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UNA BANDA DE SECUESTRADORES DE PERROS CON APOYO POLICIAL
Los seguidores de Cruella

La trama incluyó canes raptados en la puerta de supermercados, líneas telefónicas interceptadas por la SIDE y un llamado desde una comisaría alertando que llegaba el allanamiento. El líder de la banda fue detenido, pero la investigación sigue, igual que la búsqueda de muchos dueños de perros cuyas mascotas hasta ahora no fueron rescatadas.

Yessica con la foto de Tobías y Wolf, sus perros secuestrados en la puerta del supermercado.

Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) El sabueso mejor entrenado de la División Perros de Policía Federal fue convocado para el caso: debía rastrear al secuestrador de Tobías y Wolf. En el lugar de los hechos, el rastreo confirmó uno de los indicios que ya investigaba la División Escuchas Judiciales de la SIDE: el captor de Tobías y Wolf había escapado en automóvil desde la puerta del supermercado Disco de Palermo. Hacía dos meses la SIDE intervenía el teléfono del supuesto malhechor a pedido del juzgado que investigaba una denuncia por hurto, extorsión y encubrimiento. El sospechoso vivía en San Miguel y para peor, según consta en la causa, tenía vivos contactos con la Comisaría 1ª de la zona, por entonces dirigida por Jorge Roberto Apugnani. Con estos antecedentes, quienes buscaban a Tobías y Wolf enloquecieron. Ya no quedaban dudas: detrás de la desaparición estaba la marca de la peligrosa banda raptora de perros, porque al fin y al cabo, de robos de perros se trata la historia. Esta trama comenzó en el �98, sumó un detenido y ahora, al proceso de instrucción en ciernes se incorpora la larga lista de damnificados que, en forma incierta pero persistente, busca a sus caninos aún desaparecidos.
Día 1/10/98. El Juzgado de Instrucción 48 ordenaba la intervención de la línea telefónica de Juan Carlos Rossi, sospechado como jefe de una banda dedicada al robo de perros. Los indicios demostraban que después de cada secuestro, la banda pedía entre 300 y 600 pesos para devolver el animal. El gran jefe era habitante de las tierras del conurbano donde hasta el año pasado Aldo Rico oficiaba de intendente. La SIDE procedió a cumplir el menester encargado por el juzgado, pinchó las tres líneas de teléfono que respondían a Rossi. El recontraespionaje había detectado tres propiedades a su nombre, una en Los Polvorines y otras dos en San Miguel.
Rossi tenía su cuartel general en Medrano 1509, de San Miguel. Pero la banda contaba con otras dos propiedades para camuflar el griterío de los perros y la actividad. En Maipú 2148, el malhechor había montado su estructura-pantalla: una feria americana. Detrás, había equipado prudentemente un salón con bolsas de alimento balanceado y bebederos de animales. Ahí, candados y cadenas servían para dominar a los caninos más feroces. Atento a la logística, contaba con una combi Trafic blanca y autos para el trasporte de animales.
Autorreclutados
Intervención de líneas e investigación estaban en marcha cuando Ariel Fridman se convirtió en víctima. Fue uno de los primeros damnificados y se cuenta entre los fundadores de la autorreclutada asociación de víctimas de secuestradores de mascotas que comenzaba a ganar socios en Palermo Viejo y Barrio Norte. Ariel aún no conocía a sus colegas cuando el 1º de diciembre de ese año la mucama le anunciaba que el caniche Toy blanco de la familia había desaparecido.
El joven abogado no tardó en pedir una sucinta reconstrucción de los hechos: �Fueron dos minutos �dice, recordando la declaración de la mujer-: ella se llevó el perro de paseo, de pronto tuvo hambre, ató al caniche frente al Disco de Salguero y entró. ¿Cuánto habrá tardado? �exaltado�: dos minutos. El perro ya no estaba�.
En ese Disco, varios cachorros habían desaparecido misteriosamente, pero los Fridman no lo sospechaban. Poco faltó para que el sitio fuera después definido como sucursal porteña del Triángulo de las Bermudas: no existían demasiadas pruebas, pero todo hacía suponer que era mejor evitar las entradas a supermercados como estacionamiento de perros. Aunque el dato se desconocía, la mayor parte de los atracos se habían producido en la puerta de aquel supermercado o en el Disco de Paraguay y Armenia, en el Tía de Pacífico, en el Norte de Las Heras y República Arabe Siria y en el de Scalabrini Ortiz. Ese relevamiento hoy asume el perfil de un mapa delictivo. Dos autorreclutados lo presentan. Son Jéssica Cadiu y Carlos Núñez padres -tal como se definen ellos� de Tobías y Wolf. Varios meses tardaron en reconstruir la zona de operaciones del secuestrador. Sus dos mascotas siberianas desaparecieron un domingo al mediodía. Jéssica y Carlos los pasearon hasta la entrada de otro Disco, en Paraguay y Armenia. Pero fue a Carlos a quien le tocó ser burlado. Conocido paseador de perros y hombre avezado en la profesión, Carlos tomó los recaudos para proteger a los animales durante el paseo de compras: Jéssica quedó para cuidarlos. El entró en el súper, compró pero un maldito detalle echó todo a perder: le faltaban centavos para terminar el pago. Desde las cajas, le chistó a su mujer para que le alcanzara el dinero. El momento fatal cobraba otra vez escenario material: Jéssica estiró despacio la correa de los siberianos, le dio vueltas a un poste, chequeó el ajuste y caminó hasta las cajas para entregar las monedas a su marido. Tiempo de la operación: menos de un minuto. Los siberianos habían dejado el estacionamiento. Acababan de incorporarse a la clase perros perdidos.
Operación retorno
El grado de alteración psíquica que cruzó la vida de las víctimas cobró presencia entre los Núñez. Consultaron a vecinos entrenados en búsqueda y recuperación de mascotas. Allí conocieron a los Fridman. Con algunos días de rapto de ventaja, Ariel se había convertido en experto.
Ahora en diálogo con Página/12, el joven abogado repasa su rito de iniciación: �Mis viejos estaban desesperados, son grandes y con mis hermanos ya crecidos el perro era prácticamente todo�. Ese fue el inicio de la operación retorno de Toy a casa.
�Fui a hacer la denuncia por hurto a la Comisaría 23ª. Los policías no me la querían tomar, se mataban de risa.� Irritado por la poca seriedad de los agentes, agudizó ingenio y recursos para conseguir que se aceptase la denuncia. Algunos buenos contactos sirvieron para que la operación retorno, al menos, se tomase en serio.
Fuera de la comisaría, el joven se dispuso a ejecutar su plan A: la volanteada. Unos quinientos afiches cubrieron la zona (ver aparte). Aún, entre los suyos, no había calado la paranoia a las superbandas captoras de animales. Pero aquella tarde, los Fridman se descubrieron parte del colectivo amedrentado por el extorsionador. �En Plaza Las Heras �cuenta el muchacho�, mi mamá se encontró con la señora Patricia Lastra.� Patricia era paseadora de perros, la persona clave: �Los que tienen a su perro �contó a mamá Fridman�: son una banda que roban muchos perros, no se preocupe que ahora la va a llamar por teléfono�.
Todo se confirmaba: los Fridman estaban en manos del hampa.
Superbanda a la criolla
Lastra tenía razón. Rossi y sus cómplices no perdían tiempo en camuflar nombres, ni direcciones. Después de cada secuestro se comunicaban con los dueños del animal, habitualmente desde los mismos teléfonos. Una vez pactado el precio de la supuesta recompensa, daba la dirección de su casa. Por añadidura, después de la entrega hacía firmar un recibo: �La letra era ilegible pero el tipo tenía un cuaderno donde decía recibí de tal el importe tanto, por la entrega del perro�, se apasiona Ariel.
El mecanismo se repetía a pesar de un antecedente.
Rossi conocía que los teléfonos estaban intervenidos. Así surge de la causa: en el expediente se indica que el 22 de noviembre del �98, desde el 660-9333 lo llamaron para avisarle que el teléfono estaba pinchado. Quien lo hizo fue identificado como Samaniego. Este hombre, que fue citado a declarar y no está procesado, alquilaba una de las casas de Rossi en Dardo Rocha 2837 de Los Polvorines. �Me chupa un huevo�, dijo Rossi como partede su respuesta. A partir de ese momento, en el registro de escuchas que concluyeron el 20 de enero de este año, se modificó el diálogo. �Ya no hablaron de perros sino de paquetes, usaban una especie de código�, indica una fuente de la investigación.
A pesar del aviso y la codificación, Rossi no incorporó normas de seguridad extras. Aunque quienes integran la investigación explican aquello como un exceso de impunidad, Ariel Fridman prefiere adjudicarlo a las reglas del delito con rasgos de lumpenaje.
Con todo, el hampón tenía alguna otra protección que meses después también se confirmó a través de una llamada.
La banda y su estructura
Desde su cuartel central itinerante, la banda tramaba cada cometido. �Al parecer Rossi se manejaba con dos mecanismos �indica una fuente de la causa�. La mayoría de las veces se llevaban los perros estacionados en los supermercados. Otras chequeaba dueño, raza del animal y vivienda, luego, en el primer descuido, secuestraba al perro.� En los supermercados a Rossi le bastaban segundos para desanudar al can y cargarlo en un vehículo. Después esperaba la aparición de los volantes para comunicarse con los dueños y cobrar la recompensa.
En la operación, nuestro malhechor contaba con la fiel colaboración de su mujer, ahora acusada como cómplice. También contribuían al menos otras dos personas. Esa estructura le otorgaba cierta cobertura y le quitaba exposición. Incluso alternaba su participación en los raptos con sus secuaces. Esta base se sofisticaba a la hora de devolver la presa: quien la entregaba se presentaba como cuñado, hermano, tío o cargaba el parentesco con algún otro subterfugio genealógico.
El hombre fue, finalmente, detenido en marzo pasado. Tenía ya antecedentes penales. El 25 de noviembre del �96 el Tribunal Oral Criminal Nº 12 lo había condenado a un año de prisión en suspenso por robo simple. Eso bastó para ordenar la prisión preventiva que rige sobre el procesado desde hace casi un año.
Hicieron falta varios allanamientos y un proceso que incluyó la lista de damnificados declarando en el Cuartel Central de Policía. Nadie explica los motivos de tal modalidad pero otra llamada parece ser clave para suponer las complicaciones del caso.
Cercado
Dos nuevas víctimas, esta vez Georgina Durand y una abogada fueron señuelos para la captura final. Cerraron negociaciones y se dirigían a la casa de Rossi seguidas por autos policiales.
Eso fue el 31 de marzo de 1999. Pero hay un dato anterior: según la reconstrucción hecha por los espías de la SIDE a partir de las escuchas, el 30 en casa de Rossi aparecía una llamada clave: a las 22.24 le avisan que el allanamiento se iba a realizar al día siguiente. Punto de origen de esa llamada fue el número 664-9333: Comisaría 1ª de San Miguel. En ese diálogo, alguien le dice a Rossi �comunicate con el juzgado�. Su respuesta fue una pregunta: �¿Con el de Lavalle?�, dijo refiriéndose al de Instrucción. Del otro lado respondieron que �no�. Rossi preguntó quién había avisado. Le contestaron �me lo avisó Tapia�.
Página/12 pudo saber que Apugnani, el hombre que por aquel momento comandaba la Comisaría fue trasladado hace unas semanas a otra dependencia. En la jerga, el traslado funciona para un policía como sanción disciplinaria. Por ese llamado la Justicia solicitó sumario interno y la investigación a la Policía Bonaerense. Fuentes de la policía aseguraron que �desde allí no sólo le daban cobertura a Rossi, sino que participaban en su negocio�. Además mencionaron la combi blanca, aparecidaentre los relatos de los vecinos. De acuerdo con la fuente, esa Trafic estaba registrada legalmente y era usada por policías y ladrones.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado.
Guau.

 


 

LAS ESTRATEGIAS RECOMENDADAS POR UN ABOGADO
Tretas para recuperar al can

Por A.D.

Un abogado devenido en experto recomienda cómo cazar secuestradores de perros. Por experiencia propia se dedicó a delinear una especie de catálogo que regla desde el diseño de volantes hasta el modo de imputarle al malhechor la figura de extorsionador. Su historia es un caso testigo entre los vecinos afectados por Juan Carlos Rossi. Ariel no fue la primera víctima pero sí la que consiguió reunir a todos, un día, en el cuartel central de policía.
Su manual inédito de instrucciones propone cinco estrategias en los casos en que el dueño tenga la sospecha de que su perro no se extravió sino que fue víctima de un secuestro.
Sobre cómo preparar un volante:
  Nunca revelar el nombre del animal. Si el ladrón lo conoce, el perro puede comenzar a responderle a él.
  Nunca revelar las sospechas del robo: siempre es mejor que el ladrón crea que el dueño supone al perro perdido. Esto protege la vida del animal y, sobre todo, da más facilidades para recuperarlo.
  Nunca dejar asentado el precio de la recompensa: es importante colocar �importante recompensa�. El motivo principal es que si al ladrón le disgusta el monto, puede ser que nunca se comunique. El otro motivo es que esa trampita le permitió a Ariel colarle a Rossi la figura de extorsión. A falta de un precio fijo, Ariel consiguió que el hombre pelee el precio en la negociación telefónica.
  Dejar un número telefónico que posea identificador de llamados: eso permite reconocer el sitio de procedencia de la llamada.
  Reservar alguna característica del animal: permite testear si el animal encontrado no sólo responde al perfil del afiche que se puede falsear, sino chequear que realmente se trate del perro robado.
Con aquel volante como disparador de su búsqueda, Ariel no sólo logró recuperar a su Toy sino colocar algunos cargos contra Rossi. Pero de todos modos, hicieron falta otras tretas: cuando Rossi se comunicó por primera vez a la casa citada por el volante, Ariel consiguió hacerle pelear el precio. Además concretó el día de la entrega. La noche anterior a la fecha pactada, el joven hacía guardia en la casa para evitar que desapareciera.
También son importantes las pericias posteriores. Cuando recuperó a Toy, Ariel lo llevó al veterinario. Allí quedó asentada parte de la prueba que hoy forma parte de los cinco cuerpos del expediente: el perro estaba sedado con tranquilizantes y golpeado. El veredicto del veterinario, según entiende Ariel, integra la prueba que puede asimilarse a una pericia.


Los que siguen buscando

Jéssica está desconcertada. Desde la desaparición de sus siberianos, ella y Carlos Núñez, su marido, continúan con la investigación para descubrir dónde han sido trasladados sus perros. No creen que estén muertos. Sus sospechas contienen un antecedente: además de la extorsión, la banda comandada por Juan Carlos Rossi se dedicaba a la venta de animales de raza. Ese, se supone, pudo haber sido uno de los destinos tomados por los siberianos.
En la búsqueda, los Núñez atravesaron varios momentos críticos. Una mudanza, la persecución a cara descubierta del malhechor y el hallazgo frustrado de uno de sus perros. Por esto último la familia habla de mala praxis judicial. En el allanamiento del 31 de marzo, una foto tomada por la Federal desde el interior de la casa de Rossi mostraba a Tobías entre los perros secuestrados. En esa ocasión, la orden de allanamiento sólo pedía la recuperación de los perros de otras dos damnificadas. Por ese motivo, quien estuvo a cargo del procedimiento tomó una decisión: dejó al hijo de Rossi con la custodia tutelar de los perros. Al otro día, los animales ya no estaban en San Miguel.
Con estos antecedentes, las mutaciones en la vida familiar no cesaron. En casa de Jéssica ha quedado prohibido el uso de la puerta de cualquier supermercado como estacionamiento para perros. La conducta ha sentado doctrina en los usos y costumbres del barrio. Desde el fondo de su casa, Lucía Careu, vecina de los Núñez, asegura que nunca más ha intentado dejar solo a su perro durante su paseo de compras. En el barrio algunas veterinarias notaron incrementado el pedido de chapitas para collares de perros. Entre los usuarios de mascotas, esta modalidad abreviaría negociaciones con futuros secuestradores: no harán falta más volantes, al ladrón le bastará comunicarse al teléfono dictado por la chapita.
La prevención no será totalmente vana si se toma en cuenta uno de los datos revelados por una fuente del juzgado. Según pudieron constatar durante la investigación, varias de las denuncias recibidas no pudieron ser adjudicadas a la banda de Rossi. �Esto nos hace suponer �explicó la fuente� que existieron al menos otras dos estructuras dedicadas al robo de perros en la Capital y que no tendrían, en principio, ninguna vinculación con Rossi.�

 

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