Página/12 en Italia
Por Washington Uranga desde Roma
En
el marco de una solemne ceremonia que se realizará en la llamada �Capilla
de la Crucifixión� en la Basílica de San Pedro en Roma, el papa Juan
Pablo II hará hoy el gesto de pedir perdón a toda la humanidad por �los
pecados de la Iglesia� y, acompañado de los cardenales de la curia
vaticana, llamará a la propia institución eclesiástica a �un cambio
de vida� para ser más coherente y fiel al Evangelio. En el mea culpa
institucional el Papa incluirá los pecados cometidos por la Iglesia en
perjuicio de los pobres y marginados, de las mujeres y de los derechos de
los pueblos, por la intolerancia y la violencia contra los disidentes, las
divisiones en el seno del cristianismo, las faltas contra la paz y el
desprecio hacia los judíos. A pesar del énfasis puesto por la
conducción de la Iglesia en la importancia del gesto papal, desde el
interior del propio catolicismo surgen voces que ponen en duda que lo que
se formula en el discurso se traduzca realmente en hechos en la práctica
institucional.
Los términos del pedido de perdón de Juan Pablo II fueron adelantados
por algunos voceros vaticanos, entre ellos el cardenal francés Roger
Etchegaray, presidente de la Comisión para el Jubileo, quien sostuvo que
�el cuerpo de la Iglesia está lleno de cicatrices y prótesis�. El
cardenal alemán Jozef Ratzinger, cabeza de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), considerado uno de los dirigentes
más conservadores de la Iglesia, fue el encargado de coordinar una
comisión de 30 teólogos que elaboró el documento �Memoria y
Reconciliación� que explica los motivos de la decisión papal de pedir
perdón públicamente. Según el propio Ratzinger, �se imponía una
reflexión sobre este gesto del Papa�. No existe, en toda la historia de
la Iglesia Católica, un antecedente que pueda asemejarse a este
reconocimiento público de responsabilidades que hará ahora Juan Pablo
II.
El texto elaborado por Ratzinger y otros teólogos explica con mayor
detalle lo que el Papa dirá hoy y pone de manifiesto diferentes tipos de
�pecados� y culpas que la Iglesia asume como propias. En primer lugar,
aquellos errores cometidos en defensa de lo que la Iglesia considera �la
verdad� y allí se incluye la mención a la metodología de la
Inquisición, a las Cruzadas y otras guerras religiosas, a la intolerancia
y a la violencia contra los disidentes. Muy vinculados con lo anterior se
mencionan los pecados relacionados con la división de los cristianos, las
persecuciones y excomuniones que castigaron a quienes no coincidieron en
su momento con la perspectiva oficial. Se suma a lo anterior el
reconocimiento de los actos de hostilidad contra los judíos, el silencio
cómplice o el desprecio de los católicos contra ese pueblo.
En el arrepentimiento eclesiástico no falta tampoco el reconocimiento de
las faltas cometidas en contra de los derechos fundamentales de las
personas, la justicia social, los pobres y marginados, las mujeres, el
avasallamiento de las culturas y de los derechos de otras religiones.
Según Karol Wojtyla, �reconocer las debilidades del pasado es un acto
de lealtad y de coraje. Reconocer la verdad es fuente de reconciliación y
de paz�. Estos son sus principales argumentos a favor del gesto que
realizará hoy y que, sin embargo, tiene detractores tanto entre los
conservadores como entre los más progresistas. Para los primeros Juan
Pablo II se está �extralimitando� en el reconocimiento de los errores
y, de esta manera, �facilitando� el terreno para que los �enemigos�
de la Iglesia utilicen esos argumentos en contra de la propia
institución. Algunos cardenales, especialmente italianos, como el
arzobispo de Bolonia, Giacomo Biffi, sehan manifestado públicamente en
contra del gesto, que consideran �ambiguo�.
Desde el costado más progresista, en cambio, se dice que la autocrítica
del Papa es muy genérica, que no hace mención directa a las personas que
fueron responsables y que, utilizando un estilo muy eclesiástico, se
preserva a la institución hablando siempre de �los hijos e hijas de la
Iglesia� para referirse a quienes incurrieron en errores. El estilo que
usará Juan Pablo II es común en la Iglesia Católica y es el mismo que
escogieron los obispos argentinos cuando admitieron en un documento
público algunas de sus responsabilidades en tiempos de la dictadura
militar. En esa ocasión los pecados fueron adjudicados a �los hijos de
la Iglesia�, pero no a la propia institución eclesiástica.
El teólogo suizo Hans Kûng, a quien la Iglesia le ha impedido ejercer la
docencia en virtud de sus posiciones disidentes, sostiene que si sólo se
habla de los errores del pasado se incurre en �hipocresía� porque la
Iglesia sigue cometiendo pecados en la actualidad. Otros críticos
señalan que, como sucede en otros campos, lo que el Papa dice y
manifiesta en sus gestos, discursos y pronunciamientos, no se traduce
luego en actitudes y acciones de los responsables eclesiásticos,
incluidos los colaboradores inmediatos de Karol Wojtyla.
Cuando
los judíos eran deicidas
Por S.K.
En
el año 388, un obispo lideró a centenas de sus seguidores en un
disturbio que duró horas y sacudió a una de las principales ciudades
de la Mesopotamia bizantina. Cuando cayó la noche, el cielo seguía
iluminado por las sinagogas que ardían y las familias judías
recogían cuerpos de las calles. San Ambrosio defendió enérgicamente
al obispo incendiario y criticó al emperador Teodosio, que mandó
reconstruir los templos y, atento a mantener la pax romana, ordenó a
las autoridades que impidieran futuros disturbios. El ejemplo de este
primer pogrom, siglos antes de que los rusos inventaran la palabra,
cundió por todo el Mediterráneo: en Roma, en toda Italia, en la
multicultural Antioquía, hasta en el norte de Africa ardieron
sinagogas y murieron judíos. Ambrosio y los demás padres de la
Iglesia ganaron la batalla y para el año 438 la ley imperial definía
a los judíos como �abominables� seguidores de una �secta
malvada� que rechazaba la �venerable religión� cristiana.
Cristianos y judíos entraron en conflicto desde el mismo origen de la
nueva religión. Y a medida de que el cristianismo se transformaba en
catolicismo y la Iglesia se hacía primero la fe más difundida y
después la oficial del imperio, el conflicto se transformó en una
intolerancia violenta y persecutoria. Con los siglos, nació una
doctrina clara y rotundamente antisemita, la doctrina a la que Juan
Pablo II está renunciando y denunciando con la claridad con que se
habla a aquellos católicos que todavía creen vivir en un mundo de
�infieles�, �herejes� y �semitas�.
El primer argumento antijudío proviene del mismo Nuevo Testamento, el
que escribieron los apóstoles de Jesús (tan judíos como el
Mesías). Pablo, dirigiéndose a las comunidades cristianas de
Tesalonia, habló de �los judíos, que mataron a nuestro Señor
Jesús, los judíos que no siguen la voluntad de Dios y son enemigos
de los hombres, que nos impiden hablar a los gentiles y llevarlos a la
salvación�. El apóstol escribía en contra de �los judíos�
como religión, que competía hábilmente por las conversiones en
Grecia. Esto, que hoy es la interpretación común de estas diatribas,
en la antigüedad y la Edad Media fue el guión para la persecución
de todos los judíos, en todos los lugares y todas las épocas. Sin
matices, todos eran deicidas y enemigos de la humanidad.
Es que la nueva religión se definía como la sucesora del pacto con
Dios: �Israel en la carne (o sea, los judíos) está en el exilio�,
escribió uno de los primeros teólogos. Para Pablo, el judaísmo
estaba totalmente superado por el cristianismo y no tenía el menor
valor propio. Esta doctrina se transforma en filosofía legal cuando
Roma se hace cristiana. Para el año 500, el código justiniano le
quita casi toda la protección legal al judaísmo, cierra sinagogas en
vastas áreas del imperio, prohíbe los matrimonios entre cristianas y
judíos y declara un crimen capital no creer en el juicio final y la
resurrección. Legalmente, los judíos quedan bajo el capricho de los
gobernantes.
Las leyes de Justiniano inauguraron un período de violencia. Hubo
rebeliones judías en Cesárea �en 556� y Antioquía �a
principios de los años 600� seguidas de violentas represalias. La
hostilidad cotidiana en zonas como Tesalónica, hogar de grandes
comunidades judías griegas, es indescriptible. No extraña que los
judíos recibieran a los invasores persas de Jerusalén como
salvadores y que festejaran ruidosamente la expansión del naciente
Islam, mucho más tolerante con la �fe de Abraham�.
Los reinos bárbaros que heredaron a Roma siguieron el molde
antisemita. El rey visigodo Erwig, azuzado por el obispo de Toledo,
dio un tajante ultimátum a los judíos españoles: conversión o
ejecución. En 694, con fuerza de ley, se decidía que los judíos,
conversos o no, no debían criar más a sus propios hijos, que a
partir de los seis años tenían que ser entregados a familias �cristianas
viejas�. No extraña que la invasión árabe de 711 encontrara a los
judíos listos a ayudar. La iglesia visigótica los había terminado
de alienar persiguiendo con saña hasta a los que habían aceptado
convertirse, una obsesión española que alimentaría, siglos
después, a la Inquisición.
Toda Europa repitió este patrón, con fases de tolerancia alternando
cerradas represiones, generalmente con los cambios de reyes. En
Francia, por ejemplo, el rey Dagoberto forzó conversiones en masa y
destituyó a los judíos de cualquier derecho legal. Carlomagno y su
sucesor, Luis el Pío, revirtieron estas medidas y hasta decretaron
que matar a un judío era, después de todo, también un asesinato que
se castigaba. Estos emperadores, en el pico de su influencia, lograron
inaugurar una era de relativa calma, donde los judíos lograron cierto
grado de protección y pudieron destacarse en profesiones como la
medicina. Sin embargo, la hostilidad eclesiástica siguió, los
teólogos continuaron con sus ataques y el paso del tiempo congeló
actitudes.
La tregua se acabó en 1096, con la primera cruzada contra los
musulmanes. Europa entera fue recorrida por una ola de misticismo
militar y miles de hombres comenzaron a caminar hasta las costas más
cercanas para embarcar a Tierra Santa. En el camino, decidieron
eliminar a los �enemigos de Cristo� que vivían entre ellos. Fue
una masacre en una escala nunca vista, sobre todo en Francia y
Alemania, donde en apenas seis meses entre un cuarto y un tercio de
las comunidades judías murieron sitiadas o quemadas vivas dentro de
sus templos. Rouen, Lorraine, el valle del Rin, Bohemia, las costas
del Danubio fueron los mojones de esta marcha de sangre que culminó
en la brutal masacre de judíos �y de musulmanes� en Jerusalén,
que cayó en manos cristianas en 1099. El líder de la cruzada,
Godofredo de Bouillon, personalmente incendió la gran sinagoga de
Jerusalén con todos los judíos dentro.
Hubo más cruzadas, más masacres �aunque no llegaron a la escala de
la primera� y un deterioro irreversible del frágil status social de
los judíos, que fueron oficialmente declarados �apóstatas� y
definidos como �en servidumbre a los cristianos�. Leyes y más
leyes limitaron las libertades de los judíos: no podían caminar por
las calles en días santos, tenían que usar sombreros o escudos
especiales para que los cristianos no hablaran o comieran con ellos
por error, no podían tener posición de mando alguna sobre un
cristiano y de ninguna manera podían mostrar en público su libro
sagrado, el Talmud. De esta fase en la tardía Edad Media datan los
estereotipos básicos del antisemitismo, aquellos que pintan al judío
como falso, complotador y usurero. La imaginación medieval creó
mitos como el de que los judíos bebían sangre cristiana o escupían
las hostias en sus rituales, que practicaban magia negra y complotaban
para explotar a los pobres. Muchos judíos fueron linchados por
campesinos convencidos que una mala cosecha o una nevada a deshora era
producto de un encantamiento talmúdico. Los cismas, las reformas y
divisiones del cristianismo no afectaron en nada este universo del
prejuicio, que pasó íntegro de católicos a ortodoxos y
protestantes.
El protagonismo cristiano en estos ataques sólo acabó cuando la
ciencia reemplazó a la fe en el rol de explicar al realidad. Sobre el
cimiento del prejuicio religioso se edificó el antisemitismo racista,
�laico� y cientificista, que �explicaba� la �perversión�
judía en términos físicos y no espirituales. Y que abrió una nueva
ruta que llevó a Auschwitz. |
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