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Todos los hombres del
presidente seguía el hilo de la investigación que terminó tumbando a
Richard Nixon, y que encararon aquellos dos periodistas del Washington
Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. En la primera escena de Dick (que en
Estados Unidos se estrenó el año pasado y en Argentina el sello LK-Tel
lanza directo a video, con el fofo subtítulo Aventuras en la Casa
Blanca), un falso Larry King les da la palabra a unos falsos Woodward
& Bernstein, y éstos terminan peleándose en cámara por puros celos
profesionales. El espectador sospecha, entonces, que está frente a una
película que se anima a tomarle el pelo a aquel thriller canónico. El
resto del metraje demostrará que Dick es mucho más que eso. No conforme
con parafrasear Todos los hombres del presidente en clave paródica, la
película escrita por Andrew Flemyng y Shyl Longin y dirigida por el
primero (de antecedentes no muy brillantes: Jóvenes brujas y El club de
las divorciadas son los más frescos) va más allá y reescribe, en clave
de comedia tonta, un capítulo de la historia reciente de Estados Unidos.
"La guerra no es
saludable, ni para los niños ni para el resto de los seres vivos",
dice, como quien recita una lección, la rubiecita Arlene. Betsy, su amiga
del alma, aprueba, mientras dirige hacia el interlocutor un gesto
amablemente regañón. Lo curioso es que el interlocutor no es otro que
Richard Nixon, y la escena tiene lugar en el Salón Oval. ¿Cómo se llegó
hasta esta situación? Ocurre que Arlene, de 15 años, vive con sus papis
en Washington. Más precisamente, en el edificio Watergate. Allí, ella y
Betsy vieron, la otra noche, a unos señores algo torvos, haciendo cosas
raras en unas oficinas vecinas. Pero siguen en lo suyo: escribir una carta
a uno de sus ídolos. El problema es cuando se cruzan, en la escalera, con
un sospechoso señor de bigotes, que les dice algo sobre los peligros del
comunismo y se va. Días después, durante una visita a la Casa Blanca con
el cole, las rubiecitas (al lado de las cuales los chicos de
"Chiquititas" parecen hasta inteligentes) se cruzan con su nuevo
amigo de bigotes. Que resulta ser G. Gordon Liddy, el jefe de espías de
Nixon, y rápidamente procede a secuestrarlas.
De ahí en más, Arlene y
Betsy, vestidas siempre con vestiditos floreados y de colores fuertes, con
vincha, medias largas y guillerminas, se harán amigas de Dick (Nixon), un
tal John Dean (su jefe de seguridad) y un señor de anteojos y acento alemán,
que dice llamarse Kissinger o algo así. Y viene a hablar con Dick sobre
unas bombas que hay que tirar en alguna parte. Cuando el asunto Watergate
empiece a salir a la luz pública, todos ellos se pondrán muy nerviosos.
Cuando ellas demuestren saber demasiado, peor. "Déjenme a mí, que
con la juventud me entiendo", dice, muy seguro de sí, Richard Nixon,
y les ofrece ser sus "Asistentes en Temas de la Juventud".
Enseguida, las chicas trabarán contacto con dos periodistas (uno muy
parecido a Robert Redford, el otro igualito a Dustin Hoffman) y les
revelarán lo que saben (adivinen quién o quiénes resultaron ser
Garganta profunda, célebre informante secreto de Bernstein y Woodward).
El resto es enseñarle la "V" de la Victoria al presi. Y cambiar
el rumbo de las relaciones con la Unión Soviética, cuando le den a
probar a un señor Leonid sus galletitas con marihuana (que ellas toman
por una plantita aromatizante), y el hombre de espesas cejas se ponga a
cantar y bailar "Hello, Dolly". El problema es cuando Arlene se
enamora de Dick, y le deja grabadas canciones de amor en ciertas cintas
... Lo que hace Dick, aventuras en la Casa Blanca es probar que no hay nada más peligroso para la política que la ingenuidad (la misma tesis de Desde el jardín). Para ello, el film de Andrew Flemyng cruza, del modo más perturbador, dos discursos irreconciliables: el de las comedias televisivas tontas estilo "The Brady Bunch" con el del poder. El resultado es francamente subversivo.
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