OPINION
Efecto y defecto del diferir
Por Juan Sasturain |
Hay un
viejo adagio que no es de Albinoni pero sí muy machista que dice que
hay dos tipos de mujeres: las que te lo cobran y las que te lo hacen
pagar. Saquemos del medio (y del adagio) a las mujeres que no sólo
tienen su día sino nuestra vida entera y quedémonos con la idea de
la proliferación incontinente del pago: señores, hay que ponerse.
Siempre. En Chubut, hemos leído, ya ni el aire es gratis: todavía no
hay respirómetros pero en su inquieto estado de viento o simple
brisita, te lo cobran. ¿Y el éter? Nunca supimos qué era el éter
pero imaginábamos que era algo menos que el aire o estaba dentro del
aire o algo así. Tampoco el éter costaba guita antes, pero ahora
también debe ser carísimo porque para usarlo la tele paga un peaje
bárbaro. ¿O no es el éter? Porque el cable �si es el cable que
uno conoce� no va por el éter. La cuestión es que hay que pagar.
Hoy, todo en la vida es peaje. La joda es que encima los del peaje del
éter y los del peaje del cable se cruzan, (se) hacen trampa en la
cola para joderte. Claro que �te dirán� no es lo mismo.
Exactamente: el cable te lo cobran, el aire o el éter te lo hacen
pagar.
Es cierto, son diferentes. Diferente es, por definición, el que
difiere. Porque ése es el verbo: diferir. En castellano, �diferir�
significa por lo menos dos cosas. Una es ser diferente: �Mi opinión
difiere de la de Rico�, y la otra es postergar: �Maestro, si me
difiere ese pago lo reviento�. En este asunto de la tele futbolera
que padecemos a pantallazos, partido a partido y cada vez más desde
que la pelota tiene tan pocos dueños, todo pasa por el efecto y el
defecto de diferir. Son más diferidores que diferentes. El diferidor
es un acaparador, un especulador agiotista �en términos de las
viejas campañas contra las subas de precios�, un auténtico usurero
del tiempo: primero compra flamante tiempo simultáneo y después lo
vende usado caro y diferido. La condena a vivir en una progresiva y
gigantesca feria (norte) americana del nuevo usado es una realidad. El
anticipo no pudo ser otro que la espantosa transmisión universal del
comienzo del Milenio que en su momento nos entregó un año dos mil ya
viejo cuando llegó, pues ya lo habíamos visto pasar borracho entre
cohetes por más de medio mundo. Un asco.
Claro que no es para tanto. Más allá de la asquerosa especulación y
la invención estúpida de falsas seudonecesidades, ¿es un valor la
simultaneidad? Mi viejo, de pibe, hincha futbolero del interior y
desde antes de la radio generalizada, se enteraba (se alegraba, se
amargaba) en diferido y por los diarios: ganaba o perdía los lunes. Y
es seguro que la adrenalina fluía a envidiables torrentes cuando
buscaba los resultados, las fotos que le llegaban como desde una sonda
marciana. |
|