El mismo día que
en Alemania se iniciaban las actuaciones judiciales contra la ex decana de
la Facultad de Medicina de Jena, Rosemarie Albrecht, de 84 años, acusada
de ser la instigadora de la muerte de más de un centenar de mujeres y niños
discapacitados durante la época del nazismo, ese mismo día, casi a la
misma hora, el Senado de la Nación Argentina aprobaba el ascenso de
oficiales del las fuerzas armadas acusados de crímenes durante los años
del sistema de desaparición de personas. ¿Qué comentario queda por
hacer? Sólo el profundo dolor de la impotencia ante el ludibrio. Ser
testigos de pronto de esto: la llamada democracia argentina asciende a sus
acusados de criminales. Sigue la humillación, el doble mensaje, los
intereses políticos partidarios por encima de la Etica, la sagrada
palabra. El país burlado, sus instituciones burladas, las mismas
humillaciones de siempre. Los mismos que votaron obediencia debida y punto
final ahí estaban de nuevo mostrando su lealtad a aquellas fuerzas
armadas que se mancharon para siempre en el horror y la cobardía. Los
mismos de la obediencia debida y punto final vuelven a saludar con su voto
a los oscuros sayones de la violación y el robo de niños. Salve, padres
de la patria, padres de esa patria de la humillación y la picana.
Jaroslavsky se llamó el radical artífice de obediencia debida y punto
final; Genoud, se llama el radical artífice de los ascensos de los
uniformes manchados con la sangre de jóvenes embarazadas y niños
desaparecidos. A los argentinos se nos sigue enlodando con un pasado que
se quiere disimular ante la faz del mundo pero que siempre surgirá. La
muerte argentina, y sus monaguillos oficiantes de limpiadores de los
uniformes de verdugos. Algo huele a podrido en el Senado de la Nación
Argentina. Y olerá de por siempre. Señor ciudadano: si usted llegara a
pisar, por cualquier circunstancia, el ámbito del Senado de la Nación,
aprétese la nariz como gesto de protesta. Hamlet lo comprendería. El
olor a diarrea de quienes no tuvieron el coraje civil de decir no, señores,
no voto contra la Etica, no voto contra el Coraje Civil de un verdadero
demócrata, no voto contra el cogollo de la vida ni por los instrumentos
de tortura; no voto por coroneles cobardes ni contra la espera de las
abuelas por sus nietos, no voto por la burla a las Madres que salieron a
la calle. De la Rúa, López Murphy, Genoud, coroneles Eduardo Cardozo,
Guillermo Reyes, Rodolfo Mujica, Alejandro Richeta, capitán de navío
Pedro Florido, unidos para siempre, como en una fotografía de fin de
curso. Los padrinos y sus muchachos. Somos todos argentinos. Todo se
arregla en nuestro país. Los que atentaron contra la dignidad son hoy los
encargados de la seguridad de la Patria. Todo tiene arreglo, vamo y vamo,
volvemos a repetir los caminos que nos llevaron a la década infame, a que
los representantes del pueblo fueran a golpear las puertas de los
cuarteles. Hoy se las abren a los manchados de sangre. Por algo será. Hay
que cuidar el futuro, nunca se sabe. Nuestra democracia argentina siempre
ha sido así: palabras a medias, promesas, sonrisitas, arreglos. Tapar el
crimen con el voto. Aquí no cabe otra cosa que el pedido de juicio político
para los que dejaron para siempre el olor a podrido en el Senado. A las
listas de desaparecidos que se hallan a la entrada de universidades,
hospitales, ministerios, organizaciones culturales, hay que contraponer la
lista de estos senadores para que permanezca la antinomia en la memoria
colectiva.
Pero todo esto ocurre y seguirá
repitiéndose porque en 1983 se perdió la gran oportunidad de
democratizar verdaderamente el país, de lavar definitivamente todas las
manchas de su cuerpo exánime. Había ejemplos para aprender: ¿cómo hizo
Alemania para terminar con la Wehrmacht y comenzar con la Bundeswehr?
Terminó lisa y llanamente con toda una historia de totalitarismo interno,
de humillante obediencia, de falsos héroes y no dio cabida a aquellos que
tuvieron la menor sospecha de haber participado en orgías de sangre y de
dolor. En la Argentina hubo jefes y oficiales que se negaron a participar
de los cobardes crímenes y hasta se fundó una organización de oficiales
democráticos. Pero el gobierno de turno los ignoró, prefirió entrar en
el franeleo con los de la bravata de la cara pintada, con los matones de
quijada prominente, con los valientes dentro de los muros del cuartel. Y
se aplicó la viveza argentina de cambiar todo para no modificar nada. Y
hoy los héroes de la democracia son los que se caen por la ventanilla de
un auto por no ajustarse el cinturón y no aquellos que pusieron el pecho
y el grito del no a la desaparición de personas, no al secuestro de niños,
no al tiro en la nuca, no al perdón de los asesinos.
Los argentinos, desde 1983 no
aprendieron nada de democracia. Porque si no la ciudadanía libre y
honesta hubiera juntado dos millones de personas frente al Congreso de la
Nación para no permitir lo que ocurrió. Miles de personas que no se habrían
movido hasta que los denominados senadores de la Nación no hubieran
aprendido lo que es honor y decencia en el trato con personajes de oscuros
pasados represivos.
Todo esto nos hace pensar en cuán
necesario es que la democracia vaya asentándose en nuestro país, y que
practicar la democracia no se reduzca solamente a leer en los diarios lo
que hacen los políticos de turno. Porque
democracia debe significar responsabilidad y rebeldía contra los
vendedores de falsos abalorios: en Alemania, en la semana que finaliza, se
extendió un clima de desasosiego y de bochorno que se reflejó en casi
todas las publicaciones. Fue la reacción ante el "mea culpa"
del Papa. La que mejor expresó el sentir de la opinión pública fue una
caricatura del Süddeutsche Zeitung, donde aparece el Papa pidiendo perdón
con su mea culpa y detrás de él, Kohl, sonriente, que dice "mea
culpa". Sabemos lo que eso significa: Kohl, con los dineros negros
recibidos y depositados en el exterior le dio un golpe de furca brutal a
la democracia alemana. El trató de arreglar todo pidiendo perdón públicamente.
¿Es suficiente esto? El Papa, por ejemplo, acaba de reconocer la
culpabilidad de la Iglesia en uno de los capítulos más horrorosos de la
historia del ser humano: el de la "Santa" Inquisición, donde se
quemaron innumerables hombres y mujeres por el solo hecho de estar en
desacuerdo con dictados totalitarios de la Iglesia. Por lo menos, la
Iglesia de hoy tendría que reproducir juicio por juicio y avergonzarse de
esos crímenes nefastos contra hombres y mujeres del progreso. O, por
ejemplo, lo que se cometió contra el pueblo judío acusándolo durante
siglos de ser el asesino del Hijo de Dios. Tal vez se puede acusar a un
par de judíos de clases acomodadas por haber incitado a la crucifixión
de Jesús (que era ante todo judío) pero no a todo el pueblo y a todas
las generaciones, difamación que --y esto es indiscutible-- ayudó a que
todo alcanzara su punto culminante en el Holocausto. (En estos días se
publicaron repetidamente las fotos de los obispos y cardenales católicos
saludando con el brazo levantado al ministro de Hitler, Frick.) O, por
ejemplo, el caso de las Cruzadas donde directamente se practicó la guerra
contra quienes desconocían la existencia de la religión de Cristo. O la
eterna discriminación de la
mujer.
Pero todo esto no se arregla
con ponerse de rodillas y golpearse el pecho. Hay que comenzar a
preguntarse cómo pudo suceder toda esta ignominia. Y la respuesta está
precisamente en la falta de democracia, de libertad de opiniones, de
debate interno, a que siempre fue y es sometida toda la grey católica. No
puede ser que una sola persona --y más aún en estado de vejez
irrecuperable-- diga y ordene todo lo que millones tienen que hacer. Es la
dictadura más absolutista de todos los siglos. Se nota en la
irracionalidad del voto de castidad para los sacerdotes. A principios de
este mes, a todos nos sacudió la noticia de la muerte por sida en todos
estos años de centenares de sacerdotes católicos. La Iglesia Católica
norteamericana reconoció que la mayoría de ellos eran homosexuales. Y el
obispo de Detroit, Thomas Gumbleton se atrevió a decir que "no
supieron tratar a su sexualidad y lo hicieron de manera equivocada".
No es esa una explicación. La realidad es que debe dejarse a cada uno
hacer su vida de acuerdo a cómo
lo considera su naturaleza pero no obligarlos a un irracional voto de
castidad que va contra todo principio noble de la vida. Dictaminar desde
el sillón de San Pedro qué es lo que tiene que hacer el joven recién
salido de la pubertad es una arrogancia sin límites que nada tiene que
ver con la caridad y la comprensión cristianas. Justamente, el arzobispo
Dyba, de Fulda, un derechista contumaz, acaba de decir por televisión que
las mujeres no pueden ser sacerdotes porque los apóstoles de Cristo eran
hombres. Claro, pero se olvidó de agregar que eso ocurrió hace dos mil años.
Lo increíble: hoy, las mujeres pueden ser soldados de combate en casi
todos los ejércitos, pero no leer misa en los altares de Jesús. Realismo
mágico o estupidez. La tristeza. Pero una enorme alegría: el libro que más leyó el pueblo alemán en todo su historia no fue Mein Kampf, sino Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, el libro pacifista por excelencia. Donde habla precisamente de la idiotez del autoritarismo y la irracionalidad de lo militar. Mi libro más querido.
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