Juan Pablo II es, sin duda, el pontífice católico
que con más énfasis ha asumido la responsabilidad de pedir perdón
por los errores de la propia institución católica y de sus miembros.
Ya en 1997, en el momento de publicar un libro sobre el tema, el
periodista italiano Luigi Accattoli había contabilizado 94 diferentes
textos y alocuciones de Karol Wojtyla haciendo "mea culpa".
Contra lo que sostienen los sectores más conservadores de la propia
Iglesia --que entienden que admitir los "pecados" es dar
argumentos al enemigo--, Juan Pablo II asegura que "reconocer los
desaciertos de ayer es un acto de lealtad y de coraje que nos ayuda a
reforzar nuestra fe, que nos hace percibir las tentaciones y las
dificultades presentes y nos prepara para afrontarlas". Este es
el espíritu con que el Papa concretó ayer el mayor pedido de perdón
público que cualquier pontífice católico haya realizado en otro
momento. Los incondicionales de Karol Wojtyla resaltan la valentía
del gesto, también la mayoría de los representantes de otras
religiones, pero las críticas más severas surgen desde las propias
filas eclesiales argumentando que "la Iglesia no está a la
altura del mensaje que proclama", tal como lo acaba de escribir
el jesuita belga Charles Delhez.
¿Por qué la insistencia de
Juan Pablo II en el pedido de perdón? Numerosas son las hipótesis
que se tejen sobre el tema y pocos los que realmente pueden asegurar
que cuentan con elementos suficientes para acceder a las razones más
íntimas del jefe de la Iglesia Católica. Varios aluden a la juventud
de Karol Wojtyla viviendo en su Polonia natal y en medio de una
Iglesia Católica que, a su juicio, no resistió a pie firme y en
nombre del Evangelio la deportación de los judíos. También por esa
razón, se dice, el tema de la solicitud de perdón a los judíos
aparece de forma recurrente en el "mea culpa".
En general, el gesto ha
tenido buena acogida entre los representantes de otras confesiones
cristianas y otras religiones. La mayoría insiste en "el
coraje" que Juan Pablo II pone de manifiesto en el hecho de pedir
perdón de manera pública y lo inscriben también en el marco del diálogo
que el jefe del catolicismo ha iniciado con otras religiones. Algunos,
sin embargo, advierten que Juan Pablo II representa a la Iglesia toda
pero no expresa un sentir unánime dentro de ella.
En efecto, las mayores críticas
provienen desde las propias filas del catolicismo. Para los más
conservadores, como el cardenal italiano Giacomo Biffi, la iniciativa
está cargada de una peligrosa "ambigüedad" que allana el
terreno a los "enemigos" de la Iglesia. Desde otra posición
ideológica, los sectores más progresistas insisten en una característica
que atraviesa toda la gestión de Juan Pablo II: los gestos de
apertura que se proyectan hacia la sociedad no se traducen en acciones
del mismo tipo en el seno de la Iglesia. Y señalan, a modo de
ejemplo, que mientras Juan Pablo II pide perdón a las mujeres por los
errores cometidos por la Iglesia en el pasado contra ellas, la Iglesia
sigue restringiendo hoy los derechos de las mujeres. O, agregan, se
hace "mea culpa" público y frente a las cámaras por la
intransigencia y la censura el pasado, y hoy mismo en la Iglesia se
sigue censurando y haciendo acallar las voces de quienes se atreven a
expresar, teológica y políticamente, de manera distinta a quienes
ejercen el poder en el Vaticano. Son muchos los que aseguran que, como
lo dice el sacerdote Eric de Beukelaer, profesor de historia de la
Iglesia en el seminario de Liège (Bélgica), "el examen de
conciencia sobre los hechos del pasado tiene que estar acompañado por
una revisión de lo que la Iglesia hace hoy en día".
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