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Se esperaba un partido espantoso. El primer tiempo fue peor que eso. Una cosa incalificable por la mezquindad, sobre todo de Boca, ya que la torpeza de Peñarol, sin fútbol ni ideas, rechazando a cualquier parte y tirando pelotazos más a restar que a dividir, parecía resultado de una carencia genuina y no de una elección consciente. Lo del equipo de Bianchi, en cambio, que ya desde la previa había manifestado la vocación especuladora, fue en el inicio muy desagradable de ver: la elección de no jugar, de no acompañar en ataque, de pasar la pelota hacia atrás, de demorar hasta la exasperación la progresión en el campo, todas esas cosas hacían al espectáculo (por llamarlo así) algo muy feo de ver. En síntesis: durante todos esos cuarenta y cinco minutos, todo lo que hizo Boca en ataque fueron dos remates de afuera de Traverso y de Battaglia �se la regalaron en el borde del área� afuera. Por el lado de Peñarol, Pacheco mal aprovechó una caída de Córdoba, que estaba fuera de juego en el momento del remate. Y nada más. Sin enganche, los de Bianchi taparon en el medio con Traverso-Battaglia y se apoderaron de una pelota que Basualdo durmió y Navas dividió sistemáticamente. Ibarra no subía, Arruabarrena apenas un par de veces y así, el pesado Barijho y un Mellizo solo y protestón no se conectaron jamás. ¿Peñarol? Mal, gracias. El arranque del segundo, con una llegada de cabeza de Arruabarrena el ataque, pareció indicar una voluntad no de jugar, pero sí de ir más arriba. Coincidió con que Peñarol pensó lo mismo y comenzó a empujar -literalmente� pues más allá de poner la pelota en campo de Boca, no llegó jamás. Ni siquiera los tiros libres de ambos conseguían llegar al arco. Recién apenas superados los 25, tuvieron una clara para convertir cada uno: primero, después de que Boca la perdiera por enésima vez en el medio, se fue Peñarol por derecha, centro, y el cruce apurado de Bermúdez casi la mandó adentro; y al minuto siguiente, el vértigo monocorde de Navas puso la pelota muy arriba cuando con tocarla suave era gol. Los últimos minutos se jugaron, como era previsible, en campo de los de Bianchi y los centros comenzaron a llover, ineficaces. La última fue para Boca, un borbollón �qué otra cosa podía ser� resultante de un centro de Navas que, entre las vacilaciones de la defensa y la tosquedad de Barijho, terminó en nada más que manotazos y empujones. El árbitro, que estuvo a la altura del partido, tuvo la oportunidad de echar a alguien y no lo hizo. En eso también se equivocó: los tendría que haber rajado a todos en el minuto inicial.
PARA EMPATARLE EN LIMA AL
UNIVERSITARIO Jugando ante el
último de la zona, intercalando suplentes y con un ojo -o los dos�
puestos en el campeonato local, San Lorenzo zafó en Lima con un empate
sin demasiado interés objetivo en términos futboleros pero con balance
positivo en cuanto a las cuentas, un tipo de especulación que Oscar
Alfredo Ruggeri debe haber contabilizado en el rubro de las ganancias.
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