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No es fácil volver después de
tanto tiempo. Lo saben bien los hombres de la Asociación de Amigos de la
Academia Porteña del Lunfardo, que un día de julio del '94 tuvieron la
idea de que la ciudad tenga su monumento a Gardel, además del que se
levanta en el Cementerio de la Chacarita, cargado hoy de placas de
agradecimientos y homenajes. Desde aquella idea pasaron seis años de trámites
burocráticos y legislativos, cambios de lugar, recolección de fondos y
otras gestiones.
"Estaba almorzando aquel
domingo cuando me llamó Marina Plebs, la bailarina de tango, para
comentarme que un concejal quería trasladar la estatua de la Chacarita a
la Plaza de la República. Nos pareció una barbaridad y, entre los dos,
tuvimos la idea del monumento", comentó a Página/12
Enrique Schcolnik, presidente de la Asociación de Amigos. "Al día
siguiente, armamos la comisión promotora", agregó.
Habían elegido inicialmente un
sitio en la plaza de Libertador y Tagle, donde a principios de siglo
funcionó el Armenonville, el salón de baile inventado a imagen y
semejanza de su homónimo, en París, sede de las fiestas con champán
francés de los pitucos vernáculos, donde Gardel se lanzó a la fama con
las canciones criollas que interpretaba en dúo con José Razzano.
El Congreso aprobó la ley que
autorizaba el monumento en ese sitio en agosto de 1995. "Pero
un año después (el entonces jefe de gobierno), Fernando de la Rúa me
llamó para decirme: `¿Y si lo ponemos en el Abasto? Mire que están
arreglando todo'", relató Schcolnik. El barrio había sido
descartado de entrada por la gente de la Asociación, espantada por el
aire marginal que se había adueñado de la zona. Pero ahora las cosas habían
cambiado.
"Nos pareció que ese era
el mejor lugar, era el barrio adonde llegó Gardel a vivir con su madre en
1893, cuando él tenía tres años. Aunque su casa quedaba a un par de
cuadras de allí, en Jean Jaurès 735, él creció alrededor del
mercado", dice Schcolnik.
Hubo entonces que sancionar una
nueva ley, que fue aprobada en enero de 1998. A partir de entonces
comenzaron otros vaivenes, como dar con el escultor que se encargara de la
obra. Uno quiso cobrar una exorbitancia sólo para hacer una maqueta de
muestra. Otro tenía una estatua ya construida, pero la cedió ante una
mejor oferta de enviados del presidente Carlos Menem, que la llevó de
regalo en uno de sus viajes a Francia.
Por fin, en diciembre del '98,
el artista plástico Mariano Pagés aceptó hacer el monumento, sobre la
fase de una foto tomada por la Paramount durante uno de los viajes del
Zorzal para filmar en Nueva York: un Gardel de smoking, con los brazos
cruzados y, como siempre, peinado a la gomina y sonriente.
"En realidad, me trajeron
varias fotos y trabajé a partir de todas ellas, para lograr un Gardel que
es la suma de todos", explica Pagés a Página/12.
El artista también se proveyó durante todo este tiempo de libros,
revistas y CDs, "que volví a escuchar, aunque de otra manera, para
tratar de llegar al alma de Gardel". "Porque la obra --aclara--
es, en definitiva, la expresión de lo que uno siente por lo que está
haciendo."
Moldeado primero en arcilla y
confeccionado luego en bronce mediante el "sistema de la cera
perdida", el Gardel de Pagés mide 2,40 metros de alto "porque
el espacio que rodea a un monumento achica la figura y obliga siempre a
hacer un tamaño mayor al natural". El artista usó 300 kilos de
bronce, para lograr espesores que van desde los cinco a los 10 milímetros.
Finalmente, el bronce fue patinado hasta obtener un leve tono "marrón
dorado". Pero éstos son sólo datos técnicos. Para el artista, el producto fue "un Gardel viviente, liviano --o poco cargado de retoques-- y que da una sensación de frescura". Con una mirada que, seguro, buscará antes a los vecinos del Abasto que a los nuevos signos de la modernidad.
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