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HOY ES LA CEREMONIA DE LAS EXCUSAS PREPARADA POR EL PAPA JUAN PABLO II
Ego me absolvo por 2000 años de errores

En un ritual en la vaticana Basílica de San Pedro, el papa Juan Pablo II hará hoy el gesto de pedir perdón por �los pecados de los hijos e hijas de la Iglesia�. Para algunos críticos, es demasiado tarde y demasiado poco.

Con el ritual de hoy, la Iglesia presenta un documento ad hoc.
�Memoria y Reconciliación� fue redactado por el ex Santo Oficio.


Página/12 en Italia
Por Washington Uranga desde Roma

t.gif (862 bytes) En el marco de una solemne ceremonia que se realizará en la llamada �Capilla de la Crucifixión� en la Basílica de San Pedro en Roma, el papa Juan Pablo II hará hoy el gesto de pedir perdón a toda la humanidad por �los pecados de la Iglesia� y, acompañado de los cardenales de la curia vaticana, llamará a la propia institución eclesiástica a �un cambio de vida� para ser más coherente y fiel al Evangelio. En el mea culpa institucional el Papa incluirá los pecados cometidos por la Iglesia en perjuicio de los pobres y marginados, de las mujeres y de los derechos de los pueblos, por la intolerancia y la violencia contra los disidentes, las divisiones en el seno del cristianismo, las faltas contra la paz y el desprecio hacia los judíos. A pesar del énfasis puesto por la conducción de la Iglesia en la importancia del gesto papal, desde el interior del propio catolicismo surgen voces que ponen en duda que lo que se formula en el discurso se traduzca realmente en hechos en la práctica institucional.
Los términos del pedido de perdón de Juan Pablo II fueron adelantados por algunos voceros vaticanos, entre ellos el cardenal francés Roger Etchegaray, presidente de la Comisión para el Jubileo, quien sostuvo que �el cuerpo de la Iglesia está lleno de cicatrices y prótesis�. El cardenal alemán Jozef Ratzinger, cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), considerado uno de los dirigentes más conservadores de la Iglesia, fue el encargado de coordinar una comisión de 30 teólogos que elaboró el documento �Memoria y Reconciliación� que explica los motivos de la decisión papal de pedir perdón públicamente. Según el propio Ratzinger, �se imponía una reflexión sobre este gesto del Papa�. No existe, en toda la historia de la Iglesia Católica, un antecedente que pueda asemejarse a este reconocimiento público de responsabilidades que hará ahora Juan Pablo II.
El texto elaborado por Ratzinger y otros teólogos explica con mayor detalle lo que el Papa dirá hoy y pone de manifiesto diferentes tipos de �pecados� y culpas que la Iglesia asume como propias. En primer lugar, aquellos errores cometidos en defensa de lo que la Iglesia considera �la verdad� y allí se incluye la mención a la metodología de la Inquisición, a las Cruzadas y otras guerras religiosas, a la intolerancia y a la violencia contra los disidentes. Muy vinculados con lo anterior se mencionan los pecados relacionados con la división de los cristianos, las persecuciones y excomuniones que castigaron a quienes no coincidieron en su momento con la perspectiva oficial. Se suma a lo anterior el reconocimiento de los actos de hostilidad contra los judíos, el silencio cómplice o el desprecio de los católicos contra ese pueblo.
En el arrepentimiento eclesiástico no falta tampoco el reconocimiento de las faltas cometidas en contra de los derechos fundamentales de las personas, la justicia social, los pobres y marginados, las mujeres, el avasallamiento de las culturas y de los derechos de otras religiones. Según Karol Wojtyla, �reconocer las debilidades del pasado es un acto de lealtad y de coraje. Reconocer la verdad es fuente de reconciliación y de paz�. Estos son sus principales argumentos a favor del gesto que realizará hoy y que, sin embargo, tiene detractores tanto entre los conservadores como entre los más progresistas. Para los primeros Juan Pablo II se está �extralimitando� en el reconocimiento de los errores y, de esta manera, �facilitando� el terreno para que los �enemigos� de la Iglesia utilicen esos argumentos en contra de la propia institución. Algunos cardenales, especialmente italianos, como el arzobispo de Bolonia, Giacomo Biffi, sehan manifestado públicamente en contra del gesto, que consideran �ambiguo�.
Desde el costado más progresista, en cambio, se dice que la autocrítica del Papa es muy genérica, que no hace mención directa a las personas que fueron responsables y que, utilizando un estilo muy eclesiástico, se preserva a la institución hablando siempre de �los hijos e hijas de la Iglesia� para referirse a quienes incurrieron en errores. El estilo que usará Juan Pablo II es común en la Iglesia Católica y es el mismo que escogieron los obispos argentinos cuando admitieron en un documento público algunas de sus responsabilidades en tiempos de la dictadura militar. En esa ocasión los pecados fueron adjudicados a �los hijos de la Iglesia�, pero no a la propia institución eclesiástica.
El teólogo suizo Hans Kûng, a quien la Iglesia le ha impedido ejercer la docencia en virtud de sus posiciones disidentes, sostiene que si sólo se habla de los errores del pasado se incurre en �hipocresía� porque la Iglesia sigue cometiendo pecados en la actualidad. Otros críticos señalan que, como sucede en otros campos, lo que el Papa dice y manifiesta en sus gestos, discursos y pronunciamientos, no se traduce luego en actitudes y acciones de los responsables eclesiásticos, incluidos los colaboradores inmediatos de Karol Wojtyla.


Cuando los judíos eran deicidas

Por S.K.

En el año 388, un obispo lideró a centenas de sus seguidores en un disturbio que duró horas y sacudió a una de las principales ciudades de la Mesopotamia bizantina. Cuando cayó la noche, el cielo seguía iluminado por las sinagogas que ardían y las familias judías recogían cuerpos de las calles. San Ambrosio defendió enérgicamente al obispo incendiario y criticó al emperador Teodosio, que mandó reconstruir los templos y, atento a mantener la pax romana, ordenó a las autoridades que impidieran futuros disturbios. El ejemplo de este primer pogrom, siglos antes de que los rusos inventaran la palabra, cundió por todo el Mediterráneo: en Roma, en toda Italia, en la multicultural Antioquía, hasta en el norte de Africa ardieron sinagogas y murieron judíos. Ambrosio y los demás padres de la Iglesia ganaron la batalla y para el año 438 la ley imperial definía a los judíos como �abominables� seguidores de una �secta malvada� que rechazaba la �venerable religión� cristiana.
Cristianos y judíos entraron en conflicto desde el mismo origen de la nueva religión. Y a medida de que el cristianismo se transformaba en catolicismo y la Iglesia se hacía primero la fe más difundida y después la oficial del imperio, el conflicto se transformó en una intolerancia violenta y persecutoria. Con los siglos, nació una doctrina clara y rotundamente antisemita, la doctrina a la que Juan Pablo II está renunciando y denunciando con la claridad con que se habla a aquellos católicos que todavía creen vivir en un mundo de �infieles�, �herejes� y �semitas�.
El primer argumento antijudío proviene del mismo Nuevo Testamento, el que escribieron los apóstoles de Jesús (tan judíos como el Mesías). Pablo, dirigiéndose a las comunidades cristianas de Tesalonia, habló de �los judíos, que mataron a nuestro Señor Jesús, los judíos que no siguen la voluntad de Dios y son enemigos de los hombres, que nos impiden hablar a los gentiles y llevarlos a la salvación�. El apóstol escribía en contra de �los judíos� como religión, que competía hábilmente por las conversiones en Grecia. Esto, que hoy es la interpretación común de estas diatribas, en la antigüedad y la Edad Media fue el guión para la persecución de todos los judíos, en todos los lugares y todas las épocas. Sin matices, todos eran deicidas y enemigos de la humanidad.
Es que la nueva religión se definía como la sucesora del pacto con Dios: �Israel en la carne (o sea, los judíos) está en el exilio�, escribió uno de los primeros teólogos. Para Pablo, el judaísmo estaba totalmente superado por el cristianismo y no tenía el menor valor propio. Esta doctrina se transforma en filosofía legal cuando Roma se hace cristiana. Para el año 500, el código justiniano le quita casi toda la protección legal al judaísmo, cierra sinagogas en vastas áreas del imperio, prohíbe los matrimonios entre cristianas y judíos y declara un crimen capital no creer en el juicio final y la resurrección. Legalmente, los judíos quedan bajo el capricho de los gobernantes.
Las leyes de Justiniano inauguraron un período de violencia. Hubo rebeliones judías en Cesárea �en 556� y Antioquía �a principios de los años 600� seguidas de violentas represalias. La hostilidad cotidiana en zonas como Tesalónica, hogar de grandes comunidades judías griegas, es indescriptible. No extraña que los judíos recibieran a los invasores persas de Jerusalén como salvadores y que festejaran ruidosamente la expansión del naciente Islam, mucho más tolerante con la �fe de Abraham�.
Los reinos bárbaros que heredaron a Roma siguieron el molde antisemita. El rey visigodo Erwig, azuzado por el obispo de Toledo, dio un tajante ultimátum a los judíos españoles: conversión o ejecución. En 694, con fuerza de ley, se decidía que los judíos, conversos o no, no debían criar más a sus propios hijos, que a partir de los seis años tenían que ser entregados a familias �cristianas viejas�. No extraña que la invasión árabe de 711 encontrara a los judíos listos a ayudar. La iglesia visigótica los había terminado de alienar persiguiendo con saña hasta a los que habían aceptado convertirse, una obsesión española que alimentaría, siglos después, a la Inquisición.
Toda Europa repitió este patrón, con fases de tolerancia alternando cerradas represiones, generalmente con los cambios de reyes. En Francia, por ejemplo, el rey Dagoberto forzó conversiones en masa y destituyó a los judíos de cualquier derecho legal. Carlomagno y su sucesor, Luis el Pío, revirtieron estas medidas y hasta decretaron que matar a un judío era, después de todo, también un asesinato que se castigaba. Estos emperadores, en el pico de su influencia, lograron inaugurar una era de relativa calma, donde los judíos lograron cierto grado de protección y pudieron destacarse en profesiones como la medicina. Sin embargo, la hostilidad eclesiástica siguió, los teólogos continuaron con sus ataques y el paso del tiempo congeló actitudes.
La tregua se acabó en 1096, con la primera cruzada contra los musulmanes. Europa entera fue recorrida por una ola de misticismo militar y miles de hombres comenzaron a caminar hasta las costas más cercanas para embarcar a Tierra Santa. En el camino, decidieron eliminar a los �enemigos de Cristo� que vivían entre ellos. Fue una masacre en una escala nunca vista, sobre todo en Francia y Alemania, donde en apenas seis meses entre un cuarto y un tercio de las comunidades judías murieron sitiadas o quemadas vivas dentro de sus templos. Rouen, Lorraine, el valle del Rin, Bohemia, las costas del Danubio fueron los mojones de esta marcha de sangre que culminó en la brutal masacre de judíos �y de musulmanes� en Jerusalén, que cayó en manos cristianas en 1099. El líder de la cruzada, Godofredo de Bouillon, personalmente incendió la gran sinagoga de Jerusalén con todos los judíos dentro.
Hubo más cruzadas, más masacres �aunque no llegaron a la escala de la primera� y un deterioro irreversible del frágil status social de los judíos, que fueron oficialmente declarados �apóstatas� y definidos como �en servidumbre a los cristianos�. Leyes y más leyes limitaron las libertades de los judíos: no podían caminar por las calles en días santos, tenían que usar sombreros o escudos especiales para que los cristianos no hablaran o comieran con ellos por error, no podían tener posición de mando alguna sobre un cristiano y de ninguna manera podían mostrar en público su libro sagrado, el Talmud. De esta fase en la tardía Edad Media datan los estereotipos básicos del antisemitismo, aquellos que pintan al judío como falso, complotador y usurero. La imaginación medieval creó mitos como el de que los judíos bebían sangre cristiana o escupían las hostias en sus rituales, que practicaban magia negra y complotaban para explotar a los pobres. Muchos judíos fueron linchados por campesinos convencidos que una mala cosecha o una nevada a deshora era producto de un encantamiento talmúdico. Los cismas, las reformas y divisiones del cristianismo no afectaron en nada este universo del prejuicio, que pasó íntegro de católicos a ortodoxos y protestantes.
El protagonismo cristiano en estos ataques sólo acabó cuando la ciencia reemplazó a la fe en el rol de explicar al realidad. Sobre el cimiento del prejuicio religioso se edificó el antisemitismo racista, �laico� y cientificista, que �explicaba� la �perversión� judía en términos físicos y no espirituales. Y que abrió una nueva ruta que llevó a Auschwitz.

 

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