Por Hilda Cabrera
Solano
y Ríos parecen salidos del túnel del tiempo. Andrajosos, cansados y
hambrientos, conforman una desolada estampa sobre la vida de los
comediantes que, en otro tiempo, recorrían pueblos y villorrios, contando
historias y llevando por todo equipaje un mísero hato de ropa y una
utilería siempre escasa. Estas figuras constituyen la materia prima de
Ñaque..., pieza basada en una narración de Agustín de Rojas (�El
viaje entretenido�), escrita por el valenciano José Sanchís
Sinisterra, fundador del Teatro Fronterizo y de la Sala Beckett (en 1989,
en Barcelona, donde reside), maestro �lúcido, racional, inseguro y
ambiguo abridor de puertas y ventanas�, como decía de este autor el
fallecido dramaturgo Osvaldo Dragún, a quien está dedicado este III
Encuentro Iberoamericano de Teatro que finaliza el domingo.
Coordinador de un ambicioso montaje, La cruzada de los niños de la calle
(de la que participan dramaturgos latinoamericanos), estrenado a comienzos
de año en Madrid, Sanchís ha indagado reiteradamente en el universo de
los llamados cómicos de la legua. Esa fue también su tarea en las otras
dos piezas que conforman su trilogía sobre la vida de los actores
inmersos en una particular situación social: su famosa ¡Ay Carmela!,
cuya acción se desarrolla en tiempos de la Guerra Civil Española, y El
cerco de Leningrado, de 1989, estrenada en Buenos Aires por las actrices
españolas Nuria Espert y María Jesús Valdés. En el caso de Ñaque...,
la propuesta va más allá de las historias que se cuentan. Este trabajo
apunta a derribar la cuarta pared, a reflexionar sobre el encuentro entre
artistas y público. De ahí que los personajes se pregunten o interpelen
al espectador por qué están ahí, desde cuándo, qué miran o qué
esperan. Alguno les dirá que estamos en el 2000 y esto les parecerá
asombroso, porque suponían estar en el 1600. ¿Qué época es ésta, qué
la caracteriza?, inquiere uno de ellos mientras hace el gesto de aquí hay
mal olor. Pero no parece importarles demasiado: �No somos de aquí�,
dicen.
Además de reflexionar sobre la fugacidad propia de la representación, la
obra constata la fragilidad de unos seres despojados de todo, salvo de su
deseo de contar historias, que aquí llegan al espectador a través de un
lenguaje que ensambla lo culto con lo popular: chistes, refranes, dichos y
sentencias de toda época, y de entremeses anónimos. Como los
beckettianos Vladimir y Estragón, los personajes de Sanchís también
esperan. Se escabullen de la realidad con sus fábulas, pero se avienen a
confiar al público sus sueños y fracasos. En ese recorrido, los
ficcionales Ríos y Solano, interpretados aquí de forma estereotipada por
Alfonso Delgado y Mario Vedoya, parodian jergas y tics, temerosos, aunque
no lo digan abiertamente, de perder al otro para siempre.
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