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"SANTA CECILIA", POR GRUPO GALIANO 108
Exorcizando fantasmas


Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes) Como si fuese la ciudad de una nueva Atlántida, La Habana es casi una fábula en el relato de la vieja mujer que, sobre el escenario, envuelta en brumas, dice tener su tumba en el fondo del mar. El ánima quiere contar cómo era la ciudad de su infancia y juventud a una platea en la que cree descubrir otra variedad de ahogados: los hastiados y tristes. La memoria del tiempo pasado imprime vigor a esta alucinada que exorciza fantasmas familiares. El periplo evocativo impone a la espléndida Vivian Acosta, única intérprete de la obra, varias transfiguraciones. Se ve así a la figura fantasmal rejuveneciendo en un giro del cuerpo, convertida de pronto en la santa Cecilia nacida en la calle de la Luz, arrebatada y sensual ante un mulato y golosa al imaginar el flan de calabaza que cocía la sirvienta negra. No existieron frenos para la entonces joven habanera. No la detuvieron ni el terror que le inspiró el padre autoritario ni las modélicas advertencias de la madre, esperanzada en que los infortunios acabarían en la isla el 20 de mayo de 1902, cuando se ponía fin a la dominación española, pero se iniciaba la de Estados Unidos.

  Artífice de la Compañía Galiano 108 (nombre que proviene del domicilio en el que el grupo trabaja), fundada en La Habana en 1990, Acosta ha recibido numerosos premios, tanto en su país como en el extranjero, presentando, entre otros unipersonales, este Santa Cecilia, Cuando Teodoro se muera (también estrenado en Buenos Aires), La virgen triste y Federico �La Habana-Lorca. Su propuesta es, básicamente, indagar en los rituales de la cultura afrocubana --como lo demuestra ahora en la Sala María Guerrero del Cervantes--, sin desestimar técnicas orientales. En este trabajo que dirige José González --egresado de la Escuela Nacional de Artes Escénicas de Cuba y realizador de más de veinte puestas en su país, y montajes y talleres en México, Costa Rica, España y Rusia (en Moscú)--, la protagonista juega en algunas secuencias a derribar la cuarta pared, inquiriendo sobre asuntos tales como qué es reír o qué cosa es el tiempo, a la espera de que alguien -�según dice-- tenga el coraje de contestarle sin citar a Marcel Proust ni a Alejo Carpentier.

  La evocación de hechos y personajes históricos de la isla, en cuyo mar este ánima acabó su vida, nunca es compacta, y tampoco de carácter coral,  colectivo. Se desarrolla basándose en experiencias individuales, en las sensaciones que le despiertan las voces de artistas admirados (Caruso, por ejemplo); en la memoria de las siestas de juventud, de los objetos escondidos en algún secreto baúl y del lamento de los boleros, como aquel que dice "pobrecitos mis recuerdos que no piensan más que en ti". El resultado es un pastiche de hechos misteriosos y asuntos banales, de reflexiones y frases sentenciosas y cursis. Una escritura escénica polifónica que enlaza elementos del teatro experimental con otros propios del arte popular cubano, característicos en la producción de Abilio Estévez (1954), autor, entre otras piezas, de Zenea (su ópera prima), Hoy tuve un sueño feliz (o Un sueño feliz), La verdadera culpa de Juan Clemente, Perla marina y de esta jaranera y agónica Santa Cecilia. 

 

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