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HURACAN 6 puntos (The
Hurricane) Estados Unidos, 1999. Por
Luciano Monteagudo
Esta es, a su vez, la historia que elige narrar el veterano Norman
Jewison, un director que tuvo su cuarto de hora en los años 60 y que, a
lo largo de su oscilante carrera en Hollywood, más de una vez --en Al
calor de la noche, Historia de un soldado y Justicia para todos-- se
preocupó por denunciar casos de racismo y de iniquidades judiciales. De
hecho, Jewison estuvo a punto de filmar Malcolm X, hasta que Spike Lee,
argumentando que ese personaje crucial para la cultura afro-americana no
podía caer en manos de un director blanco, se hizo cargo de todo el
proyecto, con su protagonista incluido, el gran Denzel Washington. Como si
se hubiera quedado con las ganas, Jewison volvió a convocar a Washington,
ahora para interpretar a Rubin Carter, y ese parece el mayor mérito de la
película, si no el único. La enorme versatilidad de Washington --ganador
del Oso de Plata en Berlín por esta película y firme candidato al Oscar
al mejor actor el próximo 26 de marzo-- le permite no sólo encarnar magníficamente
a Carter en momentos muy diferentes de su vida, sino que además le
infunde al personaje un carisma y un temperamento que no alcanzan sin
embargo a sostener el film a lo largo de las casi dos horas y media de
relato, una duración francamente excesiva para lo que tiene que decir la
película.
Es verdad que no se le pueden negar a Huracán sus nobles
intenciones, su espíritu bienintencionado y hasta su sano anacronismo, en
la medida en que la película no parece responder a ninguna moda ni
estudio previo de marketing. Pero eso no alcanza para salvar al film de su
evidente esquematismo, de sus previsibles escenas judiciales y de los
estereotipados personajes secundarios que rodean a Carter. Por un lado, el
policía que compone Dan Hedaya es tan subrayadamente malo que convierte
toda la ordalía de Carter en una cuestión de vendetta personal antes que
en un caso de victimización por parte de un sistema judicial perverso. En
el otro rincón, están los amigos canadienses, a quienes el film pinta
con trazos tan angelicales que se olvida de explicar, al menos
sucintamente, quiénes son o a qué se dedican, además de hacer el bien
sin mirar a quien. Entre ambos extremos, Denzel Washington se planta firme
como un monolito y aporta él sólo toda la gama de grises de una película
en la que todo parece demasiado blanco o exageradamente negro.
La historia de la chica que soñaba con ser
varón LOS MUCHACHOS NO LLORAN
6 PUNTOS (Boys
don't cry) Estados Unidos, 1999 Por Martín Pérez
Esta historia real --que atrajo en su momento a la prensa
estadounidense por sus particulares detalles (chica que se hace pasar por
chico es violada y asesinada por sus amigos cuando descubren el engaño) y
fue objeto incluso de un documental llamado The Brandon Teena Story
(1998)-- es la que cuenta Kimberly Pierce en su debut como directora.
Titulada como una popular canción del grupo inglés The Cure --"Boys
don't cry"--, Los muchachos no lloran es un film intachable y
militante que alcanza claramente sus objetivos: involucrar al público
dentro del mundo de su particular protagonista, para terminar violándolo
casi de la misma manera en que fue violada Teena Brandon en la vida real.
Historia real que en su cruel e implacable final termina encegueciendo a
su público en vez de abrirle los ojos, si Los muchachos... alcanza a ser
una película sensible y capaz de cierta empatía es principalmente por el
trabajo de sus dos protagonistas, Hillary Swank y Chloë Sevigny, cada una
de ellas merecidamente nominadas a un Oscar por su trabajo en este film.
A la hora de criticar un film como Los muchachos..., sin embargo,
debería ser posible dividirlo en dos partes. Y esta división viene al
caso porque, en su primera parte, la que sumerge al espectador en la
historia de Brandon Teena/Teena Brandon es la directora Pierce, que logra
un admirable retrato tanto de la confusión y las ganas de vivir de sus
protagonistas como de su sórdido entorno. Reino del remolque y el
desempleo, Falls City es un sitio habitado por la clase de perdedores y
desclasados que habitan en las canciones de Bruce Springsteen. Sin
juzgarlos, pero también sin romantizarlos en absoluto, Pierce narra con
naturalidad la inserción de Brandon entre ellos, dejando que sus
personajes cuenten con la mayor naturalidad posible sus historias.
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