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Qué futuro se juega hoy de costa a costa en EE.UU.

 

Las internas de hoy manifiestan la lucha  entre los aparatos partidarios y los candidatos que se atrevieron a desafiarlos. 

 

El precandidato republicano y gobernador de Texas, George W. Bush


Por Claudio Uriarte
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El resultado de las superinternas que se desarrollan hoy en Estados Unidos, donde demócratas y republicanos en dieciséis Estados votan por el candidato que prefieren para competir por la Casa Blanca en noviembre, se proyectará en dos dimensiones: la naturaleza del Partido Republicano que debe salir a luchar contra Al Gore y el legado clintoniano de ocho años de prosperidad nacional ininterrumpida, y el carácter del gobierno que dirigirá el destino político de la República Imperial hasta al menos 2005.

  Del lado demócrata, el resultado es cantado: Bill Bradley no tiene prácticamente chance contra Gore. Es en el lado republicano donde aparece la batalla más interesante. El "Supermartes" es llamado así porque entre los dieciséis Estados en los que se vota están los más poblados, California y Nueva York, que aportan la mayor cantidad de delegados a las respectivas convenciones partidarias y tienden a ser, por lo tanto, los que hacen o deshacen las candidaturas. En el bando republicano, el candidato del establishment partidario es George W. Bush Jr., un político muy endeble que sólo logró destacarse por ser el hijo de su padre (el ex presidente George Bush) y porque su candidatura surgió en medio del impeachment contra Bill Clinton, cuando el Partido Republicano estaba dominado por ultramoralistas impresentables como Henry Hyde o el fiscal especial Kenneth Starr. Contra estos títeres de la derecha cristiana (y con Bill Clinton bajo asedio), el gobernador de Texas lucía casi como un estadista.

  Hasta que apareció John McCain, el directo y agresivo senador por Arizona, ex héroe de la guerra de Vietnam y político extremadamente dotado, que lanzó dos insurgencias: contra el clintonianismo en sus peores aspectos --el oportunismo permanente y la indiferencia a la política exterior, de los cuales George W. constituye una clonación republicana de tercera categoría-- y contra el cerrado y oligopólico sistema republicano de financiamiento de campañas, que garantiza que el candidato sea elegido siempre por el dedazo de un establishment compuesto --según pasan los años-- por individuos cada vez más ancianos, más cerrados y menos en contacto con la dinámica política a nivel nacional.

  Desde la revolución conservadora de Ronald Reagan en los años '80 hasta ahora, el efecto ha sido que el partido es crecientemente rehén de su tendencia más militante y mejor organizada, la derecha cristiana, que sin embargo es minoritaria en el plano nacional. El clímax de su apogeo fue la nueva revolución conservadora de 1994, cuando las elecciones parlamentarias se volvieron un referéndum contra Bill Clinton. Pero desde entonces, y con un Clinton camaleonesco cooptando sutilmente los aspectos menos irracionales del programa conservador, han ido de derrota en derrota: su vergonzosa persecución a Clinton les mereció el voto castigo del electorado en las elecciones parlamentarias de noviembre de 1998, y la prosecución obcecada del impeachment aun después de esa paliza los dejó convertidos en algo así como una cloaca política.

  Desmarcándose de esos sectores, George W. brilló fugazmente, hasta que la insurgencia de McCain y sus propias insuficiencias le cerraron la vía rápida a la nominación, que parecía tener garantizada. New Hampshire, Arizona y Michigan votaron por McCain. En estado de pánico, Bush Jr. corrió a buscar refugio en aquellos mismos sectores de los que antes se había desmarcado: concretamente, la derecha cristiana. Un resultado hoy es que más o menos cada cabeza pensante en el Partido Republicano esté con McCain --de Henry Kissinger a Jeane Kirkpatrick o Bill Krystol--, mientras que cada ultracristiano y racista esté con George W. --como el reverendo Pat Robertson o la Universidad Bob Jones de Carolina del Sur, que segrega a los católicos y prohíbe las salidas románticas entre estudiantes de razas diferentes--.

  Por eso este "Supermartes" cuenta. Si se impone nuevamente el aparato, George W. se encamina hacia una derrota catastrófica contra Al Gore en noviembre, y el Partido Republicano entra decididamente en su Edad Oscura. Pero si triunfa --o al menos sobrevive-- McCain, el resultado de noviembre puede ser dirimido a un nivel más alto, lo que jerarquizaría el training del futuro presidente --sea quien sea-- y a la vez aportaría la novedad ampliamente positiva de que el partido natural de la derecha se corra al centro y deje de ser el feudo de sus elementos más reaccionarios y minoritarios. Eso es lo que está en juego hoy.  

 

Regreso sin gloria del Vietnam israelí

El Gabinete israelí respaldó unánimemente el domingo la decisión del premier laborista Ehud Barak de retirar las tropas que desde 1982 ocupan una "zona de seguridad" en el sur del Líbano (foto). Hasta el momento, la ocupación costó alrededor de 1000 soldados israelíes muertos y muchos más heridos. Un hecho que le valió al sur del Líbano el nombre de "Vietnam israelí". El Gabinete de Barak anunció que su ejército se retiraría antes del fin de julio. Inclusive en el caso de que para ese entonces no se llegara a un acuerdo de paz con Siria, que de hecho ejerce el poder en el Líbano. La guerrilla islámica Hezbollah, responsable de la mayoría de las bajas israelíes, cantó ayer victoria al proclamar que "un pequeño país árabe repelió la invasión sionista". La coalición oficial siria se manifestó "muy contenta con una retirada unilateral e incondicional".

 

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