Dos
jóvenes argentinos acaban de ser contratados por una empresa de
Texas, que quiere expandirse en América latina con software y
hardware para concesionarias automotrices. Sólo emplean a menores de
32 años de edad, de raza blanca, educación universitaria, bilingües,
con probados sentimientos religiosos, sin hábito de fumar ni afiliación
sindical. El arreglo salarial es personal y privado, con prohibición
expresa de comentarlo con los demás trabajadores. La empresa puede
despedirlos en cualquier momento y si ellos renuncian tienen tres
horas para abandonar las oficinas. Observando esa experiencia, que no
es única ni excepcional en los Estados Unidos de hoy con pleno
empleo, es fácil deducir cuáles son las relaciones laborales que
auspicia el "mercado" y el impacto que supone su aplicación
irrestricta en la situación argentina, si se quiebra la resistencia
popular, con altas tasas de desocupación.
En Europa también se
encuentra. Después de asistir como invitado, en Italia, al primer
congreso del Partido de los Demócratas de Izquierda (PDS), que
conduce Massimo D'Alema, el mexicano Carlos Fuentes, vigoroso crítico
de las doctrinas "neoliberales" en América latina, escribió
esto: "Han muerto el fordismo capitalista y el estajanovismo soviético.
Más que políticas de pleno empleo, la izquierda debe definirse a
favor del empleo satisfactorio que puede conducir a un creciente
empleo con más trabajos temporales, de duración limitada y movilidad
mayor, lo cual, para regresar a la base misma del proyecto, implica
contar con sistemas de educación y entrenamiento continuo".
Hasta aquí, el discurso se confunde con algunos textos del Banco
Mundial o de la actual reforma laboral oficialista.
La diferencia aparece en el
resto de la hipótesis del PDS, tal como la describe Fuentes: "Más
crecimiento con más igualdad. Ello requiere medidas tan concretas
como la modernización de la infraestructura regulatoria de la economía,
reformas fiscales, reformas de los mercados financieros, del sector
bancario y de las empresas", así como el control político
mundial de la globalización. "Hoy, globalidad e
irresponsabilidad fraternizan en exceso", asegura el escritor
mexicano. En esa línea el gobierno italiano inició el siglo con una
reforma impositiva que aumenta la persecución y el castigo a los
grandes evasores y disminuye las penas a las pequeñas evasiones.
El Estado, reformado,
recupera un rol protagónico en el desarrollo. Así lo acaba de
afirmar el brasileño Rubens Ricupero, secretario general de la
UNCTAD, en su más reciente informe: "El fomento de la libre
competencia debe ser una actividad explícita del Estado, y esta política
debe promoverse, desarrollarse adecuadamente y ponerse en práctica".
En otras palabras: pasó el cuarto de hora del dogma conservador, al
que se acogió el menemismo, que reconocía al mercado como único
factor regulador. La experiencia cumplida aquí y en el mundo durante
el último cuarto de siglo probó que los resultados prácticos de ese
dogma fueron la anarquía y la desigualdad. Para decirlo en los términos
de Ricupero: "Un sistema económico mundial que no logre ofrecer
a los países más pobres, y a los más necesitados de sus habitantes,
oportunidades adecuadas y realistas de elevar sus niveles de vida
perderá inevitablemente su legitimidad en una gran parte del mundo en
desarrollo. Y sin esa legitimidad, ningún sistema económico mundial
puede a la larga mantenerse".
Son muy poderosos, sin
embargo, los intereses corporativos transnacionales que están
adheridos al sistema en decadencia y se oponen a la sustitución.
Cuentan con infinitos recursos, incluso mediante la intoxicación del
pensamiento público con leyendas y prácticas derivadas del dogma
conservador. El predominio de la economía por sobre cualquiera otra
razón, la corrupción con dinero y con influencias --o con ambos a la
vez-- del sistema político y judicial de la democracia, la
innecesaria virtud de las ideas y aun de las ilusiones, los miedos al
presente inseguro y al futuro incierto, el pragmatismo chabacano, la
ausencia de alternativas realizables y de liderazgos creíbles, son
todos elementos de sustentación para una cultura de resignación
pesimista y humillada. En España, con la economía en auge,
adherentes socialistas han votado por la reelección del conservador
José María Aznar y aquí, con la economía en recesión, Domingo
Cavallo emerge como la opción polarizada a la Alianza porteña.
Fracasa el "modelo" pero sus epígonos siguen flotando en la
consideración pública.
Hay otras manifestaciones
del desconcierto o la angustia. La xenofobia y el racismo están a la
orden del día. Aunque ya se aplacó la ola de indignación por el
neonazismo austríaco, ayer mismo el embajador de Israel en Buenos
Aires denunció actitudes y prejuicios antisemitas en la sociedad
argentina. Apenas supo que tendría mayoría propia en el Congreso,
Aznar prometió la sanción de una ley de extranjería que no había
podido pasar hasta ahora. Hablando del futuro de su país, el japonés
Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura 1994, recordó una apreciación
de la norteamericana Susan Sontag: "Se pensaba, o al menos muchos
pensaron, que la gran 'historia' del siglo XX era el comunismo. Podría
suceder que la gran 'historia' del siglo XX sea aquella que a todos
pareció más breve, el fascismo".
Aquí, las dificultades en
el Mercosur están levantando un nacionalismo de oportunidad, aun
entre aquellos que hasta ayer nomás reverenciaban la globalización
económica y la apertura comercial sin límites, en desmedro del interés
argentino. Más de uno hoy muestra su justificado espanto por la fuga
de un centenar de empresas, pero muy pocos, aparte de los damnificados
directos, se lamentan por miles de industrias y comercios que cerraron
sus puertas en los últimos diez años ante la indiferencia de los
poderes establecidos. En ese mismo plazo, el Mercosur alcanzó
dimensiones y ofreció ventajas que pocos podían imaginar cuando
firmaron el Tratado de Asunción en marzo de 1991.
Los actuales desequilibrios,
es cierto, comenzaron con la devaluación de la moneda brasileña, el
real, en enero del año pasado, como la única posibilidad que tuvo a
mano ese gobierno para mantener sus compromisos con el Fondo Monetario
Internacional (FMI), y también para obtener dio ventaja a sus
exportaciones, mientras Argentina quedaba encerrada en los términos
inamovibles de la convertibilidad de Cavallo, política también
sustentada por el FMI. Una respuesta a problemas de este tipo llevó a
la Unión Europea a la creación de un sistema de fluctuación
monetaria dentro de una banda pactada, con restricciones para los
socios que sobrepasaran esos límites.
Es una posibilidad que por
razones de coyuntura política y social no puede asumir hoy Argentina,
en tanto que Brasil tampoco puede dar marcha atrás. En el fondo,
ambos gobiernos están acosados por la injusticia social en sus
respectivos países, que los lleva a pelear de cualquier manera para
mostrar que están defendiendo el trabajo de sus connacionales. Ambos
países, subordinados a las recetas más conservadoras, dejaron a un
costado a uno de los propósitos fundacionales: "...la ampliación
de las actuales dimensiones de sus mercados nacionales, a través de
la integración, constituye la condición fundamental para acelerar
sus procesos de desarrollo económico con justicia social",
prometían en aquel Tratado de 1991. Están atrapados, además, por
sus obligaciones con los acreedores de las deudas nacionales. En 1990,
Brasil debía 111.000 millones de dólares y Argentina, 54.000
millones. En la década, entre los dos pagaron 200.000 millones pero
sus deudas aumentaron a más de 320.000 millones.
Interpretar esas
deficiencias básicas con demagogias nacionalistas de ocasión o
rescatar la propuesta que hacía el menemismo a mitad del año pasado,
que consiste en reducir las relaciones a una simple zona de libre
comercio, como la que Estados Unidos quiere para toda América latina,
no son nada más que expresiones de la impotencia compartida para
afrontar los asuntos que son comunes: la deuda externa, la
redistribución de las riquezas, la absurda pobreza masiva en una región
que terminó el siglo XX ubicada en el cuarto lugar del mundo por el
volumen de su producto bruto. Alguien dijo que el Mercosur es la
solución, no el problema. Sería bueno que lo tengan presente los
negociadores a la hora de definir los intereses propios de cada uno
para el presente y también para el porvenir.
En el modelo conservador sólo
existe el presente perpetuo, que no da cuenta por lo que hizo ni por
lo que hará, pero en el modelo del crecimiento con igualdad hay que
tener dibujada la ruta completa, aunque sea para no seguir dándole
ventajas al statu quo. Carlos Fuentes incorporó al texto citado una
crítica de la izquierda europea que es fácilmente comprensible para
los que sufren en esta zona austral del mundo: "El capitalismo
global ha dejado de buscar consensos y vive en constante contradicción
con su propio Estado de derecho y sus propias declaraciones de
derechos humanos. No hay derechos del hombre. Hay derechos del
mercado". Salir de esa lógica inhumana es el verdadero desafío
para las democracias con futuro.
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