Por Luciano Monteagudo
�Yo
tenía todas las características de los seres humanos �carne, sangre,
piel, pelo�, pero mi despersonalización era tan intensa, se había
hecho tan profunda, que la capacidad habitual para sentir compasión
había quedado erradicada. Me limitaba a imitar la realidad, tenía un
tosco parecido con un ser humano y sólo me funcionaba un oscuro rincón
del cerebro. Estaba pasando algo horrible y sin embargo no lo podía
determinar con claridad...�
¿Recuerdan esa voz? Sí, es Patrick Bateman, el célebre American Psycho,
el más siniestro asesino serial de la literatura contemporánea, el
monstruo creado por Bret Easton Ellis como la encarnación in extremis del
brutal materialismo surgido al amparo del boom financiero de fines de los
años 80. Si los exitosos yuppies de Wall Street ignoraban a los pobres,
Bateman directamente los mataba a cuchillazos; si un rival en la Bolsa le
ofrecía competencia, Bateman lo descuartizaba con un hacha; si entre su
grupo de pertenencia era común despreciar a las mujeres, Bateman llegaba
hasta el fondo: les cortaba la cabeza y las guardaba de recuerdo en el
congelador.
Bueno, sucede que casi diez años después de la primera edición de la
novela de Ellis, ahora Bateman ha vuelto. No es precisamente un regreso
con gloria, pero la versión cinematográfica de un texto que se creía
imposible de llevar a la pantalla nunca podría haber pasado inadvertida.
Y eso fue seguramente lo que tuvo en cuenta el reciente Festival de
Berlín cuando incluyó en su programación oficial del Berlinale-Palast
American Psycho, el film dirigido por Mary Harron y protagonizado por
Christian Bale.
Ya en 1992, el productor independiente Edward R. Pressman (que supo
respaldar, entre otros directores, a Terrence Malick, Oliver Stone y Abel
Ferrara) se había entusiasmado con American Psycho, pero no sabía muy
bien qué hacer con ese material que contenía sexo y violencia
explícitas como ningún otro texto que hubiera llegado a las puertas de
Hollywood. De hecho, la editorial Simon & Schuster, que originalmente
le había adelantado a Ellis una jugosa suma por la publicación de su
novela, fue la primera en rechazarla cuando recibió los originales (en
Estados Unidos, la novela finalmente la editó Vintage Books y en los
países de habla hispana, Ediciones B). Por lo menos tres adaptaciones
diferentes llegó a manejar Pressman cuando la directora Mary Harron
entró en el proyecto y ofreció su propia versión. Corría 1997 y Harron
ya tenía a sus espaldas el éxito de su primera película, I Shot Andy
Warhol, premiada de Sundance y honrada con la apertura de la �Quincena
de los realizadores� del Festival de Cannes. Parecía la persona
indicada.
Las cosas, sin embargo, no le fueron fáciles. Su primera opción para el
personaje de Patrick Bateman parece que siempre fue el actor inglés
Christian Bale (el niño de El imperio del sol, el periodista de Velvet
Goldmine). Pero el estudio Lion�s Gate, asociado con Pressman, quería a
Leonardo DiCaprio, por entonces ocupado en Titanic. Si al finalizar la
superproducción de James Cameron DiCaprio hubiera dicho que sí, no sólo
Bale habría desaparecido de escena, sino también Harron, al mismo tiempo
que el presupuesto se hubiera elevado por las nubes. Pero después de
muchas cavilaciones, el joven Leo se echó atrás, quizá porque
interpretar a un sanguinario serial killer hubiera decepcionado a millones
de adolescentes del mundo. Prefirió irse a La playa con Danny Boyle y
American Psycho quedó entonces tal como estaba, con Harron y Bale al
frente del proyecto y un módico presupuesto de seis millones de dólares,
poca cosa para las cifras que habitualmente maneja Hollywood.
El resultado es previsiblemente decepcionante. Es verdad que el comienzo
no está nada mal, por ejemplo los títulos, que discurren elegantemente
mientras la cámara enfoca unos típicos platos de la nouvelle cuisine, en
los que no se sabe bien si la decoración es alguna sofisticada salsa
deguindas o más bien un chorro de sangre. La primera mañana que vemos de
Bateman frente al espejo, mientras se aplica una máscara facial, también
está en el espíritu de la novela, con esa frenética enumeración de
marcas y productos para embellecer el cuerpo, esa obsesión por la
perfección exterior, que no alcanza a ocultar el horror que se esconde
detrás de todas esas lociones y tónicos. La música que pide la novela
también está, particularmente ese infierno pop �Genesis haciendo �In
Too Deep�, �Susudio� por Phil Collins; Huey Lewis con �Hip to Be
Square�� que le dio un sonido a su época. �Encontré que la música
que le iba mejor a la película �declaró Harron en Berlín�, era el
pop más rítmico, brillante y satinado, que simboliza el anhelo de los
años 80: ser rico, despreocupado y pasarla bien�.
Lo que le falta a American Psycho como película es la ferocidad sin
atenuantes de la novela. Es verdad que el texto de Bret Easton Ellis tiene
humor �un humor más oscuro que el negro�, pero eso no convertía
necesariamente a la parábola de su protagonista en una sátira. En todo
caso, la novela era un diagnóstico, un análisis clínico de un
determinado momento de la sociedad de consumo, llevada hasta sus últimas
consecuencias. Por el contrario, lo que intenta el film es una sátira,
algo obvia (Ronald Reagan dando un discurso desde una TV, para que nadie
se confunda de momento histórico) y demasiado ligera para lo que
proponía el libro. Allí donde la novela operaba por acumulación �de
nombres, de marcas, de lugares de moda� la película trabaja
necesariamente por sustracción, intentando sintetizar un texto aluvional,
que esencialmente se resiste a la síntesis.
Por lo demás, ya se sabe que en Hollywood �el último imperio puritano�
algunos temas siguen siendo tabú. Como el sexo, por ejemplo. A tres
semanas de su estreno en Estados Unidos (el 14 de abril) ahora se viene a
saber que, a pesar de las precauciones de Mary Harron �¡filmó una
orgía escondiendo a sus participantes bajo una sábana!�, la compañía
productora Lion�s Gate eliminaría un ménage à trois entre Patrick y
dos prostitutas, para que la película no sea alcanzada por la
calificación NC-17 (no apta para menores de 17), que le restaría una
importante porción de público. Eso sí, nadie parece haberse molestado
por el uso que el bueno de Patrick le da a su motosierra.
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