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el Kiosco de Página/12

La política de la verdad
Por Rafael A. Bielsa*

Recuerdo dos comentarios, uno de Foucault y otro de Mailer, que de alguna manera relaciono con la verdad. Repaso el vínculo entre la política y la verdad.
�Comuníquenme sus críticas�, pide Foucault a sus alumnos, y ateniéndome a que mi espíritu no es todavía demasiado rígido podré adaptarme poco a poco a ellas. Se sintió hasta el último día de su vida cerca de una verdad de otro tipo, y no tenía empacho de valerse de todo y de todos para alcanzarla.
Mailer dice de sí mismo que nunca experimentó una edad definida. �Llevo, a modo de experiencias diferentes, diversas edades: algunas partes tienen 81 años, y otras 57, 48, 36, 19, etcétera.� Hablaba con un amigo, y recordaba ciertos días parisinos en común algo más idealistas, cuando la verdad estaba todavía por delante, cuando no debía buscarla detrás de todas las cosas que había escrito, cuando todavía era capaz de aplaudir con generosidad cualquier acto de los otros más sacrificado o valeroso que los propios.
Pienso ahora en los políticos y en su relación con la verdad, en el uso de su discurso como manipulación estratégica. En nuestros políticos, pero también en los políticos de muchas partes del mundo. Aunque, como se sabe, en materia de sobreactuación, los argentinos somos capaces de convertir Robó, huyó y lo pescaron, la farsa de Woody Allen, en un remedo de tragedia. Basta con leer los periódicos que Alderete cree que lo persiguen por haber acabado con la corrupción en PAMI.
La última década fue la edad de oro del apartamiento del discurso respecto de la verdad, hasta llegar al punto extremo en el que lo que se decía no era puesto en relación con lo dicho, y en consecuencia la palabra oficial perdía totalmente su capacidad de motivar acción y reacción, dominación y lucha. Era un discurso vacío, un diálogo entre sordos, un ejemplo de que el mejor de ellos es �precisamente� el que ya no siente el deseo de oír.
En el comienzo del verbo, la voracidad de esperanza prestó oídos al ex presidente cuando pidió a los argentinos que lo siguieran, que -revolución productiva y salariazo mediante� no los iba a defraudar. Los niños pobres con hambre y los ricos con tristeza fueron exhibidos a una sociedad, hasta allí, ajena al descubrimiento ex presidencial. Abrazando a hermanos y hermanas en su corazón, mandó a Cavallo a cansarse por los pasillos de Tribunales, mientras aceptaba la paternidad del modelo sin necesidad de prueba de histocompatibilidad genética. Ramal que para ramal que cierra, bramó en algún momento, mientras estábamos mal pero íbamos bien. Luego de prometer aniquilar la desocupación, y desatar la tormenta ética, sableó a Duhalde por mediocre, a sus adversarios por tenerle miedo a un pobre hombre del interior, el único capaz de hacer que atravesáramos la estratosfera y estuviésemos en dos horas en Japón, ubicados ya entre los diez países más poderosos de la Tierra.
Sólo dos gritos rechinantes, sobre el final del mandato, recordaron que de algún modo lo dicho, dicho está. Una fue la advertencia de que si Moneta fuera el banquero del poder, lo habría salvado. El otro fue la amenaza de que si seguía la caza de brujas (diminutas) contra VíctorAlderete, �vamos a tener que hablar�. El estilo recuerda al que se atribuye a Ramón Díaz, el segundo riojano más famoso.
En política, a la mentira �tarde o temprano� le llega la hora, porque su descendencia es la Historia, que siempre la escriben otros. Narcotizados por los alambiques del poder, pocos de sus actores recuerdan esto aunque lo saben, porque una segunda naturaleza no deja de empujarlos hacia adelante en procura de no perder lo que los asegura, y que tanto les costó conseguir. Nadie lo aceptó mejor que Giulio Andreotti: ¿Si el poder desgasta?, le dijo a una periodista. Lo que desgasta, hija, es no tenerlo. Pero si, como decía Popper, la justicia está enlazada con la verdad, la política no puede ser indefinidamente injusta. La verdad también tiene su política.
Pero aun antes de esta década que pasó la casa no estuvo en orden, los que apostaron al dólar ganaron, los desaparecidos no fueron encontrados ni en España ni en México, y cada uno de estos desgajamientos del discurso público respecto de la verdad cortaron de un tajo el compromiso recíproco entre gobernantes y gobernados que pudiera existir hasta entonces, fuese éste fuerte o débil. Cerrar esa herida llevó mucho tiempo para algunos, y otros nunca lo consiguieron; deambulan como espectros enmudecidos, como sombras de lo que fueron durante la vida efímera del poder.
En la historia del pensamiento que desvelaba a Foucault, hay lugar para más de una verdad: en la de la literatura, tanto lugar cuantas buenas literaturas existan. En la historia a secas, no hay sitio para muchas, porque el poder es uno solo, y las revisiones siempre son póstumas, si es que vienen.
Se puede mentir a una persona mucho tiempo, citaba Perón, que sabía de conejos y de galeras, o a muchas poco tiempo, pero no a todas todo el tiempo. Foucault profesaba que la verdad lo acercaba a sus alumnos, Mailer que sus novelas podían hacerle recuperar momentáneamente los días idealistas de París. La política argentina debería tener presente que no es cierto que todo pasa. Por el contrario, cuando se reniega de la verdad, siempre retorna.

* Titular de la Sigen.


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