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La invención de Humphrey Bogart


La edición de marzo de Página/30 incluye la edición en video de "El halcón maltés", la primera obra maestral del gran John Huston.

 

Bogie como el detective Sam Spade, en el film que convirtió su imagen en un icono cultural


Por Luciano Monteagudo
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En sus memorias, tituladas A libro abierto, John Huston refiere, entre muchos otros datos y anécdotas fascinantes, un episodio que hoy puede parecer apenas una suceso banal, pero que en 1941 pudo haber cambiado el curso de varias carreras, incluida la del propio Huston. "Fue a George Raft a quien la Warner Bros. le ofreció el papel principal de El halcón maltés", cuenta allí Papá John. "Raft lo rechazó; no quería trabajar a las órdenes de un director sin experiencia, así que me pusieron a Bogie, por lo que quedé debidamente agradecido."

  Bogie era --es-- por supuesto Humphrey Bogart. Y resulta imposible imaginar hoy al detective privado Sam Spade con otro rostro que no sea el de Bogart (y mucho menos con el de George Raft, que siempre pareció escapado de la barra de amigos de Tito Lusiardo en alguna película con Carlos Gardel). De hecho, fue a partir de El halcón maltés que Bogart convirtió su imagen en un icono cultural, en la encarnación del prototipo del detective privado creado por la novela negra norteamericana. Tanto que poco después de haber sido el Sam Spade que concibió Dashiell Hammett, fue también su rival (al menos en la literatura): Philip Marlowe, en Al borde del abismo (1946), de Howard Hawks, basada en El sueño eterno, una de las dos mejores novelas de Raymond Chandler (la otra es, claro, El largo adiós).

  Pero a veces las fechas importan y El halcón maltés llegó antes. Hay también quienes prefieren el Marlowe que mucho después compuso el cansado  Robert Mitchum, pero ya nadie puede pensar en un Sam Spade --en la forma laxa de sostener un cigarrillo entre sus dedos, en la manera de lanzar una parrafada como si fuera una ametralladora, en el estilo con que lleva una pistola ("Un revólver en manos de Bogart deviene un arma casi intelectual", decía André Bazin)-- que no sea Bogie.

  Curiosamente, las cosas no le iban demasiado bien hasta que encontró la oportunidad de su vida en este personaje. Hacía casi una década que venía trajinando los sets de la Warner, pero cada vez con suerte más adversa. Un primer repunte fue la memorable Alta sierra (1941), de Raoul Walsh, con libreto del joven Huston, que venía afilando sus uñas en el departamento de guionistas del estudio. Y casi sin solución de continuidad le llegó El halcón maltés, una producción clase "B" que el propio Huston le había propuesto a la Warner como el vehículo ideal para lanzarse a la dirección, a pesar de que la novela de Hammett ya se había filmado antes un par de veces, sin la menor repercusión.

  El éxito de Bogart fue también el éxito de Huston, que en su primera película como director logró reunir un elenco impecable --Mary Astor, Peter Lorre, el sorprendente debut cinematográfico de ese orbe obeso que era Sydney Greenstreet-- para una película que definiría de una vez y para siempre lo que a partir de ese momento la crítica francesa definió históricamente como film noir. El cine norteamericano denominado "policial" o "de gángster" ya existía, por supuesto, desde los comienzos del sonoro (con la Warner Bros. como estudio emblemático del género), pero fue con The Maltese Falcon que aparecieron de un solo golpe todos y cada uno de los tópicos del cine negro: la atmósfera cruel y decadente en la que unos personajes se baten inútilmente, como si ya estuvieran vendidos; la noche eterna como único escenario; la misognia irónica y la ambigüedad moral del protagonista, recorriendo siempre una frontera cada vez más borrosa entre la ley y el crimen.

  Para Guillermo Cabrera Infante, "en El halcón maltés los afanes de  héroes y villanos son trabajos de crimen perdidos: el halcón es una copia, una falsificación". Como se sabe, el fracaso sería luego una constante en toda la obra posterior de Huston, el tema central de su cine, hasta su última película, Desde ahora y para siempre (The Dead, 1987) sobre un relato de James Joyce, donde el fracaso tiene la forma del amor perdido. Pero ese eterno fracaso, que no esconde un persistente estoicismo, está hecho siempre del mismo material que el halcón. Como dice Bogart, al final del film, parafraseando a Shakespeare: "De la materia que están hechos los sueños".

 

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