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--¿Cómo
recibió el ofrecimiento de encarnar a Hitler?
--No lo pensé por el lado de
que era Hitler. Me gustó el hecho de hacer una obra con Lavelli y también
que es una obra grande, de muchos actos. Y además, que es cómica, porque
venía de hacer Almuerzo en casa de Ludwig W. y estaba podrido de llorar.
Quería que se escucharan las risas del público. Incluso acepté sin
haber leído todo el libro, porque sólo me habían dado el primer acto.
--¿Cómo es meterse en la piel
de Hitler?
--Me duelen todos los huesos
(risas). Tengo que subir y bajar escaleras, usar ropas de cuatro centímetros
de grosor, cagarme de calor... Estoy sintiendo el campo de concentración
en mi cuerpo. Es una obra dura de hacer, un trabajo muy exigente. Pero
meterme en la piel de Hitler... No lo pienso como Hitler, es un tipo joven
que viene del campo y que después se va a transformar. Es una farsa,
aunque no sé bien qué quiere decir eso. Es grotesca, cómica, casi una
caricatura. No es el Hitler que uno necesitaría ver los videos y
estudiarlo para componer el personaje. La obra tiene una parte medio
payasesca en la relación con Herzl, que es el otro personaje principal.
--Parece un contrasentido
mencionar las palabras "Hitler" y "divertido" juntas.
--Sí, es muy loco. Ese es el
chiste de la obra: el público va a estar riéndose y, al mismo tiempo,
preguntándose de qué se ríe. El personaje es un bruto de campo, joven,
con unos bigotazos
--¿A qué conclusión llega la
obra?
--La obra plantea el tema del
perdón como la solución a toda la mierda en que vivimos, pero como una
solución imposible en lo práctico. Y con humor, a la vez. Hitler queda
como un mamarracho, como un boludo que se toma todo en serio, que no
soporta los chistes porque siempre se olvida el final, que prefiere la
vida en serio y el decoro. El llega a Viena con veleidades de pintor, lo
que es un hecho histórico, pero es un mediocre total. La obra tiene algo
de varieté, algo así como números: en un momento, Hitler muestra sus
cuadros y son horribles. Todo es "al atardecer"; la va de poético,
pero no tiene sentimientos, no sabe llorar.
--Aun a sabiendas de que usted
detesta hablar de métodos actorales, ¿puede explicar cómo compuso este
personaje?
--El sistema de trabajo de
Lavelli es muy diferente de lo que generalmente se hace acá. Podría
decirse que es casi un puestista, porque primero dibuja cada acto, pone la
obra: movimientos, a veces hasta tonos. Aprovecha el espacio de un modo
increíble; es un maestro en eso. Y después que dibuja todo, uno trabaja
en su casa. Para adaptarme a ese sistema, al principio llegué tranquilo y
actué poco --que es algo que pone nerviosos a los directores--, porque
necesitaba absorber la energía grupal y ver qué sucedía. Después entré
a trabajar el personaje, aunque no sé bien cómo. Además, con este
dibujo que él hizo, no era cuestión de ponerse a improvisar ni hacer una
búsqueda stanilavskiana, gracias a Dios. Porque eso de ir al zoológico
para estudiar cómo camina el pelícano... (risas).
--Lavelli declaró que pensó
en usted porque necesitaba "gente libre e imaginativa, que no esté
sometida a criterios psicologistas".
--Es que hubiera sido un
disparate elegir un actor de ésos del pelícano para hacer esta obra,
porque es como un grotesco. Si uno se pusiera a buscar la psicología del
texto, sería un boludo. La locura la tengo, aunque, por ahora Lavelli no
me dejó usarla mucho, así que no sé bien para qué buscó eso (risas).
Vamos a ver qué pasa en estos ensayos que faltan. Los actores ya tenemos
pensado destrozar todo por completo. Lavelli no lo sabe, se va a enterar
por esta nota.
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