A
mis compañeros de Envido Fue alrededor de
mayo de 1976 cuando el conocimiento de situaciones más que alarmantes (y
cercanas) me hicieron tomar una decisión muy común entre los
intelectuales que durante esos días habitaban este despiadado país:
deshacerme de parte de mi biblioteca. Hubo algo que me dolió arrojar a la
nada, al fuego del incinerador (en esa época había incineradores en los
departamentos) y fue la colección de la revista Envido, que era
una revista de política y ciencias sociales, una revista teórica (la única
revista teórica) de la izquierda peronista.
Fue durante algún mediodía.
Abrí la tapa del incinerador y arrojé los diez números a los que
había llegado la publicación. A la noche bajé a la caldera para
comprobar si todo ese material se había quemado. Aquí, me encuentro con
el portero, que está limpiando los restos que han resistido a la
voracidad del fuego. El tipo me dice: "La gente tira cada cosa a la
basura. Mire esto". Era el número 7 de Envido y no se había
quemado por completo. Su tapa, al menos, estaba intacta. En la tapa se leía
Perón vuelve (el ejemplar era de octubre de 1972). Y luego se leía:
José P. Feinmann: Sobre el peronismo y sus intérpretes (II). Y el
portero agrega: "Todo el mundo tira cosas raras en estos días. Tiran
tantos papeles que no se pueden quemar todos". Había otros
atemorizados en el edificio. Recuerdo mi asombro: ahí estaba la revista,
estaba intacta y mi nombre me señalaba desde la primera línea. Jamás
podría borrar mi pasado.
Olvidé con los años esa
cuestión. Hasta que hace un par de días (en febrero de este comienzo de
siglo y de milenio y todo eso) recibo la publicación que sale con este
diario y que este diario publica con el Colegio Nacional de Buenos Aires y
que se llama Documentos para la Historia Argentina. ¡Y en la tapa
está la tapa del número 7 de Envido! Primero, de un modo
primitivo, instantáneo, me asusté. ¿Qué hace esto otra vez aquí?
Después persistí largo rato mirándola. Era --hoy-- un documento de la
historia argentina. Yo tendría veintiséis o veintisiete años cuando
salió ese número de Envido. Mis queridos, inolvidables compañeros
del consejo de redacción, también. Jamás habíamos pensado que publicábamos
algo que, alguna vez, sería un documento histórico. Menos lo creía yo
cuando el miedo me hizo arrojarlo a las llamas por pensar que cosas así,
como esa revista, podrían costarme la vida.
¿Qué fue Envido?
Convendría, en lo posible, aclararlo, ya que muchos libros que se han
escrito sobre la izquierda peronista (excepto el de Gillespie sobre los
montoneros) olvidan mencionarla o directamente (a fuerza de desconocer el
ambiente universitario de los setenta) no conocen su existencia. Fue una
revista teórica que empezó a salir en 1970. Trataba de llevar el
peronismo a posiciones de izquierda, trataba de expresar el fenómeno de
la Juventud Peronista. Cada número aclaraba cómo era su financiación y
lo que aclaraba era que el dinero venía, esencialmente, de organizaciones
militantes estudiantiles. Eramos distintos entre nosotros, los que la hacíamos,
digo. Horacio González venía de Sociología y de las Cátedras
Nacionales. Yo venía de Filosofía y --teóricamente-- venía de Hegel,
de Marx y de Sartre, luego de haber pasado mis años más tempranos en las
filosofías de la tragedia, con Kierkegaard, Dostoievsky, Chestov. Héctor
Abrales estaba con el grupo de ingenieros y matemáticos en el que estaba
también el hoy ministro de Educación, Juan Llach. Arturo Armada venía
de Filosofía y del cristianismo militante. Domingo Bresci era un cura del
Tercer Mundo. Y Jorge Luis Bernetti era periodista estrella de Panorama,
célebre semanario de la época. Abel Posadas, que escribía de cine, venía
de Letras tal como Santiago González. Eramos todos muy jóvenes y la
historia la hacíamos con pasión. Envido era distribuida por las
agrupaciones estudiantiles y también por todos nosotros, los miembros del
consejo de redacción, que nos recorríamos los kioscos entregando
ejemplares.
Era, claro, una revista de
superficie y tendía a expresar a la amplia gama de la Juventud Peronista.
Con los años, con las deformaciones de la historia, se está creyendo que
la JP fue un fenómeno circunscripto a la guerrilla y, sobre todo, a
Montoneros. Envido nunca tuvo nada que ver con Montoneros. Me
explico: era una revista que basaba la militancia en la acción de las
masas, no era foquista, no era alternativista. Aceptaba la conducción de
Perón porque no se podía hacer política al margen de Perón desde que
las masas encontraban en el peronismo su identidad política y, en el
regreso de Perón, su bandera de lucha. Precisamente este número 7 tiene
la leyenda combativa Perón vuelve y fue un gran riesgo teórico-político
para nosotros (supongo que debido a Horacio González, que era el más
osado de todos) ponerla. Nadie se jugaba a la vuelta de Perón. Perón
volvió recién el 17 de noviembre y nuestra revista estaba ya impresa en
setiembre. Recuerdo que yo estaba en el bar Urquiza (la Facultad de
Filosofía estaba allí, en la calle Independencia) y se me acerca un muy
joven militante cordobés y me dice ustedes están un poco locos, cómo se
atreven a poner Perón vuelve, después el viejo no vuelve y
ustedes quedan para la mierda. Era Eduardo Varela Cid. Qué tristes
vueltas tiene la historia. En 1973 nos peleamos. Ocurrió así: Montoneros decide darse una política de superficie y pide la revista. Nos dividimos en dos grupos: 1) los que estaban de acuerdo en darle la revista a Montoneros; 2) los que no estaban de acuerdo y aceptaban que pusieran a uno de sus cuadros en el consejo de redacción y, a lo sumo intentaran ganársela de adentro. Por la dinámica de los tiempos ganaron los del grupo 1 y salió el número 10 de Envido que, supongo, estaba bancado por Montoneros y tenía, dentro de la revista, una consigna que decía: "Montoneros, soldados de Perón". Pero, se supo, la revista, ese número 10, no le gustó nada a Firmenich. Y no podía ser de otro modo. Ya desde el marxismo o desde el cristianismo militante, quienes hicimos Envido teníamos una concepción de la política que la unía con las masas. O se hacía política de masas o lo que se hacía no era política. Yo defendía esta posición desde la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, ese gran texto de Marx, Horacio González desde Gramsci y los otros desde el cristianismo. (Con, por supuesto, abundantes citas de Perón y Evita, ya que se trataba de ser peronistas, ya que éramos, como bien dijo Perón y toda la derecha del peronismo, infiltrados.) Todos, aun los que le hicieron ese número 10 a Firmenich, estaban muy lejos del aparatismo, de los fierros sin política y sin masas, de la militarización, y aun del ejercicio de la violencia luego del 11 de marzo de 1973. Ahora todos somos parte de la historia. Somos un documento de la historia argentina. Todos hace algún tiempo que no nos vemos y todos recordamos a Héctor Abrales, que desapareció en 1979, por alguna de esas canalladas de los grupos de tareas de la dictadura.
|