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OPINION
Un plus por la albiceleste
Por Diego Bonadeo

Las desconfiadas lenguas �y plumas, estilográficas y máquinas de escribir también� de algunos revisadores de episodios pasados, ponen en duda el reparto gratuito de cintas celestes y blancas por parte de French y Berutti en los días de mayo de 1810. Hay quienes afirman que los distintivos se vendían. Otros insisten en que ni siquiera tenían esos colores, sino que eran verdes y blancos. De ser ciertas las dudas de los desconfiados, pero aceptando que los colores eran el celeste y el blanco, French y Berutti habrían instalado el merchandising con la bandera que Belgrano todavía no había creado ni hecho jurar. Siempre conforme a la versión no oficial en cuanto a la comercialización de las cintas, no sería disparatado concluir, que la actual situación de mercatineo que supone la posibilidad de que los usuarios televisivos deban abonar un excedente por ver jugar a la Selección nacional las eliminatorias del Mundial de 2002, constituya un correlato de aquella distribución supuestamente no gratuita de cachitos de tela ciento noventa años atrás.
Carlos Avila y Julio Grondona (TyC y AFA) serían sucesores de quienes, previa la constitución de la Primera Junta, hacían negocios con esos colores. Es que la pasión futbolística de los países realmente futboleros como el nuestro se exacerba al máximo cuando se trata de las selecciones nacionales. Razón por la cual no parece equivocado el análisis de quienes insisten en que pretender cobrar un plus por televisar los partidos en los que actúen los seleccionados nacionales, es ni más ni menos que una utilización velada de símbolos patrios sin pagar los royalties a la Nación.
Y esta conclusión, que puede suponer a primera vista imaginar una pelota de fútbol reemplazando al sol de la bandera o mezclar un triunfo deportivo con la defensa de la soberanía, es exactamente lo contrario. No es ni más ni menos que la inveterada historia de los oligopolios, en este caso utilizando como casi siempre la impudicia metodológica y la impunidad del poder para toquetear groseramente las sensibilidades de los más débiles con una única consigna: acumular más dinero en la menor cantidad de manos posibles. Que no tiene que ver ni con la patria, ni con los símbolos, ni con los prohombres de mayo, ni con la pelota.

 

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