Por Raúl Kollmann
A
ocho años del atentado contra la embajada de Israel hoy se inaugura una
plaza en homenaje a las víctimas �concurrirá el presidente Fernando de
la Rúa�, pero no podrá hablarse de ningún resultado en la
investigación. Es más, la �causa embajada� está prácticamente
cerrada, se desmanteló la secretaría de la Corte Suprema que se ocupaba
de esa pesquisa y se le echó la culpa a un terrorista iraní, Imad
Mughnhiyah, sobre el cual nunca se consiguió prueba alguna: nadie lo vio
en Buenos Aires, no hay testigos, no existen evidencias de que alguien
haya colaborado con él. Lo único en lo que se apoyó el máximo tribunal
para imputarle la responsabilidad es en informes de servicios de
inteligencia norteamericanos, israelíes y argentinos.
En el mismo lugar donde estaba la delegación diplomática volada en 1992,
en la esquina de Arroyo y Suipacha, se alza desde hoy una plaza denominada
Embajada de Israel. El complejo recuerda en primer lugar a las 21 personas
muertas en el atentado, pero también será un centro cultural destinado
fundamentalmente a la tolerancia y a la convivencia entre los pueblos. Se
corona así un magnífico esfuerzo realizado por ciudadanos e
instituciones judías y no judías que rescataron el predio cuando ya
estaba destinado a la construcción de un hotel. Juntaron el dinero �varios
millones de dólares�, compraron el terreno, hicieron el diseño e
iniciaron la construcción de la plaza y el centro cultural. Hoy, a las
14, dejarán inaugurada la primera etapa el presidente De la Rúa, el
embajador de Israel, Itzhak Avirán; la organización filantrópica B�Nai
B�rith y los ciudadanos que protagonizaron la recuperación de la
esquina, agrupados en lo que se llama Proyecto Hatikva (Esperanza).
En la investigación, por el contrario, no hubo ninguna evolución sino
más bien un punto final. El secretario de la Corte que se ocupaba de la
pesquisa, Esteban Canevari, fue promovido a secretario penal y de hecho no
hay quien investigue nada. La única esperanza que existe �según
reconocen en privado en la Corte� es que aparezca alguna pista en la
investigación del caso AMIA y que de allí puedan salir elementos sobre
el atentado contra la embajada.
En setiembre pasado, el máximo tribunal emitió un largo fallo en el que
sobreseyó a la pintoresca prostituta Nasrim Mohtari, llegada al país
como testigo estrella y que según se sabe aún vagabundea por las calles
de Buenos Aires. Dicen que le inició una querella al estado argentino
reclamando una cifra millonaria por daños y perjuicios. Su compañero de
correrías, el misterioso brasileño Wilson Dos Santos, que dijo tener
información sobre el atentado a la embajada y que adelantó �con dos
semanas de anticipación� el de la AMIA, mandó un video hace ocho meses
diciendo que quiere colaborar con la investigación. Lo recibió el ex
ministro del Interior Carlos Corach, se lo entregó al embajador de
Brasil, pero lo cierto es que Dos Santos nunca apareció y no vino a
declarar. Todo indica que el estado brasileño no ha puesto demasiado
entusiasmo en traer al hombre �aparentemente es un buchón de los
servicios de ese país� para que testifique en las causas AMIA y
embajada.
En el mismo fallo en el que se sobreseyó a Nasrim Mohtari y
prácticamente sin que venga a cuento, la Corte le endilgó la
responsabilidad del atentado a la Jihad Islámica, es decir el brazo
armado de Hezbollah, una organización libanesa apoyada por Irán y Siria.
Los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel le achacan varios
atentados: contra la embajada norteamericana en Beirut, contra un cuartel
de marines, contra tropas francesas en El Líbano, por el secuestro de un
avión de la TWA y otras acciones de ese tipo. En verdad, el fallo de la
Corte no incluye ninguna prueba. Se limita a responsabilizar del atentado
a una especie de clásico del terrorismo: un hombre ya buscado por muchos
crímenes. Con esto se acallaron las voces de la Cancillería, Washington
yJerusalén que querían una condena a Irán. Ahora, en los últimos
tiempos, volvió a resurgir la idea de la llamada pista siria, pero lo
cierto es que tampoco hay evidencia alguna. En el caso de la embajada
nunca hubo ni un detenido por participar en el atentado, ni siquiera un
sospechoso.
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