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El caso Watergate, pero en un tono muy ridículo

"Dick" es una visión irreverente del episodio  que terminó con la presidencia Nixon, que  aquí encuentra explicaciones algo ridículas.


Por Horacio Bernades
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En la historia reciente de Estados Unidos, hay ciertos momentos traumáticos sobre los que el cine de ese país suele volver, corriendo el riesgo de la reiteración. El asesinato de Kennedy es el primero de esos temas. La guerra de Vietnam, otro, y finalmente está el caso Watergate (el affaire Lewinsky por el momento no ranquea). Parte del efecto de agotamiento tiene que ver, seguramente, con que cada uno de esos temas cuenta ya con su film definitivo, la última palabra en el asunto. El caso Kennedy tiene su JFK; Vietnam. obviamente Apocalypse Now, y sobre Watergate está Todos los hombres del presidente.

  Todos los hombres del presidente seguía el hilo de la investigación que terminó tumbando a Richard Nixon, y que encararon aquellos dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. En la primera escena de Dick (que en Estados Unidos se estrenó el año pasado y en Argentina el sello LK-Tel lanza directo a video, con el fofo subtítulo Aventuras en la Casa Blanca), un falso Larry King les da la palabra a unos falsos Woodward & Bernstein, y éstos terminan peleándose en cámara por puros celos profesionales. El espectador sospecha, entonces, que está frente a una película que se anima a tomarle el pelo a aquel thriller canónico. El resto del metraje demostrará que Dick es mucho más que eso. No conforme con parafrasear Todos los hombres del presidente en clave paródica, la película escrita por Andrew Flemyng y Shyl Longin y dirigida por el primero (de antecedentes no muy brillantes: Jóvenes brujas y El club de las divorciadas son los más frescos) va más allá y reescribe, en clave de comedia tonta, un capítulo de la historia reciente de Estados Unidos.

  "La guerra no es saludable, ni para los niños ni para el resto de los seres vivos", dice, como quien recita una lección, la rubiecita Arlene. Betsy, su amiga del alma, aprueba, mientras dirige hacia el interlocutor un gesto amablemente regañón. Lo curioso es que el interlocutor no es otro que Richard Nixon, y la escena tiene lugar en el Salón Oval. ¿Cómo se llegó hasta esta situación? Ocurre que Arlene, de 15 años, vive con sus papis en Washington. Más precisamente, en el edificio Watergate. Allí, ella y Betsy vieron, la otra noche, a unos señores algo torvos, haciendo cosas raras en unas oficinas vecinas. Pero siguen en lo suyo: escribir una carta a uno de sus ídolos. El problema es cuando se cruzan, en la escalera, con un sospechoso señor de bigotes, que les dice algo sobre los peligros del comunismo y se va. Días después, durante una visita a la Casa Blanca con el cole, las rubiecitas (al lado de las cuales los chicos de "Chiquititas" parecen hasta inteligentes) se cruzan con su nuevo amigo de bigotes. Que resulta ser G. Gordon Liddy, el jefe de espías de Nixon, y rápidamente procede a secuestrarlas.

  De ahí en más, Arlene y Betsy, vestidas siempre con vestiditos floreados y de colores fuertes, con vincha, medias largas y guillerminas, se harán amigas de Dick (Nixon), un tal John Dean (su jefe de seguridad) y un señor de anteojos y acento alemán, que dice llamarse Kissinger o algo así. Y viene a hablar con Dick sobre unas bombas que hay que tirar en alguna parte. Cuando el asunto Watergate empiece a salir a la luz pública, todos ellos se pondrán muy nerviosos. Cuando ellas demuestren saber demasiado, peor. "Déjenme a mí, que con la juventud me entiendo", dice, muy seguro de sí, Richard Nixon, y les ofrece ser sus "Asistentes en Temas de la Juventud". Enseguida, las chicas trabarán contacto con dos periodistas (uno muy parecido a Robert Redford, el otro igualito a Dustin Hoffman) y les revelarán lo que saben (adivinen quién o quiénes resultaron ser Garganta profunda, célebre informante secreto de Bernstein y Woodward). El resto es enseñarle la "V" de la Victoria al presi. Y cambiar el rumbo de las relaciones con la Unión Soviética, cuando le den a probar a un señor Leonid sus galletitas con marihuana (que ellas toman por una plantita aromatizante), y el hombre de espesas cejas se ponga a cantar y bailar "Hello, Dolly". El problema es cuando Arlene se enamora de Dick, y le deja grabadas canciones de amor en ciertas cintas ...

  Lo que hace Dick, aventuras en la Casa Blanca es probar que no hay nada más peligroso para la política que la ingenuidad (la misma tesis de Desde el jardín). Para ello, el film de Andrew Flemyng cruza, del modo más perturbador, dos discursos irreconciliables: el de las comedias televisivas tontas estilo "The Brady Bunch" con el del poder. El resultado es francamente subversivo.

 

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