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OPINION
Un salto hacia atrás
Por Claudio Uriarte

Con sus 30 metros de caminata y abrazos a jefes militares, empresariales y políticos tras su aterrizaje del viernes en Santiago, el Capitán Benemérito del Ejército Chileno Augusto Pinochet Ugarte se las arregló para hacer retroceder las agujas del reloj de la transición a la democracia en Chile a una posición aun anterior de las que marcaban antes de su sorpresivo arresto en Londres, hace casi 17 meses. Porque lo que se proyectaba como el regreso de un anciano decrépito y devaluado se pareció más a la ceremonia de restauración de un rey. Enseguida vinieron los disturbios callejeros, la sangre, la división y el odio, así como conatos de insubordinación militar, todas estas características del reinado de ese monarca después de que abandonara la jefatura del Estado, hace 10 años. Lo peor de Chile salió a flote. Porque el arresto del general en Londres lo había incapacitado para seguir ejerciendo su rol como jefe natural de la derecha, mientras su saludable y burlón regreso triunfal tras haber sido liberado por Gran Bretaña por �motivos humanitarios de salud� lo restaura en ese rol, ese reinado.
Esto es profundamente negativo para la transición a la democracia en Chile, cuyos puntos más altos se habían dado hasta el momento en las elecciones presidenciales de diciembre (con ballottage en enero). Allí habían ocurrido dos novedades trascendentales. Primero, que Ricardo Lagos fue elegido como presidente, marcando la primera vez que un socialista llega al poder desde la traumática experiencia de Salvador Allende, que desembocó en el golpe de Estado de Pinochet en 1973. La segunda, que Joaquín Lavín, el candidato de la derecha, había logrado su votación record precisamente por la vía de desmarcarse de Pinochet y de lanzar una campaña de tono y estilo fuertemente populista que atravesó las divisiones tradicionales para llevar su discurso a las clases más pobres. Por un momento, pareció que la derecha se modernizaba, lo que no es pequeña cosa: Lavín es mejor que Pinochet en la medida en que la democracia es mejor que la dictadura.
Por desgracia, el exhibicionismo pinochetista del gran retorno desvanece esa ilusión. Salvo Lavín, todos los jefes de la derecha dijeron presente en el aeropuerto. Y también lo hicieron los jefes militares en actividad y los empresarios. Después salieron a la calle unos jóvenes que no vivieron el gobierno de Allende, y cuyo pinochetismo rabioso autoriza a calificarlos como protofascistas. Este es un pésimo comienzo para Lagos, y posiblemente un aborto político para Lavín.

 

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