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Una película brutal, deun realizador revulsivo

�Solo contra todos�, del realizador argentino residente en Francia Gaspar Noé, impacta como un cachetazo deliberado a la sensibilidad de los espectadores.

El carnicero que está en el centro de �Solo contra todos� es de una brutalidad espeluznante.
El cine de Noé se propone, antes que nada, molestar al espectador, al que provoca meticulosamente.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Cerca del final, cuando la tensión ya parece intolerable, aparece en pantalla un cartel en cuerpo catástrofe que dice: �ADVERTENCIA: TIENE 30 SEGUNDOS PARA DEJAR LA SALA�. Para muchos espectadores, aun los más curtidos, ese aviso �no exento de cierto humor� bien puede figurar en el comienzo mismo de Solo contra todos. El primer largometraje de Gaspar Noé (36 años, argentino radicado en Francia, hijo del pintor Luis Felipe) es una de las películas más brutales que haya dado el cine en mucho tiempo. Afirmar que será, sin duda, el film más �impactante� de la temporada 2000 en Buenos Aires parece casi un eufemismo, considerando que una de las primeras acciones del protagonista �un carnicero desempleado, embrutecido hasta el fondo de sí mismo� consiste en darle un puñetazo feroz en el vientre a su mujer embarazada.
Desde su revelación en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 1998, donde arrasó con el primer premio y con los elogios de la prensa especializada, Solo contra todos ha venido atravesando el circuito de festivales internacionales como una tormenta. Concebido a la manera de una suite de su propio mediometraje Carne (1991), que tenía por protagonista al mismo personaje, el film fue realizado por Noé tal como informa su título: desde el guión hasta la dirección, pasando por la producción, la cámara y el montaje, todo lo hizo él, contra el rechazo o la indiferencia de organismos de financiación públicos y privados. El resultado es una obra de una extraña, agobiante soledad, un film que gira obsesivamente sobre sí mismo, como su protagonista, pero no como un mero ejercicio solipsista sino como la única manera de dar cuenta de lo que sucede en el interior de ese hombre que ha llegado al fin de la noche.
Desocupado terminal, padre de una hija autista, resentido con todo y contra todos, el carnicero ve al mundo exterior a sí mismo como a un enemigo. Como a un enemigo social (de ahí su racismo primal, su misoginia, su odio ciego), pero también como a un enemigo personal, físico, material, al punto que una pistola con apenas tres balas en el cargador se convierte en su única compañía, en el instrumento a través del cual puede llegar a ejecutar su confusa venganza.
Antes de llegar a ese momento, el carnicero vomita un monólogo interior abrumador, que funciona casi a la manera de un violento crescendo musical, en donde el personaje se despacha contra la moral, la historia, la tradición, la cultura, la educación, la religión y la familia. Esa voz en off, cada vez más cargada de ira, como salida de una cloaca, se corresponde con los primerísimos primeros planos del rostro crispado, mudo de Philippe Nahon (un actor notable), registrados en el formato cinemascope. Esta contradicción entre un cuadro tan amplio y unos planos tan cerrados contribuyen a crear parte de la terrible tensión del film. Noé apela además a toda una batería de recursos visuales y sonoros, como los carteles con conceptos o advertencias (a la manera de Godard, pero también como si fueran los titulares de un diario sensacionalista) y unos golpes o disparos en off, a todo volumen, que rasgan el relato como cisuras.
Además de ser un film salvaje, de una individualidad radical, Solo contra todos es también una catarsis, una pesadilla de un nihilismo extremo, que le propone al espectador �y ahí está su audacia política� ponerse por un momento en la mente de ese carnicero monstruoso, atreverse a escuchar desde adentro el fluir de la conciencia de ese cretino, racista y psicópata que no por ello deja de ser apenas un hombre común, como seguramente hay tantos en lo suburbios de París. O los de Buenos Aires, por caso.

 

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