Hace
diez años, la italiana Fausta Leoni se ubicó por meses al tope del
ranking de best sellers con su libro "Karma", en el que describía
su extraña experiencia por vidas anteriores. Ahora, instalada en una casa
en La Lucila, la periodista que supo codearse con Federico Fellini y
traducir al italiano a Ernesto Sabato revisa sus propias convicciones. |
--Desarrollo una experiencia. El experimento literario no me
interesa. A mí me intriga la
experiencia humana. Pienso que somos tan transitorios que todos tendríamos
que escribir, el artista, la mucama, la gente simple, todos, dejar escrito
algo de nuestras vidas. Si no, uno se va y no deja nada de lo que ha visto
y pensado, de lo que ha sido. Yo haría el cuaderno de vida obligatorio
para todos. Mi nuevo libro (en realidad son tres libros en uno) es una
crónica de una persona que ha influido a mucha gente por sus
experiencias, relatadas en mi libro Karma. A mí me han pasado cosas. No
pienso como escritora, pienso como médium. Mi especialidad es, sobre
todo, sentir cosas de otras dimensiones. Como me pasó a mí, he buscado
entender lo que me pasaba. En el libro Karma desarrollé una hipótesis de
reencarnación para quedarme un poco tranquila, porque me daban miedo esas
cosas que sentía. --¿Qué
es lo que ha pasado recientemente para que pase a escribir de la muerte?
--He podido ver situaciones como en una película, que rodaba sin
que yo la pudiera cortar, así que no era imaginación. En el primer
caso un conocido, un historiador en Palermo (Italia), insistió en pedirme
ayuda. Me ofendió, no soy una vidente, soy una escritora. Me pidió por
favor. Cerré los ojos. Enseguida vi como una película. Lo veía vestido
en otra época, sobre el Danubio, en una casa linda, enseñando piano a
una hermana enferma, que tenía tuberculosis, porque tosía. Entonces pensé:
ésta es mi imaginación. Comencé a decirle lo que veía en una vida
anterior. Le pregunté por qué escribía historia si en realidad quería
ser músico. Aclaro que a ese hombre lo veía por primera vez. Le relaté
otras cosas que resultaron ser hechos familiares. Cuando abrí los ojos,
este hombre, joven, simpático, lloraba, estaba pálido. Le había
relatado parte de un pasado en Viena que su inconsciente conocía. La
segunda vez que me ocurrió algo similar fue con una lectora que,
llorando, me reclamó ayuda. Eso no es inusual. Treinta años después de
haberse publicado mi libro Karma, aun llega gente a mi casa todos los días,
invocando haber leído el libro. Esta mujer era profesora de filosofía.
Me dice que se ha separado de su marido, médico ginecólogo, porque
golpeaba a las hijas. Las hijas le han dicho: nosotras o papá. Lo había
dejado, había tenido una historia con otro, pero éste también la
golpeaba por cuestiones de celos. Aparece una historieta vulgar en que
ella estaba vestida para una cacería de zorros... como en Inglaterra...
con tres amantes. Le cuento lo que he visto. Ella también se puso pálida
y me dice: "No puede ser, yo tengo una hija operada de tumor al
cerebro. Cuando le sacaron el tumor, me escribió del hospital un poema
titulado 'La caza de zorros'. Después nos hicimos amigas. Después, la
tercera es importante porque esto lo escribió ella en un libro como
testimonio. Una escritora rusa me pregunta: "Usted me tiene que decir
por qué todos los años siento que tengo que venir a Italia. No tengo
dinero y tengo que venir a Italia". Al cerrar los ojos, la vi a ella
de pequeña, en Toscana, como campesina, y la veo violada y acuchillada
por un campesino. Quiero imaginármela más grande y no puedo. Entonces
abro los ojos y digo: yo pienso que usted viene a Italia por esto, porque
la mataron joven. Y ella me dice: "Mi maestro de yoga, en Rusia, me
dijo que la chica tenía diecisiete años, es la misma historia".
Entonces, yo me inquieto mucho y me pregunto ¿cómo hago? ¿Por qué veo
esta película? Después, leyendo, leyendo, viajando al Tibet, a India,
aprendí algunas explicaciones en torno al pasado, el presente y el
futuro, que parecen estar al alcance de algunas personas que saben leer en
una biblioteca universal.
--Yo estuve en India, pero
no leí...
--Aclaro: no todos pueden "leer" estas cosas. Sin
embargo, es una realidad que algunas personas pueden ver. Entonces, esto
querrá decir que con estas experiencias y muchas más será que una tiene
que jurar que hay reencarnación. Pero pasada una experiencia terrible de
la muerte de mi amigo... no amigo, de mi amor, y de muchos amigos, ahora
pienso que no me importa nada. Me aburre el tema. Ahora pienso que
cuando uno quiere a una persona, quiere su cara, sus ojos. Y lo pierde si
nos reencarnamos con otro sexo, con otra personalidad, no me consuela para
nada. Este libro sobre la muerte viene a ser la tercera parte de un
libro único, porque la primera parte habla de amor, de sentimientos,
encuentros de amistad, y de amor...
--¿Dónde
están esos libros, dónde está la primera parte?
--"La muerte" es la
tercera parte...
--¿De
una trilogía?
--Todavía no, es un libro que
no sé si publicar todo junto o por partes, aunque son también tres
libros con la misma historia de la misma persona que va madurando... Los
editores, y los lectores, me pidieron que escribiera otro libro después
de Karma, pero yo no sabía cómo contar estos treinta años. No sé si he
escrito una autobiografía o un testamento. No sabía cómo hacerlo. Después
decidí dividirlo en tres libros. Primero, los encuentros de amor y de
amistad. Está Federico Fellini, está Jorge Luis Borges, está Ernesto
Sabato, está mucha gente que ha representado mucho para mí. También hay
mucha gente simple. Amor y amistad.
--Y
con Karma, ¿qué?
--Nada, éste es el nuevo
libro. Nada que ver con Karma. Han pasado treinta años. Usted me ha
preguntado cómo maduré. Cómo cambié. Cambié haciendo esto. La
segunda parte son todos los encuentros con la cosa misteriosa, mágica y
esotérica, como el caso de los filipinos sanadores... ¿Qué es la vida?
¿Qué nos abandona con la muerte? --Ahí
vamos todos...
--Y la tercera parte es sobre esa persona, que soy yo, que se va de
la RAI, la televisión italiana, se va del trabajo, se compra una casa en
el campo y dice: basta, quiero estar sola, no depender más del amor, de
las pasiones de los hombres... Como dicen acá, me han roto las bolas.
No puedo depender del amor. ¿Cómo estará hoy, cómo me tratará...? Es
un himno a la soledad. Soy libre. Se recupera el contacto con la
naturaleza, con el jardín, con el gato, con el perro, hay una felicidad
enorme... A mí me ha llegado la felicidad de la soledad. La pasión más
fuerte de mi vida fue encontrar un hombre de 48 años que hablaba diez
idiomas, era un loco completo, lindo como un Gary Cooper. El se enamoró
de mí y yo de él... para verlo morir de cáncer en una desesperación
que duró un año. --Ese
descubrimiento del himno a la soledad, a la libertad, a la recopilación
de una vida, ¿es también el reconocimiento del fin de la inmortalidad?
¿Ya no hay más inmortalidad?
--Sí, pero las consideraciones
intermedias son importantes. No es sólo el hecho de ver morir a alguien
joven, lindo, lo que duele. Todo lo ligado a discursos astrofísicos, al
misterio del universo, del cosmos, el misterio de la muerte, se pierde en
la duda... --¿No
cree en la inmortalidad de la reencarnación?
--No creo más en Dios, y pienso que creer es una superstición. No
creo que quede nada de nosotros. Es como si se rompiera una lámpara... Se
rompe la lámpara pero la energía, la electricidad, queda. Pero a mí qué
me importa la electricidad si no forma una persona que yo quiero. --Eso
parte de la desdicha, o la tristeza, del sufrimiento de encontrar una
persona y perderla.
--Puede ser que pase el shock.
Pero soy una persona muy enfadada en este momento... --Enfadada,
como enojada...
--Mucho más que enojada... furiosa. Como ha dicho Vittorio
Gassman: "Esta cosa repugnante que es la muerte". La muerte es
repugnante, y Dios, si está, es un artista que ha querido hacer una obra
y le ha salido mal... la vida le ha salido mal, el mundo le ha salido mal.
No puede ser, si él está, ha perdido la batalla, venció el diablo,
venció el mal, porque la vida es demasiado dura, demasiado injusta,
demasiado dolorosa. Este es el trayecto que yo hice. Mi libro anterior
era optimista en el sentido de que digo existe el Karma, todo es justo.
Estamos pagando cosas que hemos hecho. Ahora no lo pienso más, no pienso
más que sea una cosa justa. --¿Significa
eso renegar de todo lo que puso en Karma?
--No reniego de nada. Digo que no me consuelo del dolor de la
muerte, ni de la mía ni la de los demás. No es escepticismo, es sentirme
sin consuelo. Pienso en la madurez de la vida, cuando se empiezan a morir
todas las personas que uno quiere. Uno da un paso más, sin negar la
evidencia hallada. Yo creo que el mineral se transforma en vegetal, que se
transforma en animal, que se transforma en hombre, que se transforma en
Cristo. Es evidente para mí que hay esta evolución. Fuimos con una
actriz y quince periodistas a hacer una nota con un Lama en Tibet. El Lama
me dijo, "duro tu Karma". "¿Por qué?", le pregunté
yo. "Porque estás en la última vida terrenal y no podés tener una
vida privada, ni hijos, ni pareja teniendo que cerrar con todos los karmas
precedentes."
--¿No es demasiada presunción
de su parte decir que usted tiene esa enorme responsabilidad?
--No, yo estoy acá para aprender, hago simplemente una hipótesis.
--Frente a su muerte, ¿cómo
está?
--Me da asco. Cuando pienso en
ese muchacho con el cual tuve esa intensa historia de amor, y lo veo, son
dos centímetros de cenizas dentro de la urna. Pensar, sigo pensando, pero
sentir, siento que no hay nada. Eso me desespera. --¿Tenemos
que andar obsesionados, desesperados, por eso que es inevitable?
--Para mí las personas conscientes tendrían que estar
desesperadas, o juntos preguntarse cómo resolvemos este misterio, este
enigma, que es el último tabú de estos tiempos. De la muerte no se
habla. Ni las personas que han vivido treinta o cuarenta años juntos
saben si su pareja piensa que la muerte es un hecho definitivo o no. No se
habla de esto. Como si sólo los otros murieran, nosotros no. Nos
salvaremos porque somos más vivos. Es increíble. Una película de Wim
Wenders sobre la muerte es el único documento que se ha hecho, serio, de
cada día de un hombre, el famoso director de cine Nicolás Rey, que se
moría de cáncer. Wim Wenders lo filmó todo, hasta la última palabra, y
esto se tendría que hacer un poco más a menudo. Todos tenemos derecho a
vivir la muerte. La muerte, como el amor, son experiencias rarísimas y únicas.
Esto lo tengo bastante claro. Para mí hay un contacto triple cuando nos
enamoramos: cerebro, sentimientos y sexo. Y nunca coinciden los tres con
los de la otra persona. Por eso traicionamos. Nos traicionan. Siempre
falta algo. Uno anda bien de pasión, pero no anda bien de cabeza. O anda
bien de sexo, pero no anda bien de sentimiento. Cuando estos tres puntos
importantes están de acuerdo es para desmayarse de felicidad.
--Usted dijo que había
escrito ahora sobre sus relaciones, las amistades y las relaciones
amorosas... Pero también habló de la relación con Borges, Sabato...
--Amistad, admiración... con Federico Fellini, amistad. --¿Con
Gillo Pontecorvo...?
--Amor, pero me parece ridículo hablar de eso. Me enamoré de
Pontecorvo (el director de La batalla de Argel), hicimos documentales
juntos. Es un documentalista genial. Conocí a Giangiacomo Feltrinelli
porque traduje Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato para Feltrinelli.
Después me estaba por publicar Karma, pero Valerio Rivas me pidió cortes
que no quise hacer, y publiqué con otro. Feltrinelli me impresionó mucho
porque era muy cerrado. Sólo leí los comentarios sobre el libro Senior
Service de su hijo Carlo, pero creo que debe ser un libro muy serio. Yo
escribí sobre personas famosas y de otras no famosas, sobre los
encuentros que más me han cambiado, porque se han dicho cosas
interesantes, pero eso no implica obsesión ni relación. Me preguntan
acerca de Fellini, que era y es un mito, pero yo los frecuentaba como algo
normal, íbamos a comer, nunca tratábamos asuntos serios, estábamos
siempre de broma. Yo estaba todos los días cuando filmaba Ocho y medio.
Nuestra conversación era un juego. Cuando se murió Fellini, los
periodistas italianos, también amigos, me pidieron que dijera algo de él.
No dije nada. En mi casa se juntan mis amigos, los que yo quiero que me
rodeen, no quiero mitos ni fama. Entre los que se conocieron así, algunos
se han casado. El año pasado ocho personas se casaron. Mi destino es éste:
cambiar la vida de los demás. La mía no la cambio.
--Bueno, vamos
redondeando... Usted se crió en Acasusso, su adolescencia la pasó aquí
en Buenos Aires en la posguerra...
--Sí, en Acasusso... En esos tiempos también estaba Franca Beer
(su anfitriona). Fue el período más divertido de nuestras vidas. Era un
período mágico porque éramos todos jóvenes. En 1947, siendo
adolescente, decidí irme de Italia y venir a la Argentina. Yo, cuando
puedo, hablo de Acasusso. Alberto Ongaro toda la vida ha escrito libros
sobre Acasusso. Eramos todos jóvenes, todos escritores, todos enamorados,
todos borrachos. Andábamos siempre tocando música. Estábamos en la casa
de uno y la gente entraba y se iba y volvía con una libertad total. Hugo
Pratt, el genio de Corto Maltés, era el centro del grupo.
--Y ahora está pensando
seriamente en hacer su casa entre Roma y Buenos Aires, está volviendo a
esos comienzos.
--Puede ser. Hay muchas cosas de acá que me molestan. Por ejemplo,
fui a ver la película Belleza americana y la gente se reía en los puntos
más dramáticos. ¿No entienden nada? Hay cosas que me revientan de los
argentinos. La superficialidad total. Pero esa superficialidad tiene también
una parte de ingenuidad que me encanta. Porque en Europa, en Italia, hemos
llegado a un muro en los confines del Universo. Más allá nadie ha podido
ver. Me parece que los italianos somos un poco excesivos. Hemos llegado a
entender lo poco que se puede entender de esta vida. Y todo lo demás es
obvio. Acá todavía existe la pareja, que en Italia no existe más.
Existe todavía el amor, que en Italia no. Existe todavía gente que hace
niños, en Italia no. Hemos pasado la barrera. ¡Es terrible! Porque es
como deslizarse en la muerte. Todo ha sido dicho, todo está hecho. Acá
la gente todavía está inmersa en la vida. Una vida muchas veces banal,
es cierto, si se escucha el lenguaje excesivo (todo es divino, regio y
lugares comunes varios). En Italia ese muro da miedo, porque sabés que más
allá no hay nada que se conozca.
--¿Qué edad tiene
usted?
--No me pregunte eso... me suicido si me entero.
--No quisiera ser
responsable de eso.
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