El único debate
entre los dos principales aspirantes a presidir el gobierno español, señores
Almunia y Aznar, ha sido posible gracias a los muñecos de guiñol de
Canal Plus, un género copiado del Canal Plus francés, copiado y
mejorado. Los guionistas y manipuladores del programa español han
conseguido convertirlo en análisis político forense, porque algo tiene
de autopsia de las pautas de conducta de los políticos. Mientras se dice
que el mismísimo Elíseo ha presionado en Francia para que desapareciera
el espacio, en España es uno de los más seguidos y temidos,
especialmente por la esposa del presidente Aznar, frecuentemente indignada
por la caricaturización de su marido. La señora Botella tiene un sentido
de la dignidad que rechaza la ironía, por lo que presupone de inseguridad
en la afirmación y la creencia, incluida la inseguridad en la afirmación
y en la dosis de creencia en uno mismo que ofrecen los espejos.
Aznar se negó a aceptar el
desafío del socialista Almunia para un cara a cara ante las cámaras de
cualquier cadena de TV. Consciente de su ventaja de salida, el presidente
no quería concederle al aspirante un territorio que a priori tenía
acotado, pero no contaba con la revisión crítica del guiñol. Los
guionistas han ido construyendo el imaginario de Aznar y Almunia a partir
de la sabiduría convencional transmitida por los medios de comunicación.
Se diseña así un Aznar irrelevante, incoloro, inodoro, insípido, machacón,
poco hábil cuando trata de llegar al nivel de la ironía y menos todavía
cuando se sube a las cumbres de la trascendencia. Un Aznar obsesionado por
su carencia de carisma, defecto que pretende convertir en virtud, como si
el carisma fuera una incorrección en tiempos de hegemonía de lo
correcto. De hecho, Aznar heredó la obsesión anticarismática de los
tiempos en que daba la réplica a Felipe González y todos le señalaban
con el dedo: Vd. no tiene carisma y González sí. Como la madrastra de
Blancanieves, Aznar se desesperaba cuando cada noche el espejo le
contestaba: No, Felipe González todavía tiene más carisma que tú. Por
eso presume de que ha conseguido gobernar España sin carisma y se indigna
ante la posibilidad de haber contraído carisma como si se tratara de un
virus.
Si éste es el imaginario de
Aznar, el de Almunia es el de Sancho Panza de Felipe González que le está
guardando la silla para cuando su jefe decida volver a recuperarla. Si los
guiñoles describen a un Aznar sin carisma, no esconden que Almunia no está
dotado para despertar entusiasmos y es más previsible en sus respuestas
que un calendario. Imaginemos pues la noche en que Canal Plus decidió
sustituir el imposible careo real por un careo virtual y los guiñoles
consiguieron crear hasta la perfección la ilusión óptica del encuentro
y del debate. Un estudio exacto de los sistemas de señales de los políticos
reales permitió un milagro semiológico, como fue el que nos sintiéramos
espectadores del debate real, a pesar de que somos conscientes de que
estamos presenciando un simulacro, una caricatura. He aquí una materia de
análisis para las facultades de Ciencias de la Información y
especialmente para los estudios sobre la decodificación del sistema de señales. Porque la excelencia del resultado tal vez no se deba solamente a los buenos que son los guionistas y los manipuladores de los guiñoles. Tal vez cuentan con una complicidad inesperada: la de los políticos que cada vez más se parecen a sus caricaturas, como si fueran atraídos por ellas, como insectos flotantes en las aguas atraídos por los sumideros. Los ingleses ensayaron la crueldad diabólica de los Spitting Images, los teleñecos capaces de apoderarse del alma de los protagonistas reales de la Historia de Papel, es decir, de la historificación mediática. Terrible sospecha para un Platón del siglo XXI. ¿Nos gobiernan los políticos? ¿Sus guiñoles? ¿Sus caricaturas?
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