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Es ponderable lo de Matteoni:
ningún argentino llegó a campeón del mundo a los 39 años. Pero a su
legítima consagración ante el italiano Giusseppe Ferrazzo (a quien batió
por puntos en 12 rounds en San Bernardo) hay que tomarla con delicadas
pinzas: entre los medio pesados, Roy Jones, uno de los cinco mejores
boxeadores de la actualidad, manda sin discusión para el Consejo, la
Asociación y la Federación. Y el campeón de la Organización, el polaco
Dariusz Michalzcewski, acumula 18 defensas, impresiona por su solidez y
es, junto a Naseem Hamed y Vitali Klitschko, uno de los tres mejores
boxeadores europeos del momento. Ellos dos y nadie más pueden ser
considerados campeones mundiales. Los avala su record, su pasado y su
presente.
En cambio, nadie sabe cómo
hizo Matteoni para llegar a la chance que tan bien aprovechó, después de
haber combatido nada más que 12 veces en 9 años ante rivales de escaso
vuelo. Ni cómo fue que la UMB escogió a Ferrazzo (un italiano que se
gana la vida en Suiza trabajando de croupier en un casino) como su
adversario para disputar el título vacante de la categoría, siendo que
ni siquiera es un mediopesado y que no está ranqueado ni por la Federación
Italiana, ni por la Unión Europea ni por ninguno de los organismos
internacionales de más peso. A los campeonatos del mundo los prestigia el
nivel de sus aspirantes. Y, con los antecedentes de cada uno puestos sobre
la mesa, ni Matteoni ni mucho menos Ferrazzo parecían las personas
indicadas para disputar esa corona como cualquier otra.
Sin embargo, fueron e hicieron
un espectáculo digno aunque sin la jerarquía de una pelea de gran
escenario. Pero ni la limpia e incuestionable victoria de Matteoni en
fallo unánime ni su medida alegría del final pueden llamar a confusión.
En el mejor de los casos, Matteoni ganó apenas una pequeña tajada del título
mundial de los medio pesados, seguramente la menos sabrosa. Y deberá
conservarla sabiendo que no puede pretender los bocados más apreciados
(los títulos de Jones y Michalczewski) y que a su edad, más cerca de los
40 que de los 39 años, sólo le queda resto para un par de defensas por
bolsas razonables antes de que caiga el telón de una campaña irregular,
pero importante en lo estadístico. Curioso presente éste del boxeo
argentino, al que ni siquiera un campeonato del mundo ganado con armas
nobles y en buena ley es capaz de sacudirle el escepticismo. Es que en otros tiempos, ser campeón del mundo era sinónimo de ser el mejor del mundo. Pascualito, Monzón, Galíndez, Laciar y Julio César Vásquez por ejemplo, fueron sin duda, los mejores de su categoría en el lapso que les tocó reinar. Aquello que hoy no existe más: boxeadores capaces de garantizar triunfos donde fuera. De cinco años a esta parte, en cambio, sólo ha habido frágiles campeones de ocasión que pasaron de largo sin haber hecho historia y a veces, sin siquiera haber ganado la pelea de su consagración (Juan Domingo Córdoba, Hugo Soto y Víctor Godoi). O como Barrios y ahora Matteoni, campeones de versiones menores que tienen por encima, campeones indiscutiblemente mejores que ellos. Barrios lo sabe y por eso le apunta en mayo al título liviano de la FIB en el primer paso de una escalada hacia destinos más ambiciosos. Matteoni, desde ayer, también lo sabe. Pero no puede hacer nada. El almanaque le juega en contra y además, Jones y Michalczewski le son inaccesibles. Por eso tendrá que conformarse con lo que tiene entre sus manos: un premio consuelo, el título de la UMB. Quizá lo único a lo que puede aspirar el boxeo argentino así como está.
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