OPINION
Por Mario Wainfeld
�La
batalla por la reforma laboral ya está ganada. Ahora hay que inventar
otra y ganarla. ¿Qué tal la dolarización?�, preguntó Dick Morris.
Sus interlocutores palidecieron. El gurú de la campaña electoral de
Fernando de la Rúa �que baja a la Argentina de vez en cuando para
aconsejar a su círculo áulico� proponía patear el tablero, de la
política económica siguiendo la cartilla �nada menos� de Carlos
Menem y Pedro Pou. Hasta Fernando de Santibañes (quien como los hijos del
Presidente y Darío Lopérfido tiene asistencia casi perfecta a las
reuniones con Morris y le profesa enorme admiración) le advirtió que su
propuesta era inviable. Morris no mosqueó. �Pues bien, propongamos otra
cosa parecida.� Antes que cuestionar su boutade, los contertulios
advirtieron la abrumadora lógica política que regía el pensamiento del
globalizado consultor. Las demandas sociales son sucesivas y acumulativas.
Gobernar implica una eterna generación de iniciativas, de imágenes, de
tácticas. Una permanente revalidación de títulos lograda en sucesivas
batallas. Algo así como un video game donde cada éxito se premia pasando
de pantalla a un desafío inmediato, similar pero cada vez más peliagudo.
Morris ponía el dedo sobre una llaga percibida también por mortales
menos especializados: el Gobierno hizo lo que la vulgata económica en
boga aconseja y ahora debe ir por más, el rumbo de la expansión y no el
de la contracción. �La política� con lógica implacable �que
Morris simplifica pero en forma excelsa� lo exige. El Gobierno, hasta
ahora, sólo ha tomado medidas de ajuste que fascinan a los economistas de
la Academia y de los organismos financieros internacionales. Pero que no
excitan la libido de los ciudadanos del común, esos que usualmente votan
�Juan Perón dixit� en función de su víscera más sensible, el
bolsillo.
La lógica de �la política�, el sentido común de la calle; numerosos
cuadros dirigenciales de la Alianza y ciertamente casi todos los
industriales, comerciantes o sindicalistas del país empiezan a reclamar
en tono audible un cambio de timón, una patada al tablero económico. No
exactamente la que �tal vez apenas como provocación� sugería Morris.
Pero sí algo en el camino de la expansión. Piensan en políticas
activas, procompetitivas, que amplíen las fronteras de la producción y
del consumo. Pero los economistas, que hegemonizan el gabinete nacional,
están seguros de que no es ése el rumbo deseable y van por más de lo
mismo. Con José Luis Machinea a la cabeza.
Machi y el presidente
Curioso es el trayecto de �Machi�. Fue ungido preministro de la
Alianza antes de que hubiera candidato a presidente y confirmado para dar
sensación de confiabilidad. Nunca fue el favorito de De la Rúa, mucho
más afín a Ricardo López Murphy y De Santibañes. López Murphy lo
acompañó en el �83 cuando, en atronadora minoría, disputaba con Raúl
Alfonsín el liderazgo de la UCR. De Santibañes es su amigo personal (�el
Presidente sólo confía ciegamente en su familia �ironiza un miembro
del gabinete que lo conoce y quiere bien� integrada por sus hijos y De
Santibañes�).
Pero, en gestión, �Machi� y el Presidente conjugan bien. De la Rúa
le ha venido dando la derecha a Machinea en debates con Nicolás Gallo o
Rodolfo Terragno. Tiene en el recoleto ámbito de las reuniones de
gabinete dos apoyos de fierro: Ricardo López Murphy y Juan José Llach.
De los tres economistas que funcionan como mosqueteros el ministro de
Defensa es, por temperamento y aún por el tono de voz, el defensor más
enérgico de las propuestas de Machinea.
Que �traducidas a palabras que no le pertenecen� es hacer más de lo
mismo. La contención del gasto y la austeridad acompañarán como la
sombra al cuerpo al actual oficialismo durante cuatro años, explican en
Hacienda. Es ineludible, pues lo imponen los insaciables organismos
internacionales, la ley-cepo de convertibilidad fiscal y la férrea
convicción delPresidente, quien cree a pies juntillas que la contención
es la llave de la confianza, del crédito, del crecimiento y de la
distribución. Un círculo virtuoso que se cerrará inexorablemente en ese
orden correlativo, confía De la Rúa como ayer nomás decía confiar
Domingo Cavallo.
Los legisladores aliancistas ya han hecho oír su reclamo de políticas
sociales, de medidas en pro de las pymes, de algo que huela a
reactivación aunque más no sea. Pero Machinea está convencido de que no
existen cabales medidas prorreactivación que no provengan de la lógica
del mercado, que la tarea fundamental de su cartera es mantener la
reputación internacional de Argentina. Que el camino del ajuste recién
empieza y por eso, tras el impuestazo y la reforma laboral no piensa en
abrir ningún grifo sino en seguir cerrándolos. �Las medidas expansivas
sólo pueden aplicarse en proporciones homeopáticas� metaforiza uno de
los allegados al ministro.
El sistema previsional y el de salud recibirán las próximas semanas
tijeretazos de Economía, que se propone el milagro de explicar como
progresista la reaccionaria propuesta de aumentar la edad jubilatoria de
las mujeres, tras lograr en esta semana la hazaña de silenciar en horas
el debate acerca de la reducción de la jornada laboral. Dicho sea de
paso, todo un síntoma acerca del estado de la discusión pública en la
Argentina. Luego vendrá la hora de cerrar los torniquetes a las
provincias, sisando en especial las suculentas retribuciones de sus
funcionarios y legisladores. Ahí, rezongan fuentes cercanas a Machinea,
necesitan una mano del ministro del Interior quien lleva adelante las
reformas políticas. Por ahora Federico Storani pisa el freno pues �como
algún otro no economista del gabinete� recela de iniciar una cruzada
atacando �lo que ganan los políticos� que podría ser un boomerang
contra el gobierno nacional y aún el propio sistema político.
Mirando al banco de suplentes
El vicepresidente Carlos �Chacho� Alvarez suele chichonear al
ministro de Economía llamándolo �el último neokeynesiano� y en su
boca la frase no suena despectiva y a veces ni crítica. Pero José Luis
Machinea no funge como tal, mientras se mueve con comodidad en un gabinete
superpoblado por economistas, un lujoso banco de suplentes. Un banco de
suplentes que, bueno es recordarlo (y sin duda el ministro lo recuerda
constantemente) sólo ofrece potenciales reemplazos �por derecha�,
flanco, por ahora, que Machinea no tiene muy vulnerable. Ordenó las
cuentas, atesora más fondos en la caja, consiguió la aprobación del
FMI, bajó el riesgo país y aguarda un año de moderada reactivación (3
y medio o cuatro por ciento). En todo eso no le ha ido nada mal.
Más le cuesta explicar por qué es tan gélida la sensación térmica de
la economía real. Machinea sugiere que los consumidores sobreestiman el
impacto del impuestazo sobre sus bolsillos y que aumentarán su
propensión a consumir cuando adviertan que los afecta menos de lo
calcularon. A su ver, parte de la recesión tiene matriz psicológica. Su
jefe de asesores Pablo Gerchunoff añade un argumento que pretende ser
estacional: se ha distraído del circuito nacional una parva de dinero
llevada por turistas argentinos al Brasil. Con brillantez el columnista
Julio Nudler explicó en este diario que �veranear en el exterior
equivale a importar servicios de turismo (...) un fuerte aumento de
veraneantes del problema de precios relativos a partir de la revaluación
del peso. La mayor competitividad alcanzada por Brasil no sólo descoloca
a la industria turística argentina�. La asimetría con Brasil no es
hija del azar o del capricho de los veraneantes sino de la política
económica nacional.
En verdad, los hombres de Economía lo saben y �en voz muy baja�
protestan contra un par de colegas: el canciller Adalberto Rodríguez
Giavarini y su segundo Horacio Chighizola que �según ellos� están
�pintados� a la hora de representar al país en las discusiones con
lasrepresentaciones diplomáticas de Planalto. Se suponía que la
presencia de Rodríguez Giavarini apuntaba a un ministerio de relaciones
comerciales o de exportaciones pero hasta ahora, dicen varios de sus
colegas de gabinete, nada de esto ocurrió. Para colmo y como era más
previsible la gestión del canciller también renguea en su pata
política. Poco avezado en esas lides, Rodríguez Giavarini la delegó en
la línea del ministerio, �La Casa� como suele autodenominarse la
diplomacia de carrera que ya ha puesto varios miguelitos en el camino del
Gobierno y cometió un desaguisado de marca mayor. Fue el comunicado
emitido cuando Joerg Haider fue nombrado primer ministro de Austria. Los
miembros de �La Casa� le sacaron la naftalina a un viejísimo discurso
sobre la �no injerencia� en asuntos extranjeros totalmente discordante
en un mundo globalizado, hiperreactivo a las dictaduras y que dejó al
gobierno a la derecha del mundo entero, incluido Carlos Menem.
Final abierto
En cien días el oficialismo ha funcionado a full en aquello de
promover su imagen, la ciencia de Dick Morris, y en la de cerrar las
cuentas, la de Machinea. En otras áreas �Cancillería es un acabado
ejemplo, para nada único� aún parece no arrancar. Por ahora, eso le
basta para conservar el centro del ring de la política, mantener invicto
el prestigio presidencial y mirar con fundado optimismo las elecciones de
Capital. No es tan seguro que le alcance para ganar las del 2001 que �Dick
Morris seguramente lo sabe más que Machinea� están a la vuelta de la
esquina.
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