UNO Hay
algo de curiosa coherencia en el hecho de que el norteamericano y moderno
Beck y el español y atemporal Raphael ofrezcan sendos recitales al mismo
tiempo en la misma ciudad. Raphael larga con temporada barcelonesa de diez
fechas y al que no le guste que se joda. Beck pasa por una noche como un
viento funk y está bien que así sea. Raphael --voy a verlo el día de su
debut-- sigue sin decepcionar y encaramado en las cúspides de un estilo
que empieza y termina en él. Ya lo había visto por televisión cantando
villancicos sobre un burro en Nochebuena como si eso fuera lo más normal
del mundo y probablemente, para él, lo sea. Para sus seguidores --¿quiénes
son y qué hacen los seguidores de Raphael?-- también aunque más de uno,
al verlo girar como un derviche sobre el escenario, pensó que su héroe
estaba cada vez más fuera de órbita. Y probablemente así sea. Sí,
Raphael sigue siendo aquél. DOS
Beck también, claro. Beck limita con Raphael en el hecho de que ambos
viven en mundos propios y privados e invitan al extranjero a visitarlo con
los brazos y las pupilas bien abiertas. A mí me había gustado Midnite
Vultures --último CD de Beck y aproximación al estilo faux Prince funkadélico--,
pero me había molestado que me hubiera gustado tanto porque, por primera
vez, lo sentí como una pose artificial en el currículum de un artista
hasta entonces inclasificable y polimorfo y perverso. Midnite Vultures
--se lo comprende recién en vivo e in situ-- fue parido para ser
apreciado sobre un escenario. Beck en acción agota y se agota gritando,
bailando y peleando con una banda de diez músicos que acaba derrumbándose
sobre sus instrumentos. Beck termina con sus cachetes bien rojos de tanto
saltar y se divierte y divierte y, sí, la casi obscena sensación de
estar viendo a alguien que no puede creer que le paguen --le paguen bien,
le paguen mucho-- por hacer eso que haría gratis y, si hay que poner unos
pesos, bueno, también, ¿no? TRES
Lo que me lleva a la vida y mente del cómico muerto y recientemente
resucitado Andy Kaufman. Gracioso e infantil vanguardista que revolucionó
el universo del american stand-up comedian con rutinas patafísicas que
consistían en imitaciones de Elvis, lecturas en voz alta de El Gran
Gatsby, contar chistes malos con acento extranjero desde adentro de una
bolsa de dormir, esas cosas. Kaufman volvió primero como una muy buena
canción de R.E.M. ("Man in the Moon") y ahora como una regular
película de Milos Forman con Jim Carrey (Man in the Moon), pero, cosa
interesante, el verdadero mundo interior de Kaufman se aprecia mejor y
resulta más gracioso en dos excelentes y atípicas biografías de
reciente aparición. Lost in the Funhouse de Bill Zehme y Andy Kaufman
Revealed: Best Friend Tells All de Bob Zmuda producen el crioso efecto de
convertir al tontuelo Kaufman en un héroe casi salingeriano y
sin-zen-tido que, seguro, haría las delicias de Beck y Raphael. CUATRO "¿Qué se siente estar de moda desde hace tanto tiempo?", le preguntó la otra noche una incauta a Raphael. "Yo nunca estuve de moda, yo siempre fui Raphael", respondió la bestia con justicia y razón plenas. Me pregunto si --habiendo visto la película hot de este año Being John Malkovich, dirigida por Spike Jonze--, alguien querría vivir adentro de las cabezas de El Niño Raphael, de El Niño Beck, o de El Niño Kaufman del mismo modo, que en este film, John Cusack se desespera por quedarse adentro del protagonista de Las relaciones peligrosas. Todo esto para decir que --saliendo de ver Being John Malkovich-- no pude evitar preguntarme una y otra vez, inseguro, si lo que acababa de presenciar era una muestra de raro y humilde genio o de una soberana estupidez. Aplicar el mismo sentimiento a Raphael, a Beck, a Andy Kaufman. Preguntarse si la misión del verdadero arte no será precisamente ésa: provocar la duda cósmica, participativa y temblorosa; las ganas extranjeras y casi suicidas de sentirnos parte de esos interiores definitivamente lejanos, exóticos y perturbadoramente hospitalarios y ordenados por decoradores de interiores que viven en otros mundos, pero que están en éste. Mundos al que, muy de vez en cuando, se nos permite viajar por apenas unos instantes y nos dejan con ganas de quedarnos a vivir ahí, para siempre, con todo lo que eso significa. ¿Qué significa? No importa demasiado. Quedarse ahí, aprender el idioma y después --antes de que sea demasiado tarde-- pedirle al ser más querido de todos que nos envíe dinero para el pasaje de vuelta y salir de ahí adentro para ser alguien un poco mejor y un poco diferente acá afuera.
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