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OPINION

Progresistas

Por J. M. Pasquini Durán

"Ser progresista hoy es insistir en cruzar los límites del marco institucional establecido en una dirección democratizadora [...] Un reformismo pesimista, con preocupaciones sociales pero institucionalmente conservador, no es progresista." Esta es la opinión del brasileño Roberto Mangabeira Unger (En La democracia realizada, La alternativa progresista, págs. 251/52), profesor de la Universidad de Harvard, que ha sido organizador, junto con el mexicano Carlos Castañeda, de encuentros de líderes políticos de América latina, en los que participaron algunas principales figuras del Frepaso, antes de llegar al gobierno. Como ocurre con las definiciones generales de este tipo, al aplicarlas a procesos nacionales específicos son objeto de controversias. El mismo autor, para quien "los partidos socialdemócratas europeos no son progresistas", la relativiza cuando afirma, a continuación: "El error radica en creer que la alternativa a la resignación es la sustitución total de un 'sistema' por otro. La reforma revolucionaria --la sustitución parte por parte de estructuras e ideas institucionales formativas-- es el modo ejemplar de política transformadora".

  Si la sustitución es gradual, como propone el catedrático, quiere decir que en el tránsito conviven tendencias contrapuestas, unas conservadoras y otras progresistas, con toda la gama de sus respectivos matices. En ese barullo, ¿cómo identificar el sentido de la gestión de un gobierno, "la dirección democratizadora"? En el caso de la administración de Fernando de la Rúa, por ejemplo, hay coincidencias y disensos en la misma Alianza acerca de esa identidad. Los diputados socialdemócratas que encabeza Alfredo Bravo, lo mismo que otros del bloque oficialista, votaron en contra de la reforma laboral, pero igual ese partido (PSD) considera "un balance positivo" la gestión global cumplida por el "nuevo estilo político", por relaciones exteriores sin "alineamiento automático" y por la reforma fiscal que "tiene un sesgo progresivo, aunque subsisten exenciones absurdas e irritantes" (La Vanguardia, feb/marzo). La Central de Trabajadores Argentinos (CTA) no comparte el entusiasmo sobre la tendencia predominante, pero considera que todavía el gobierno está plantado frente al dilema: "Seguimos recitando el credo del ajuste o aceptamos el desafío de profundizar el compromiso democrático" (Reforma laboral: ¿ajuste o democracia?).

  Tras el cambio de gobierno y sin cambiar de poltrona, la mayoría de legisladores del peronismo ahora critican lo que antes halagaban. Esto podría servir para interpretar que si la actuación anterior fue conservadora y quienes la sostenían ahora son opositores, quiere decir que la nueva es progresista. Pero no, porque en realidad todos los analistas coinciden en que se trata sobre todo de guardar las apariencias del "juego político": los que suben apoyan, los que bajan critican, con las debidas excepciones. Por eso es que los consensos al igual que los disensos no son buenos por sí mismos. Deben ser juzgados con el metro de verdad que posean, más que por sus intenciones por buenas y apasionadas que ellas sean.

  Entretanto, ese tipo de "juegos" provoca la apatía del ciudadano común, que se aleja de la política, a la que percibe vaciada de ideas y sin coraje para defenderlas, cuando no fuente directa de corrupción. Hay quienes sostienen que esa ausencia de ideas es virtuosa, porque representa la flexibilidad ganada por la experiencia, después de tanto tiempo de confrontación entre antinomias cerriles, como la de gorilas y peronistas. Más aún, dicen: la ambigüedad permitiría superar la atomización partidaria, dando lugar a la formación de bloques, pactos, encuentros o alianzas. En la próxima elección para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires competirán seis alianzas formadas por veintidós partidos. ¿Es un proceso de síntesis o simple oportunismo electoral? Los que han juzgado la reunión de Domingo Cavallo y Gustavo Beliz tienen opiniones divididas.

  ¿No será que la política se vuelve ambigua por necesidad en la medida que los partidos intentan representar a la totalidad en sociedades duales, donde se amplía la brecha entre ricos y pobres? Carlos Menem pudo ganar la Presidencia y la reelección porque hizo de puente entre el interés de los ricos y el voto de los pobres, haciéndolos converger en una dirección única. Las alianzas, tal vez, lo que intentan es rejuntar a las parcialidades del discurso o de la representación, ya que ninguno puede ganar con su propia fracción, aun a costa de mezclar el agua con el aceite. La volatilidad del voto popular, sin ideología ni tradición sostenidas, es causa y consecuencia de esa misma trayectoria. El voto invertebrado, que combina candidatos como si mezclara aderezo para ensalada, también carga a los resultados con ambivalencias y contradicciones. Hasta las predicciones se vuelven inciertas. Hoy mismo, la vida cotidiana refleja el mal humor de las clases medias que han sido afectadas por los impuestos extraordinarios y, a la vez, las encuestas de intención de voto auguran un cómodo triunfo porteño al oficialismo aliancista.

  Toda la sociedad contemporánea, en verdad, está cruzada por valores revueltos y por novedades que desafían cualquier esquema anterior. Esta semana el corresponsal en Francia de este diario informó que el mapa de la genética humana corre el riesgo de ser privatizado por una corporación multinacional que financió los estudios, vendiendo ese conocimiento como materia prima a los laboratorios que puedan pagar el precio. Un asunto semejante, ¿no excede los bloques ideológicos para ser patrimonio cultural de la humanidad? Las tareas que realizan organizaciones como Greenpeace, ¿son de izquierda o de derecha? La realidad ofrece a diario respuestas desconcertantes: en Argentina hay millones de personas sumidas en la ignorancia y la miseria, y son decenas los muchachos que matan o mueren en las calles por unos pesos, pero a la par, un puñado de jóvenes con un mínimo capital, a la manera de Bill Gates, y mucha inteligencia y perspicacia han instalado portales en Internet que lograron precios multimillonarios en el mercado mundial. ¿Cómo puede un país ofrecer oportunidades tan disímiles sin arriesgar su propia integridad en el cinismo o la tragedia? ¿Qué debería hacer la "reforma revolucionaria" en el espacio cibernético? Las filosofías políticas han quedado rezagadas en el intento de explicar el nuevo mundo.

  Estos temas no son abstracciones ni entretenimientos intelectuales ante una realidad desconcertante. Más abstracto y descomprometido es el pragmatismo de la política rutinaria, que compra y vende esquemas de laboratorio. Los que frecuentan la memoria estadística sostienen que los otrora famosos "tigres del Asia" se derrumbaron sin tener déficit fiscal y que México entró en crisis en 1994 con un déficit mínimo. No es la opinión que aceptan en Argentina los economistas profesionales de la política, que compiten entre sí con recetas diversas porque creen que el país entero pende de ese hilo. Es una creencia nacida en los laberintos tecnocráticos del Fondo Monetario Internacional, cuyos yerros son más que notorios. Ya es tiempo de llevar a la práctica la prédica, casi un lugar común, sobre librarse de las anteojeras, tanto en la izquierda como en la derecha o en el medio de las dos, en lugar de usarla como excusa para justificar la repetición mecánica de discursos que son nada más que expresión de relaciones de fuerza, donde los débiles hacen caso de los más poderosos. Cuando se reconoce que es obligado, uno hace lo posible por atenuar su alcance, pero cuando es voluntario pretende que los demás sufran y comprendan lo incomprensible.

  Ante la magnitud de la pobreza en el país, más que una cuestión de Estado, de oficialismo o de oposición, es tema de la sensibilidad humana. Cuando la ciencia está a punto de develar los misterios genéticos, aquí mueren miles de niños por enfermedades curables, algunas que fueron mortales hace dos siglos. El sentido humanitario que excusa a Pinochet, condena a millones al infortunio. No puede haber progreso humillando a la condición humana, ni cualidad progresista que renuncie a los valores esenciales del humanismo: la tolerancia, los derechos individuales, la lucha contra el privilegio y la ignorancia.

  En situaciones extremas, hasta los gestos adquieren valores tangibles. Ante las inundaciones en el norte, por ejemplo, estar cerca de esas criaturas sufrientes sería tan reconfortante como la expulsión partidaria del concejal de Quilmes, electo en las listas de la Alianza, que había usado el presupuesto municipal como si fuera de propiedad privada. Quién sabe. El ciudadano de a pie siente a veces que el Estado es tan lejano que no le alcanza el mismo sentido común que a la mayoría. En situaciones tan complejas del mundo y del país, no siempre es fácil conciliar el apoyo a la democracia con la repulsa por las injusticias que en ella se cometen.

 

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