Por Julio Nudler
Los
primeros tres meses de José Luis Machinea no han resultado gloriosos,
aunque es obvio que todavía tiene bastantes cartas en el mazo. Algunas
las mostrará en las próximas semanas, cuando se anuncie el famoso
paquete procompetitivo, que ya acumula un discreto retraso. Lo peor que ha
ocurrido hasta ahora es el desinfle de la reactivación que había asomado
a fines de 1999, pero, al respecto, lo que más dolorosamente afectaría
al equipo económico sería comprobar que el enfriamiento fue culpa suya.
Es decir, consecuencia de la prioridad concedida al ajuste fiscal y,
particularmente, el aumento de la presión impositiva. En tal caso habría
fallado la lógica de las medidas, volviendo confuso el camino ulterior.
Lo que esperaba el elenco aliancista era una mejora en las expectativas,
con una caída de la prima por riesgo-país (es decir, la sobretasa que se
les cobra a los deudores argentinos, empezando por el Estado), gracias al
ataque lanzado contra el galopante déficit fiscal heredado, y que
permitió cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario. Pero esta vez la baja
del riesgo-país no puso en marcha el círculo virtuoso de ingreso de
capitales y expansión económica, y en vez lo que sobrevino fue un
resbalón en los índices productivos y en indicadores de consumo como la
recaudación de IVA o las ventas en supermercados.
Este retroceso debe tener necesariamente su reflejo en el estado de ánimo
del público, ya que a la gente no la hace particularmente feliz consumir
menos. Tampoco ofrece consuelo el crédito bancario, porque ha seguido
cayendo, lo cual contrasta con el prometido desbloqueo de las rutas de
acceso a la financiación. El circuito no ha recibido fondos frescos, pese
a las señales enviadas a los mercados de capitales.
Ahora las expectativas de relanzamiento parecen postergadas hasta mediados
de año, complicando la posibilidad de cumplir con las metas fiscales
porque la recaudación depende del nivel de actividad. Este incierto
panorama explica la tardanza en lanzar el paquete procompetitivo, porque
Hacienda no está muy segura de poder soportar el costo fiscal. Si no
aparecen datos más alentadores, puede predecirse que los anuncios serán
bastante tímidos, para no arriesgar una reacción de desconfianza en los
mercados, a pesar de la ansiedad de Fernando de la Rúa. Hacer otra cosa
implicaría cambiar toda la lógica ortodoxa de la política económica.
Otro fuerte elemento perturbador es la persistente sensación de
resquebrajamiento o naufragio del Mercosur, que elimina la principal
razón para invertir en la Argentina, salvo para la explotación de
recursos naturales. Hasta ahora no hay señales de un decisivo compromiso
brasileño con la integración, y lo que los gobernantes argentinos hagan
no es determinante. Pero, al menos, Brasil está volviendo a crecer, y en
ello se funda la optimista proyección oficial de un repunte del 18 por
ciento en las exportaciones argentinas durante este año. Así, el sector
externo debería operar de (modesta) locomotora, ya que no lo harán el
consumo ni la inversión.
La tremenda suba del petróleo y la caída del euro frente al dólar, que
revalúa al peso contra Europa, componen un escenario mundial bastante
menos amigable del que esperaban los hombres de Machinea para poder
manejarse con los profundos desafíos que plantea la convertibilidad. Si
el mundo no ayuda, todo el trabajo tendrán que hacerlo ellos, para lo
cual el Gobierno deberá mostrar mucho más coraje político frente a los
grandes intereses, trátese de la banca, de los servicios públicos
privatizados o de otros conglomerados que determinan los costos de
producción.
Una de las cuestiones más serias que insinúa la decepcionante reacción
de la coyuntura ante el ajuste presupuestado aplicado por el Gobierno es
si esa estrategia se volvió insuficiente para reestablecer la confianza
en el futuro de la economía argentina. Es decir, si invertir aquí
resultará rentable. La evidente sobrevaluación del peso y las dudas
sobre la integración con Brasil soplan en contra, y para contrarrestar
ese viento hará falta un cambio muy significativo en la estructura de
estímulos. El discurso con que De la Rúa abrió el miércoles el año
legislativo, con su alta dosis declamatoria y su falta de anuncios
concretos, revela el desconcierto frente a las restricciones de la
realidad. Dentro de esta indecisión brotan reflejos defensivos, como las
presiones de la Unión Industrial o el compre local que quiere imponer
Carlos Ruckauf, y es poca la claridad que baja desde el poder central. Con
los primeros indicadores negativos ante los ojos, Economía tiene que
actuar por reacción, con los nervios del equipo que ya está perdiendo 1
a 0. Como metáfora, la chapuza de la hora oficial puede ser ilustrativa:
el Gobierno, sentado ante el reloj, no ha conseguido decidirse a mover o
no las agujas.
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