opinion
Por Mario Wainfeld
�Maldita
cocaína�, dijo el presidente Fernando de la Rúa, haciendo suyo un
slogan efectista y banal sobre un tema por demás denso. �Maldita
cocaína�, repitió un día después el gobernador Carlos Ruckauf. Jorge
Asís �quien como tantos políticos es mucho más atinado en sus
diagnósticos sobre sus congéneres que en sus movidas concretas� suele
decir que la diferencia entre la actual primera línea del peronismo y la
Alianza es la que media entre dos pautas publicitarias. En este caso,
tentaría decir que su ironía se queda corta.
Pero, a decir verdad, suele ser precisa. Por ejemplo, el discurso que
pronunció De la Rúa ante el Parlamento fue concebido y leído como un
anuncio de campaña. Su finalidad ostensible fue reforzar la imagen
presidencial privilegiando una cerrada defensa de las impopulares medidas
que, con rapidez y eficacia, concretó el actual Gobierno. Lo hizo dejando
constancia �de modo personalista y enfadado� del disgusto que le
causan al presidente algunas injusticias e ilegalidades a las que �como
por arte de magia� desvincula causalmente del modelo y del plan
económico que son el norte de la brújula de la Alianza.
Para peor, las resonancias de las amenazas del Presidente a los evasores
se esfumaron dos días después como el humo de un cigarrillo en el aire.
Fue cuando un supuesto evasor de aquéllos, Omar Fassi Lavalle, recuperaba
la libertad. La bronca tronaba en los pasillos de la Rosada y voces de
primer nivel hacían arder el teléfono del ministro de Justicia, Ricardo
Gil Lavedra, pidiéndole explicaciones. El Gobierno omitía
escrupulosamente ver la viga en el ojo propio. La excarcelación de Fassi
Lavalle tiene mucho que ver con la incompetencia y la lentitud exasperante
de la AFIP, cuyo comando De la Rúa dejó en manos continuistas: las del
funcionario menemista Carlos Silvani. Continuismo que le dobló la muñeca
a firmes resistencias en el gabinete y que se decidió sin ninguna
explicación pública. Hubiera sido incómodo hacerlo, pues alude a eso de
lo que no se habla, al menos cuando el Presidente mira a las cámaras: la
bolilla negra que el establishment y los mercados conservan respecto de
los funcionarios vinculados con el área económica. Un dato soslayado en
el mensaje del miércoles, un escollo fenomenal a las nobles intenciones
que �con frases cortas, pausas tras cada punto y aparte, y hasta gestos
�a lo Grondona�, como el de sacarse los lentes para mirar a la cámara
haciendo gala de franqueza� prodigó el paternal presidente a la sufrida
comunidad.
Malditos asaltantes
Pero, ya se sabe, si algo difumina a las imágenes inteligentemente
editadas no son sus contradicciones sino la aparición de imágenes más
atractivas. Fue el asalto con rehenes del jueves el que ahuyentó a la
oratoria presidencial de todas las retinas y de casi todas las memorias.
El final a sangre y fuego, con un rehén gravemente herido, fue festejado
unánimemente por la dirigencia política. A su cabeza, tanto De la Rúa
como Ruckauf se deshicieron en plácemes respecto de un resultado y un
modus operandi que privilegia un penoso principio de autoridad a la
integridad física de las víctimas. Así como Ruckauf se esmera por no
dejarle a De la Rúa el monopolio de la imagen democrática, el Presidente
recela de cederle al bonaerense el de la �mano dura�. Sus mensajes
sobre el �por decir lo mínimo� discutible y sujeto a investigación
desempeño policial se parecieron como dos gotas de agua. Un tributo no
irrisorio de ambos al ya mencionado epigrama de Asís.
Malditos locutorios
Con todo, el mayor sarpullido de la semana que le brotó al Gobierno no
fue la inocuidad del discurso del miércoles ni la superposición con
Ruckauf del viernes sino la reconciliación del domingo entre ídem
Cavallo y Gustavo Beliz. �Fue Mingo el que levantó el teléfono�, se
ufanan losbelizistas. �Los sacamos del pulmotor�, se jactan los
cavallistas. Y ambos tienen razón. Aparentemente condenados al segundo y
tercer puesto, los dos ex ministros de Carlos Menem olvidaron sus
rencillas y volvieron a juntar sus pilchas.
La iniciativa partió del que iba segundo detrás de Aníbal Ibarra, quien
más ambiciones tiene y quien más arriesga: el ex de Economía. Al fin y
al cabo, como reconocen en voz muy queda en Nueva Dirigencia, una derrota
honrosa en la interna no sería un baldón para Beliz: le dejaría aún
chances de buscar su lugar en el mundo, �la candidatura natural del
peronismo�. En cambio, para Cavallo sucumbir por medio voto en la
interna significaría el fin de sus ambiciones nacionales.
La propuesta llegó como maná a Beliz en un momento de extrema debilidad,
que sus allegados atribuyen en buena medida a la mano negra de la Alianza.
�Nos hicieron la política del Pac Man forzando las deserciones de Jorge
Telerman y Patricia Pierángeli. Nos quisieron sacar de la pista y
terminaron forzando la coalición...�
La ingeniería, brotada de la necesidad mutua, fue pactada por Beliz y
Cavallo sin consultar ni avisar ni aun a sus manos derechas. El cavallismo
estaba, al despuntar el fin de semana pasado, entretenido en la puja entre
Alberto Iribarne y Marta Oyhanarte por la candidatura a vicejefe de
gobierno. El belizismo destinaba ingentes energías a despotricar contra
el personalismo de �Gustavo�, su falta de muñeca política y dividido
entre quienes propugnaban dejar sin efecto el principio partidario de no
reelección de legisladores y quienes proponían hacer un par de
excepciones sobre el temita. La noticia del pacto llegó como una bomba,
cambió el escenario y �de momento� silenció a ambas huestes,
encolumnándolas tras sus casquivanos y personalistas líderes. Desde
luego, la operación dejó heridos, pero las eventuales facturas se
difieren a futuro, subordinadas a los resultados que no sólo gobiernan al
fútbol.
Cavallo llevó bajo su brazo la propuesta de una interna informática
gerenciada por la empresa española Indra que dispone de una parafernalia
técnica que incluye grupos electrógenos para el caso de corte de luz.
Pero dificultades operativas imposibilitaron el portento. Los españoles
no podían garantizar poner on line velozmente a todos los centros de
cómputos para verificar que no hubiera doble voto. La dificultad podía
ser subsanada pero recién después del domingo 12 de marzo: ocurre que en
esa fecha hay elecciones en España e Indra tiene muchas fichas y
logística puestas allí. Pero, ya para entonces, de nada servirían sus
recursos a Encuentro por la Ciudad.
Entonces, Cavallo propuso el método finalmente consensuado: una votación
telefónica, gerenciada por otra empresa española, que se prolongará
viernes, sábado y domingo �hasta antes del fútbol�. El insólito
método que Cavallo, haciendo gala de una muy discreta pronunciación en
inglés, gusta denominar �e democracy�, es una innovación mundial. La
rareza motivó una discusión novedosa: la posibilidad de que �aparte
del titular del teléfono� pudiera votar otra persona. Beliz, en
principio, aceptó pero luego cambió de parecer: sus allegados lo
convencieron de que eso aumentaba las posibilidades de fraude o
manipulación. Al cierre de esta nota �sábado a la tarde� prevalecía
la posición de Beliz. Para mañana se espera que se firme el contrato con
Telefónica, que embolsará alrededor de 500 mil dólares.
Ambos bandos prometen la victoria. Los belizistas creen que su jefe tiene
mayor arrastre que Cavallo sobre el voto peronista que, todo lo indica,
será central para dirimir la contienda. Se precian de tener militancia
territorial más numerosa que sus antagonistas y consideran crucial el
aporte que puede realizar el secretario general del sindicato de porteros,
José Santamaría, conscientes de que los encargados, como Dios, atienden
en todas partes. Y que los hay en las 28 circunscripcioneselectorales de
la Capital, muchas de las cuales son terra ignota para el cavallismo.
Pero los cavallistas replican que ellos tienen su propia milicia
territorial justicialista, desplegada aún en los distritos porteños
menos paquetes y más afiatada que la de Santamaría: la comandada por
Jorge Argüello e Iribarne. Además confían sotto voce en que la
votación telefónica le otorga un cierto handicap a priori, ya que su
líder tiene más receptividad en ciudadanos con mayores recursos, por
ende con acceso a teléfonos propios, ni qué decir celulares. Eso, sumado
a la ostensible ventaja que tenía Cavallo sobre Beliz en las encuestas
previas, les hace suponer que Mingo vencerá.
Ambos bandos coinciden en fascinarse con la perspectiva de una votación
masiva. �Más de cien mil� prometen aunque, en voz más queda, se
conforman con la mitad. Explican que el método elegido es más cómodo
para el votante que ir hasta una escuela. Recuerdan excitados cuánto
crecieron Carlos Menem, José Octavio Bordón o Fernando de la Rúa
después de ganar primarias multitudinarias.
Están seguros de haber acortado drásticamente la diferencia con la
Alianza y de haber impedido que la elección se definiera en la primera
vuelta. También de que tendrán primacía mediática durante esta semana,
opacando la presentación de Cecilia Felgueras como compañera de fórmula
de Aníbal Ibarra. Y organizan para el domingo no ya la tradicional
felicitación del perdedor al ganador sino un acto grande, tal vez en el
Luna Park.
Maldito epílogo
Los aliancistas aseguran no estar nerviosos, profetizan que las idas y
venidas mellarán la credibilidad y el electorado de los opositores �muy
especialmente el de Beliz� y que la polarización acrecienta la
posibilidad de Ibarra de ganar en una vuelta.
Como fuera, la jugada opositora sacudió la modorra de la elección
porteña y le añadió suspenso. Bastó para eso la creatividad de Cavallo
puesto a proponer ingenierías electorales, generosamente mechada con la
escasez de escrúpulos para desdecirse de los dos ex socios y ex enemigos.
Una creatividad pródiga en amnesia que le da emoción al juego de la
política. Que sobra a la hora de armar listas y de producir pases de
dirigentes y que escasea a la hora de proponer medidas de gobierno que
vayan más allá de la cartilla económica de los organismos financieros
internacionales.
Una creatividad que tuvo la Alianza en su momento cuando plasmó su propia
ingeniería política y que brilló por su ausencia en el discurso
olvidable y ya olvidado que pronunció De la Rúa, hace tanto, tanto
tiempo, antes de la toma de los rehenes.
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