Por Diego Fischerman
El
primer signo de conflicto lo dieron algunos abrazos simbólicos alrededor
del teatro. En ese momento, todavía bajo la conducción de Sergio Renán,
los integrantes del Ballet Estable, acompañados por los delegados de los
otros organismos participantes de la Intercuerpos del Colón (coro,
orquestas, técnicos), se quejaban por la implementación de concursos y
evaluaciones que consideraban una maniobra velada para privatizar y/o
disolver el ballet. Desde los tiempos de Alfonsín, en que aduciendo
reformas en el teatro, la sala había debido cerrarse debido a que las
protestas sindicales hacían imposible implementar una temporada, que en
el Colón no había conflictos de esta índole. Tal vez aprovechando la
debilidad o la falta de saberes específicos para la tarea por parte de
las autoridades que condujeron al teatro hasta fin del año pasado, los
abrazos se convirtieron rápidamente en juegos de niños y el Colón,
nuevamente como antes del menemismo, debió reprogramar y suspender
funciones. El 2000 podría haberlos encontrado unidos o dominados, entre
muchas otras cosas, pero los encontró parados. El martes a la noche, la
que sería la primera función del año, dedicada al ballet La Bella
Durmiente, fue cancelada.
Los trabajadores del teatro piden la efectivización de 300 empleados
contratados. Hablan de los contratos-basura y de que éstos empezaron en
la Era Renán. �Son problemas de larga data�, dicen. Sin embargo, fue
recién con el cambio de autoridades que arreciaron las protestas, hasta
el punto de que durante 1999 prácticamente no hubo una sola función del
Colón que no cambiara de fecha o de horario, en el caso de que no fuera
directamente suprimida. La raíz del problema actual es el incumplimiento,
por parte del gobierno de la ciudad, de un �acta-acuerdo� firmada por
el entonces secretario de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido. Allí
el Estado se comprometía no sólo a la confirmación �en relación de
dependencia y con estabilidad� de cada uno de los contratados, sino
también a un régimen que convalidaba la categorización de las tareas en
el Colón como �trabajo insalubre� y la consiguiente jornada laboral
reducida. La consecuencia inmediata fue el crecimiento en casi un 25 por
ciento del presupuesto que el Estado debió asignarle al teatro, ya que
casi todos los trabajos relativos al funcionamiento de la sala empezaron a
necesitar de horas extra para poder ser realizados.
La situación del Colón, por otra parte, no es la única. Radio Municipal
y los teatros dependientes del gobierno de la ciudad son bombas de tiempo
esperando ser detonadas. Un comunicado de los empleados de la radio,
encabezado por la palabra �desesperante�, da cuenta de que desde hace
3 meses hay 6000 contratados que no cobran sus haberes, mientras que la
Asociación Argentina de Actores denuncia el �sistemático atraso en el
pago�. Que la coreografía de Petipá sobre música de Tchaikovsky no
haya podido subir a escena el martes pasado es apenas la punta del
iceberg. Este sábado, la presentación del pianista Bruno Leopoldo Gelber
abrirá (¿abrirá?) la temporada musical del teatro y, además,
significará el retorno de la Radio de la Ciudad a la transmisión de
conciertos desde el Colón. Puede suspenderse o no. Pero lo que no
debería obviarse es el debate todavía pendiente. ¿Para qué debe servir
un teatro como el Colón? ¿Cuánto debe costar? ¿Pueden aplicarse
criterios de eficiencia de mercado a los bienes artísticos? ¿Puede
hablarse de políticas culturales sin industria? El hecho de que los
trabajadores del Colón hayan decidido realizar el �quite de
colaboración� en sus puestos de trabajo habla, por lo pronto, de la
posibilidad de llamar rápidamente a una asamblea que revea la medida.
Mientras tanto, el texto del comunicado sindical es taxativo: �(se pide
que) se formalice por escrito la incorporación a Planta Permanente antes
del 30 de abril de los 299 contratados de funcionamiento del teatro�.
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