Por Diego Fischerman
La
revista especializada francesa Jazz Magazine terminaba su crítica del
disco anterior de Pat Metheny (la banda de sonido para una película
ignota) con un �menos mal que sale pronto su disco en trío�. Y su
disco en trío salió. Lo que resulta revelador del perfil de este músico
no es solamente que Trio 99-00 es un álbum notable sino que, casi con
obviedad, es totalmente diferente del anterior. Si en su aproximación a
la música para la imagen la hipótesis creativa de Metheny era demasiado
cercana a la new age y a la contemplación más bien abúlica, en este
trío con los excelentes Larry Grenadier (contrabajista habitual del
pianista Brad Mehldau) y Bill Stewart (uno de los mejores bateristas del
momento) llega a niveles sorprendentes de fuerza y creatividad.
�No creo en los estilos�, había dicho el guitarrista en una
entrevista con Página/12. �Pienso más bien en otros términos, en una
cuestión de espíritu. La manera de tocar, para mí, es más importante
que lo que se toca. Hay diversas maneras de comunicar algo musicalmente.
Mucha gente quiere o admira a los músicos de manera lineal. Les pide
siempre lo mismo. Pero yo no pienso jamás que tal música pueda ser más
o menos apropiada para mí por el hecho de que pueda encasillarse en un
estilo determinado o no.� Su trayectoria, en todo caso, hace realidad
esas palabras. Desde el jazz smooth de American Garage al experimentalismo
de Song X �con Ornette Coleman� o del fallido Zero Tolerance for
Silence hasta el jazz más ortodoxo de Rejoicing o de su maravilloso disco
debut, Bright Size Life, con Jaco Pastorius en el bajo. Desde el homenaje
al folk de As Falls Wischita Falls o de Beyond The Missouri Sky (en dúo
con el contrabajista Charlie Haden) al homenaje al maestro de su último
dúo con Jim Hall. Desde el grupo con Lyle Mays (con el que llegó a
hacerse tan popular en Buenos Aires como casi cualquier estrella pop) a su
participación como sesionista de lujo con Herbie Hancock, con Michael
Brecker o en aquel histórico álbum en vivo de Joni Mitchel. �Es que
por ahí mi cara es justamente ésa: el tener mil caras�, decía Metheny
en ese mismo reportaje. �Soy alguien que no se conforma con un solo
estilo; me gusta tocar la guitarra todo el tiempo y no me gusta tocar
siempre lo mismo, así que no me queda más remedio que variar de estilos.
Busco todo el tiempo. La historia del jazz es tratar de sorprender
haciendo lo que anda dando vueltas por ahí: canciones de Broadway, blues,
canciones de trabajo. Lo que pasa es que hoy, simplemente, las cosas que
andan dando vueltas son otras.�
La presentación de Trio 99-00, recién publicado por Metheny Group
Productions (una pequeña compañía independiente distribuida por
Warner), es casi minimalista. Letras negras con el nombre del guitarrista,
letras blancas con el del disco, fondo gris. En la contratapa, con el
mismo formato, nombres de canciones, de los músicos y número de Barcode,
como si se tratara de la carátula del master y no del disco comercial. La
tapa es apenas una hojita, como en los discos de recontraoferta. Y tanto
despojamiento no hace otra cosa que poner en primer plano la riqueza de la
música. Un tema, el segundo, sirve como ejemplo. El pie rítmico remite a
la bossa nova, los bajos de la guitarra toman el tema sin aditamentos de
ninguna clase. Apenas una línea melódica tocada en los graves, con un
contracanto del contrabajo y una batería voluntariamente ceñida
(todavía) a un plano secundario. Después: la explosión. El tema es uno
de los más bellos (y más difíciles de tocar) de todo el género. Los
acordes cambian con cada pulso y esos son los pasos de gigante (giant
steps) de los que habla el título de John Coltrane. Un tema de Wayne
Shorter (�Capricorn�), otro de Strouse y Adams (�A Lot of Livin�
To Do�), dos compuestos en conjunto por Metheny y Lyle Mays (�Lone
Jack� y el hermosísimo �Travels� con que se cierra el disco), más
siete escritos por el guitarrista son el material sobre el que se
construye este disco memorable. El nivel de virtuosismo y la musicalidad
de cada uno de los tres músicos que participan ya alcanzaría para la
recomendación más efusiva. Pero, además, aquí puede encontrarse de
sobra eso que algunos llaman swing y que resultade una suma entre sentido
rítmico, capacidad de disfrutar mientras se toca, vocación por hacer
fácil lo difícil y, sobre todo, interacción.
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