En Austria, el problema no es Joerg Haider sino
que casi el treinta por ciento de la gente lo crea el hombre indicado
para gobernar el país, convicción que los improperios lanzados
contra él por los demás europeos no han demolido. En Chile, lo
preocupante no es que Augusto Pinochet haya saltado de su silla de
ruedas como un muñeco de resorte al llegar al suelo patrio, para
consternación de Jack Straw y júbilo de los pinochetistas como de
sus enemigos jurados, sino que a pesar de la difusión de los detalles
de lo que sucedió durante la dictadura, una parte importante de la
sociedad chilena haya seguido considerándolo su "Tata",
mote que, como sabemos, suele usarse en las provincias más atrasadas
para honrar al cacique local. Mientras una proporción significativa
de los austríacos y chilenos se obstine en admirar a personajes como
ellos, los peligros que éstos encarnan se mantendrán latentes aunque
Haider abandonara la política y Pinochet muriera en los próximos días.
Por los motivos que fueran,
líderes de muchos países occidentales han sumado sus voces al coro
que desde hacía años ha estado denunciando a los dos neonazis, pero
por ahora los resultados de su intervención han sido poco felices.
Parecería que Haider es aún más popular que antes gracias a las
presiones extranjeras y que Pinochet todavía cuenta con una legión
de aduladores. Con todo, hay una diferencia. Si bien es probable que
la xenofobia que representa Haider continúe creciendo en Europa al
aumentar la inmigración desde latitudes más pobres, en el Cono Sur
las perspectivas ante el pinochetismo son menos promisorias por
tratarse de un fenómeno ya desactualizado que se alimenta
principalmente de la nostalgia y de una forma perversa del
nacionalismo.
La humillación sufrida por
Pinochet, la cual no fue borrada por su repentina metamorfosis de
anciano senil en abuelo pletórico de vida, ha contribuido a la tarea
de eliminar lo que significa de la lista de opciones respetables;
ahora la justicia chilena tiene una oportunidad para rematar la faena
si se las arregla para obligarlo a elegir entre la muerte civil de
quienes por razones de salud son tratados como idiotas inimputables, y
un peregrinaje denigrante por los tribunales. Es de esperar que se
anime a hacerlo: de lo contrario Chile seguirá siendo una democracia
a medias y los pinochetistas continuarán aferrándose a la idea de
que, como aquellos veteranos de la SS elogiados por Haider, son las únicas
personas decentes con las agallas necesarias para permanecer fieles a
sus principios que quedan en este mundo decadente.
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