

Narcos y narcos-policías

El falso José Velázquez está por cumplir cuarenta y cinco años y está unido con una mujer de 53. Se casó a los 16 y tiene una vasta prole: cinco hijas y un varón. Las chicas mayores ya están casadas y le han dado seisnietos. Un gigantesco familión al que resulta difícil mover, trasplantar y cambiar la identidad en una de esas jugadas tipo FBI que resultan vistosas en los thriller y salen mal en la realidad. José nació en 1955, cuando triunfaba el golpe militar contra Perón, en el seno de una familia humilde y peronista. En 1977, a los 22 años, ingresó en la Policía Bonaerense, de la que se fue como cabo �pidiendo la baja voluntaria� cinco años más tarde. Luego hizo changas varias, puso un kiosco y (hace pocos años) un mercadito de verduras, que le significó hipotecar la casa que habitaba. Todo iba relativamente bien hasta que, en julio de 1996, se enteró de la existencia de una vasta organización que vendía drogas en diferentes barrios de Mar del Plata. Alguien muy cercano a José había descubierto accidentalmente un importante depósito de la banda y ese descubrimiento podía comprometerlo seriamente con los delincuentes. Aterrado, lo comentó con el falso Velázquez. Y éste decidió ponerse a investigar, para luego presentar una denuncia sólida ante la Justicia. Según lo que dice el ex policía lo hizo por dos razones que suenan menos retóricas que el �servicio a la patria o la sociedad� invocado en sus escritos: para proteger a esa persona tan cercana y, en segundo lugar, por una real vocación detectivesca.
La investigación le llevó cincuenta días, en los que anduvo �husmeando y preguntando por ahí� para ir recopilando datos certeros. También observó, de manera directa, que los narcos se encontraban por las noches con policías de la Brigada de Investigaciones que teóricamente debían reprimir el tráfico de alcaloides. �Yo los vi conversar. No vi el momento en que les daban la coima, pero supe por alguno de esos tipos que les pasaban plata�. En esos días también se entrevistó con oficiales que habían sido sus jefes en la Bonaerense y seguían en actividad. Quería chequear con ellos la información que iba recolectando para no �cometer una falsa denuncia�. Algunos de esos policías ya eran comisarios y �según José� �gente sana�. Ellos le confirmaron �que todo estaba digitado desde la misma Jefatura (que entonces ocupaba el comisario Pedro Klodczyk) y que había un sistema de recaudación, perfectamente tarifado, que incluía �drogas, juego clandestino, prostitución, desarmadero de autos y otros delitos� y que, parte de esa recaudación (un 20 por ciento) �iba para los políticos�.
Cuando se presentó ante el fiscal Federal Jorge Gutiérrez, pudo contarle algunas cosas interesantes que justificaban una investigación judicial: cada veinte días la organización traía a Mar del Plata entre 80 y 100 kilogramos de marihuana, que se depositaban en un chalet de apariencia muy humilde en el Barrio Parque Camet. Adonde concurrían los �distribuidores� a buscar sus respectivas cuotas.
El testigo se ofreció a colaborar con la Fiscalía y sólo puso una condición: que los procedimientos �los llevara a cabo la Policía Federal, la Gendarmería o la Prefectura, pero nunca, la policía de la provincia de Buenos Aires�. Si se lo encargaban a la Bonaerense, no daría ningún dato, �porque iba a ser cadáver�. Actuó, entonces, la Federal y en un allanamiento detuvo a dos miembros de la banda y secuestró unos 13 kilos de marihuana. Otros dos narcos fueron capturados días más tarde. El procedimiento dio origen a la causa 11.514 y provocó movidas a nivel policial: se intervino la Regional Mar del Plata y se relevó a todos los comisarios. El fiscal Gutiérrez, entusiasmado, le dijo a su colaborador espontáneo: �¿Qué le parece? Algo se consiguió?�. Pero el antiguo cabo conocía el paño y replicó: �Mire, esto no sirve para nada, porque en la policía ya se sabe que cuando un comisario se porta mal lo trasladan, para seguir con el negocio en otro lugar. No es un castigo, es un salvoconducto�.

El primer conejillo de Indias

Entonces llegaron las amenazas. Que no le impidieron al falso Velázquez colaborar, durante siete meses, con otro fiscal en una investigación aún más peligrosa sobre el narcotráfico en Mar del Plata. De testigo de identidad protegida, Velázquez se iba deslizando peligrosamente hacia la figura del �agente encubierto�. Pronto la adrenalina que andaba buscando se encarnó. Alguien lo fue a ver y le dijo �que se dejara de joder si no quería que lo cortaran�. Era un delincuente, �porque los policías corruptos no amenazan �dice Velázquez�, directamente ejecutan�. Pero sabía que detrás de los �camellos� estaban los que ejecutan. En setiembre de 1997, los narcos atrapados en el procedimiento de la Federal fueron llevados a juicio por el Tribunal Oral de Mar del Plata que preside el juez Roberto Falcone. Velázquez, aún con su identidad real aunque oculta, era el testigo principal. En vísperas de prestar declaración recibió una carta de los narcos desde la cárcel, firmada con nombre y apellido, donde le advertían que se callara la boca y �se fuera al norte� para evitarse problemas. Esta vez no era una amenaza verbal, sino una prueba y una grosera demostración de impunidad. El testigo presentó la carta ante el Tribunal Oral y, el 10 de noviembre de 1997, los jueces decidieron ampararlo en el marco de la nueva ley 23.737, que en su artículo 33 bis crea la figura del testigo de identidad protegida para casos relacionados con el narcotráfico. De acuerdo con la ley ordenaron al Ministerio de Justicia que se hiciera cargo. El titular era, entonces, Raúl Granillo Ocampo y el viceministro, Guillermo Ocampo.
El TIP Número 1 viajó a Buenos Aires diez días más tarde con custodia de la Federal. En la Capital tuvo que aguardar en un hotel hasta que el 5 de diciembre lo recibió el subsecretario de Justicia, Eduardo Martínez, un hombre muy amable que le explicó los alcances de la ley y lo que podía hacer el Estado por él: le proveerían una nueva identidad, una casa donde vivir con su familia y un trabajo o medios hasta que pudiera ser autosuficiente. También, curiosamente, le pidió paciencia porque �los señores legisladores� habían omitido un pequeño detalle: la asignación de fondos para crear la oficina de testigos de identidad protegida. Falencia que persistió hasta abril de 1998, cuando el presidente Carlos Menem firmó el decreto reglamentario número 262/98 que estableció un presupuesto de cinco millones anuales para la oficina.
En esa reunión inaugural, fuente de incontables malentendidos y quejas, el TIP 1 le explicó �al señor subsecretario� que la colaboración con la Justicia le había significado andar escondido, perder el mercadito de frutas y verduras, la cuenta corriente en el Banco de la Provincia y no poder cumplir con la hipoteca de la casa que sería rematada. También le explicó que, si debían sacarlo de Mar del Plata para preservar su vida, quería viajar solo y no con su vasta prole; que él prefería en ese caso que la vivienda no se la dieran a él sino a su esposa en Mar del Plata. Según TIP 1, el señor subsecretario estuvo de acuerdo, porque ese temperamento reducía la complicación de cambiarle la identidad a todos los miembros de la familia. Naturalmente, debe existir un acta de esa reunión, pero Página/12 no tuvo acceso a ella porque todos los documentos relacionados con testigos de identidad protegida se guardan (lógicamente) en el más riguroso de los secretos.
El caso es que acordaron que el TIP 1 regresara a Mar del Plata a estar con su familia mientras se solucionaban los problemas presupuestarios. En enero todo quedaría solucionado. Nadie �ni los jueces ni los funcionarios� le habían explicado al testigo, las terribles mutaciones -sociales y psicológicas� que implica un cambio de identidad.

La odisea de nadie

Sería tedioso enumerar todos los agravios que TIP 1 fue juntando y los descargos de los funcionarios que tuvieron a su cargo la operación, como el ex juez federal José Nicasio Dibur, titular de la oficina en el gobierno anterior, para quien el falso Velázquez se convirtió en un personaje conflictivo, con excesivas pretensiones, al que se había otorgado una ayuda material apreciable.
Para empezar, al TIP 1 le dieron un DNI notoriamente defectuoso, carente de documentación complementaria imprescindible para trabajar, como el certificado de nacimiento y los nombres de los falsos progenitores. A partir de enero, el flamante José Velázquez empezó a presionar al Ministerio de Justicia para que le dieran la vivienda prometida a su familia. La cosa se fue alargando y en un segundo viaje a la Capital, en abril de 1998, tuvo una áspera discusión con Dibur. En el interín, el testigo ya había recurrido en queja al Tribunal Oral de Mar del Plata. En junio un funcionario de apellido Arbasetti le comunicó que el ministerio le entregaría a la familia un departamento en comodato por un año y que después debían comenzar a pagarlo, porque habían resuelto no comprarles casas a los testigos. TIP 1 firmó la notificación, pero se quedó pensando que no le habían dado una casa sino �un plan de vivienda�. En junio consiguió que lo trasladaran a Mar del Plata y se presentó en el tribunal a quejarse, a pedir que se suspendiera el programa de protección hasta que no le cumplieran lo prometido. En el intervalo pidió dinero para un arma y un chaleco antibala. En agosto de 1998, logró que le pagaran un subsidio mensual de 1030 pesos hasta que consiguiera trabajo, lo que se mantuvo durante un año y medio. Lapso durante el cual siguieron los desacuerdos. En diciembre de 1998 �siempre según el relato de TIP 1�, Dibur y otro representante del Ministerio de Justicia acordaron frente al Tribunal Oral que le asignaran entre 8 y 10 mil pesos para empezar a pagar una casa en Mar del Plata para su familia. Las cuotas restantes debería absorberlas �Velázquez� cuando tuviera trabajo.
Pero el testigo debía irse a vivir a Rawson a una vivienda que le entregaría el ministerio. Dibur le preguntó entonces si no podía ponerse en el acta que llevaría a su familia a Rawson y el testigo aceptó, pero reiterando que no podía presionarlos para que dejaran Mar del Plata, porque su esposa, para la cual todo esto había sido una sorpresa y �un balde de agua fría�, no quería separarse de los hijos y los nietos. Cuatro meses más tarde, mientras arreciaban ya los amparos ante diversas instancias judiciales como la Defensoría, Arbasetti le comunicó a TIP 1, que se alquilaría una vivienda para su familia en Mar del Plata, pero que él debía de viajar de inmediato a Rawson. El testigo se negó (recordando la promesa hecha en diciembre), y en agosto el ministerio lo intimó a viajar. Como no lo hizo, el Tribunal Oral de Mar del Plata, a pedido del ministerio, lo excluyó del programa de protección. El caso quedó archivado, con una circunstancia inverosímil: cuando reclamó que le restituyeran su DNI original, con el nombre verdadero, se lo negaron. Y así sigue, con una identidad falsa. No puede votar, ni trabajar legalmente. Es un morfo civile que sigue presentando amparos, quejándose porque no le asignaron defensor oficial y denunciando �por abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público�, a los hombres con los que litigó y ya no manejan su caso. Harto de ser un fantasma, recorre los tribunales (exponiéndose cada vez más) en busca de una reparación que podría concluir en un juicio contra el Estado. Esperando que alguien, tal vez mañana lunes, le abra una pequeña puerta a la esperanza.


American beauty

El sistema del testigo de identidad protegida comenzó a aplicarse en Estados Unidos a comienzos de los años �70. En la actualidad hay unos 400 casos nuevos por año. Los legisladores argentinos copiaron el esquema sin tomar demasiado en cuenta las diferencias de nuestro derecho con el norteamericano. Como ocurre, por ejemplo, con el derecho a la identidad que en nuestro país es muy fuerte y se hizo trágicamente presente a partir de la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo para recuperar a sus nietos usurpados por los represores que viven con identidades que no corresponden a su familia de sangre. La copia, en cambio, no sirvió para incorporar las cosas correctas que tiene el sistema norteamericano: amplios recursos, custodias especiales, tratamiento psicológico de los testigos a los que se les debe cambiar la identidad y, sobre todo, esa larga entrevista previa que tienen con el candidato a TIP en la que le advierten acerca de los cambios profundos y en gran medida traumáticos que va a sufrir su vida para poder conservarla. Pero aún allí hay problemas serios y graves quejas de abandono por parte de muchos testigos que son confinados en villas de cemento, como el Fuerte Apache de nuestro país.
En la Argentina, el sistema nació con la Ley 23.737 (artículo 33 bis), reglamentada por el Decreto 262/98 de Carlos Menem y está referida únicamente a causas vinculadas al narcotráfico. La oficina se inició con un presupuesto anual de cinco millones de pesos que se fueron reduciendo primero a tres, luego a dos hasta llegar a la cifra actual que sería mucho menos de un millón. Escasos recursos para un presupuesto muy difícil de establecer, porque quienes dan la orden de �proteger� son los jueces y el Ministerio de Justicia debe hacerse cargo sin saber cuántos testigos le enviarán los tribunales. Dejando de lado a �José Velázquez�, cuyo caso quedó archivado, hay en este momento seis testigos bajo protección. Si se les agregan las respectivas familias, se trata de 32 ciudadanos enfrentados a una situación límite.

 

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