Los
Archivos del Estado de Israel hicieron públicas las memorias del jerarca
nazi Adolf Eichmann. El objetivo es que sirvan como prueba en un proceso
judicial en Londres sobre la negación del Holocausto, pero ofrecen una
posibilidad única de conocer en sus propias palabras a uno de los mayores
arquitectos y obreros del genocidio. Eichmann fue ejecutado en 1962 en
Jerusalén, luego de que la Mossad lo capturara en Argentina. |
Esto a veces no se percibe,
dado que nadie cultivó más asiduamente la imagen de la "banalidad
del mal" --en la célebre frase de Hannah Arendt, que cubrió el
juicio desde Jerusalén enviada por la revista New Yorker--. Gran
parte de las 1300 páginas de las memorias de Eichmann consisten en frías
descripciones burocráticas sobre el exterminio. Una de las pocas
emociones aparece cuando Eichmann describe su primera y única confrontación
a los campos de exterminio en acción: "No pude ni siquiera mirar;
intentaba desviar la vista de lo que estaba sucediendo... los gritos y
alaridos". Ese patetismo permea toda su autobiografía. Como un
hombre inocente involucrado en una operación que llena su mente de
horror, Eichmann enfatiza su desagrado por lo que hacía, como una manera
de argumentar que sus acciones fueron de alguna forma involuntarias.
"Tuve que presenciar la locura del exterminio, fui uncido como uno más
entre muchos caballos y no podía escaparme ni a la izquierda ni a la
derecha a causa de la voluntad del conductor y de sus órdenes".
Esta es, por supuesto, una
mentira. El estudio de la vida de Eichmann muestra a alguien que en efecto
encontró muy buenas razones internas para hacer lo que hizo. Su carrera
en las SS se inició en 1932, y fue asignado inicialmente como un simple
mecanógrafo en el Servicio de Seguridad (SD) del partido nazi. Pero en
poco tiempo se distinguió por efectuar investigaciones extraoficiales. Así,
por su propia iniciativa, recaba más información para sus superiores.
Estos lo recompensaron, y le encargaron el estudio de la comunidad judía
alemana. Eichmann mostró una enorme disposición para la tarea. Asistió
a encuentros religiosos, estudió la Torah con un rabino, y visitó
numerosas barriadas judías en ciudades alemanas y austríacas. Todo el
tiempo tomaba notas y organizaba archivos que no olvidaría unos años más
tarde. Cuando Alemania anexionó a Austria en 1938, Eichmann organizó la
deportación de los judíos de Viena. Después repetiría la operación en
Praga. Participó de la conferencia de Wansee (donde se dieron las órdenes
oficiales para la implementación de la Solución Final) y fue designado a
cargo de la sección Ab-IV de la Gestapo, cuya tarea era coordinar y
organizar el exterminio. En todos estos cargos, Eichmann se destacó como
un burócrata muy eficaz, que al mismo tiempo revelaba una característica
tan preciada como inusual en la Alemania nazi: la lealtad. Esas características
explican en parte su vertiginoso ascenso en el interior de un Estado que
ya era indistinguible de las SS.
Pero una explicación completa
de Eichmann necesita atender a otros aspectos. Eichmann nunca pudo tolerar
de cerca la violencia ni la confrontación con el aspecto sangriento de la
ideología nazi. Pero eso no significa que la única satisfacción que
extraía de su trabajo era la de una alta eficiencia burocrática. En 1944
se jactó de que "saltaría con gusto dentro de fosas comunes, ya que
sé que en ellas yacen 5 millones de enemigos del Estado". Varias
veces luchó exitosamente para que el ejército alemán no le quitara
ninguno de los trenes que necesitaba para transportar a las víctimas a
los campos de exterminio. En 1944 desafió una orden directa del jefe (Reichsführer)
de las SS Heinrich Himmler y ordenó el transporte de 1500 judíos húngaros
a los campos de exterminio. Estos actos fueron más allá del cumplimiento
normal de tareas, y evidencia un placer de poder participar, no obstante
sus debilidades, en las tareas genocidas que le asignó "el
conductor".
Eichmann era un nazi convencido
quien nunca dudó acerca de lo que eso conllevaba. El mismo título que
sugirió para su autobiografía, "Falsos Dioses", admite que el
tema central de su vida fue la adoración de esos dioses: "Serví a
los dioses con todo mi ser y fe, no había nada que no hubiera hecho por
ellos". Eichmann parece querer hacernos creer que lo hizo cuando fue
confrontado con las órdenes de la Solución Final, tras las cuales sólo
siguió encadenado a su oficina por la inercia y represión inherentes en
cualquier burocracia. Sin embargo, la vida de Eichmann demuestra, como en
la mayoría de sus camaradas, la inhabilidad final de sus dioses para dar
un sentido al monstruoso crimen que habían cometido. Y con ello terminó
con su fe. Fueron quizá espectáculos como el de Himmler recibiendo al líder
del Consejo Judío Mundial en 1945 y exclamando "¡Bienvenido a
Alemania! Es hora que el nacionalsocialismo y los judíos enterremos
nuestra disputa", lo que parecen haber convencido a Eichmann de que
sus dioses eran de hecho falsos. Los sacrificios que Eichmann realizó por
sus dioses no lo alejaron de su religión. Fue solamente cuando los mismos
dioses se revelaron apóstatas que se dio cuenta de que eran
"falsos".
Es por este motivo que, más allá de su hipocresía intrínseca, el que Eichmann llame al Holocausto uno de los "mayores crímenes de la historia" en realidad no significa nada. Su "religión" consistió precisamente de revestir ese crimen con el sentido que le dictaron sus dioses. Su arrepentimiento no fue tanto por el crimen en sí. Fue más bien por haberlo cometido, como uno de sus más devotos seguidores, en nombre de personas y causas que probaron no estar a la terrible "altura" que él mismo alcanzó.
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