Cuando
en el año 1973 acompañamos a nuestro hijo Mauricio a este edificio de la
Escuela, era para ayudarlo a integrarse en ese grupo humano que conocimos
durante el arduo ingreso, en la preparación del mismo, en los exámenes
para lograrlo.
También lo fuimos acompañando
en la maduración de sus ilusiones, mientras se desarrollaba su
personalidad, que como la de muchos otros jóvenes como él, cuestionaban,
discutían, contestaban a las situaciones existentes en la familia, en el
medio escolar y en la sociedad.
Por ello se identificó con las
ideas de luchas contra la exclusión, contra la marginalidad de los grupos
empobrecidos por las situaciones sociales, en el compromiso por los
derechos humanos, en el interés por las modificaciones que necesitaba la
sociedad que lo envolvía.
Perder un hijo es como perder
el futuro: lo que se pierde es nada menos que la proyección de vida, la
razón por la que se vive, los planes futuros, la forma en que se espera
trascender la muerte; de hecho los hijos son como el proyecto de
inmortalidad de los padres.
En el '86 volvimos al edificio
de esta Escuela para colocar una placa de homenaje y de recordación en
uno de sus espacios, donde junto con los otros que estaban en esa lista
significó la señal de la desaparición, la tortura, la violación, el
asesinato clandestino por parte de la dictadura militar genocida.
El año pasado asistimos a la
colocación en el patio de este edificio de la placa, donde se reunió a
los estudiantes y docentes desaparecidos durante la dictadura: ya no eran
sólo 7 sino más de 40, en ese esfuerzo por la Memoria que la Escuela,
sus docentes, sus egresados y los alumnos efectuaron en ese entonces.
Nuestro proyecto como padres
quizá se limitaba a acompañar a Mauricio a recibir el diploma cuando
egresara. Hoy llegamos con un premio sobre Derechos Humanos y Memoria,
para honrar la suya y ser acompañados por ustedes en esta definición
sobre un tema tan caro a la civilidad argentina, y no permitir que suceda
lo que advierte el poeta Lamborghini: "Se agazapa el olvido: está
esperando". Con esto queremos ratificar que era un joven como
ustedes, con sus demandas, sus inquietudes, sus disidencias, su rebeldía
o sus cuestionamientos. Que le gustaba el fútbol para ver a River o para
jugar como lo hacía, muy bien por cierto, que escuchaba la música del
rock de entonces que se llamaba progresiva y que hoy está nuevamente
rehabilitada, tenía placer por algunas comidas, vestir ciertas ropas o
cortarse el pelo de una manera determinada y tener una novia y escribirle
poemas. Que estaba integrado a una familia que lo amaba, que lo comprendía
y que quizá lo apoyaba para la concreción de sus proyectos y su futuro,
para la organización de su perfil como hombre en la sociedad.
Si bien nosotros estamos con un
duelo permanente, con un duelo en suspenso, inconcluso, porque nos robaron
también los cuerpos y aun nos hicieron desaparecer las palabras, creemos
que en este acto se debe sostener el mensaje del luchador checoslovaco
Julis Fucik: "...que la tristeza no sea nunca unida a mi nombre, si
creen que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, lloren
un momento..., pero no pongan sobre mi tumba el ángel de la
tristeza". * Palabras del padre de Mauricio Fabián Weinstein, un estudiante desaparecido de la Escuela Carlos Pellegrini, durante la entrega del premio literario que lleva su nombre como homenaje a los alumnos desaparecidos de ese colegio.
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