De globalizaciones
Por Juan Gelman |
|
El ministro del
Interior británico Jack Straw liberó a Pinochet. Pensará que en materia
de �razones humanitarias� uno tiene más que muchos otros. Este ex
izquierdista se ha permitido además advertir que �toda tentativa de
proceso a una persona en el estado en que se encuentra el senador Pinochet
no sería equitativa en país alguno�. Es decir, tampoco en Chile. No se
ha escuchado hasta el momento protesta alguna del gobierno chileno ante
esta nueva intrusión del principio de extraterritorialidad que tanto
combatió en aras de regresar al dictador a Chile. Los próximos genocidas
no tendrán problema: bastará que se descuiden y dejen agarrar sólo
cuando están viejos, y que tengan �o finjan tener� un Alzheimer para
eludir a la Justicia.
Se ha visto que Pinochet está bastante menos enfermo de lo que afirmó y
reiteró Jack. También se ha visto que la gravemente enferma es esta
clase de democracia que solemos padecer. Los muy democráticos gobiernos
de Francia, Bélgica y Suiza, que habían pedido asimismo la extradición
de Pinochet para juzgarlo, �se decepcionaron�, �deploraron�, pero
declinaron cuestionar la decisión de Straw. Lo mismo el gobierno
español, claro está. Y todos propinaron a las víctimas del general
frases de compasión tintas en una hipocresía íntima amiga de la
obscenidad. Straw es autor de otra frase conspicua: �Un proceso contra
el senador Pinochet, por muy deseable que fuera, no es posible�. Hace
mucho que los democráticos gobiernos del Cono Sur que supimos conseguir
han llevado a la práctica esta idea y el justo castigo a los represores
locales no es posible. Como se observa, la globalización no es una
cuestión meramente económica que bajó del Norte. Se ha producido una
globalización de la impunidad que subió del Sur.
El presidente electo de Chile, Ricardo Lagos, ha sostenido la necesidad de
que Pinochet sea juzgado en Chile. Al día siguiente, el canciller en
ejercicio, Juan Gabriel Valdés, consideró que, si el supuesto atacado de
Alzheimer se retirase de la vida política, �es muy probable que no sea
enjuiciado�. El 1º de marzo último, el nuevo presidente del Uruguay,
Dr. Jorge Batlle, pronunció palabras alentadoras para los familiares de
los conciudadanos desaparecidos. Al día siguiente, su ministro de
Defensa, Luis Brezzo, hombre siempre del ex presidente Sanguinetti,
reiteró que el tema está laudado por la amnistía y que lo mejor es �dar
vuelta la página�. Es una página difícil de voltear: está cargada de
torturas, asesinatos y robos de niños. Este también ex izquierdista �combativo
dirigente gremial en las huelgas bancarias de 1968/69 y cofundador del
Frente Amplio en 1971 antes de emigrar al Partido Colorado gobernante en
1982� fue ministro en los dos gobiernos del Dr. Julio María Sanguinetti
y tal vez crea que no hay razones para conocer la verdad sobre los
desaparecidos porque las leyes perdonadoras promulgadas por los gobiernos
democráticos han absuelto a los culpables de esos crímenes. En ese
pensamiento, muy extendido en el Río de la Plata, subyace una ignorancia
jurídica: la desaparición forzada de personas es un delito que sólo
cesa cuando la persona secuestrada aparece. Y también un desdén por la
verdad,ese que sigue castigando a los familiares de los desaparecidos y es
sordo a toda razón humanitaria.
Uno de los primeros actos de la Revolución Francesa de 1789 fue proclamar
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, según la cual
derechos humanos y derechos políticos son partes inescindibles de un
mismo tejido universal. Para nuestras democracias, ya no: han desterrado a
los derechos humanos de la esfera de los derechos ciudadanos y poco se
cuidan de proteger el más elemental de los derechos: el derecho a la
vida. El Dr. De la Rúa dijo no hace mucho que el Estado argentino, cuya
gestión heredó, no sirve para nada. Un Estado democrático que abriga la
impunidad de los genocidas que atentaron contra la democracia tampoco
sirve para nada y deposita una capa de inutilidad sobre otra. Los
gobiernos democráticos entregados a ese ejercicio son hoy responsables
ante miles de dolores. Mañana, ante la Historia.
Cabe preguntarse de qué calidad es una democracia cuyos gobernantes se
empeñan en preservar a los genocidas de todo castigo. Antes se
acostumbraba a decir que la revolución se devora a sí misma. Hoy se
podría decir lo mismo de esta clase de democracia. Pinochet goza de más
derechos humanos que sus víctimas. El general Cabanillas y sus camaradas
represores de Orletti gozan de más derechos humanos que sus víctimas. El
teniente coronel José Nino Gavazzo, jefe del personal uruguayo que en el
marco del Plan Cóndor secuestró, torturó y desapareció a decenas de
sus compatriotas en Orletti, goza de más derechos humanos que sus
víctimas. Así va la cosa.
Cabe además preguntarse de qué habla esa urdimbre íntima, hasta ahora
irrompible en el Cono Sur, hecha de represores y de líderes políticos
que los encubren. ¿Del autoritarismo de castas dirigentes civiles que ha
ido contaminando al estamento militar? ¿Al revés? ¿Se alimentan
mutuamente? ¿Se trata del carácter mismo de estas democracias, cuyos
ciudadanos carecen totalmente de la capacidad de controlar paso a paso �y
no cada 4, 5, 6 años� la realización de las promesas que han votado,
lo que extiende las tentaciones y el espacio del autoritarismo civil?
¿Acaso ocurre la continuidad civil del pensamiento militar? ¿O
viceversa, según?
|