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"Yo soy sola y estoy
criando a dos nietitos, de 5 y 8 años. La mayor tiene HIV y tengo que
andar pidiendo plata para conseguir los remedios. Para mí, el bolsón de
alimentos era muy importante. Ahora, a veces puedo conseguir un plato de
comida en el comedor del barrio, adonde van los chicos", dice Yolanda
González (67), en un salón de la iglesia de la Villa 31, en Retiro,
donde se reúne un grupo de abuelos.
Yolanda dice que recibió la última
partida de alimentos a fines de noviembre último, antes de que asuma la
actual gestión. "Los bolsones de alimentos los enviaba Caritas, con
fondos del ministerio. Nosotros los repartíamos. Pero en diciembre se
suspendió la entrega, sin que enviaran una carta con una explicación a
los abuelos", se queja el párroco de la villa, Enrique Evangelista.
El director del plan Asoma,
Alejandro Donadío, confirmó a Página/12
que el programa se suspendió en diciembre con el fin de "verificar
si los subsidios llegaban a sus verdaderos beneficiarios". El
funcionario precisó que el plan en la ciudad de Buenos Aires beneficiaba
a un total de 3130 abuelos. El ministerio se encargaba de aportar los
fondos, mientras que un grupo de cuatro instituciones compraban los
alimentos, los embolsaban y los repartían.
A Caritas le correspondía
atender sólo a 1000 beneficiarios. "Del resto, 900 eran atendidos
por la Fundación Participar, vinculada con (el senador) Carlos Corach,
otros 1100 les correspondían a la Fundación Armonía, de (la diputada
justicialista) Kelly Olmos, y 130 eran atendidos por la Fundación Virgen
de Luján", detalló Donadío.
El funcionario aseguró que
"se detectaron graves problemas administrativos en el programa",
por lo que se decidió "revisar los padrones para verificar si la
ayuda llegaba a los verdaderos beneficiarios o se hacía con un criterio
de clientelismo político".
--¿Entonces,
por qué se eliminaron los aportes a Caritas? --preguntó este
diario.
--El criterio general, de aquí
en más, es utilizar los canales institucionales, como se hace en el
interior con las provincias y municipios. En la ciudad, se hará a través
de la Dirección de la Tercera Edad, con la que estamos por firmar un
convenio. Y si es posible, se van a ampliar los cupos.
El reclamo de los beneficiarios
se hizo sentir en las parroquias de los barrios porteños más
carenciados, efectoras de los programas de ayuda de Caritas. Ante
reiteradas consultas de este diario, las autoridades de Caritas Buenos
Aires prefirieron no dar ningún tipo de información sobre el asunto.
Las bolsas --o cajas-- con
alimentos que recibían mensualmente los ancianos pesaban aproximadamente
11 kilos y contenían, en promedio, 22 productos: leche en polvo, harina,
polenta, aceite, azúcar, lentejas, arroz, fideos, mermeladas, yerba, té,
flan y caldos, entre otros. "Venían todos los meses, aunque en cada
renovación de los convenios, cada tres meses, había un retraso",
recuerda el padre Evangelista. En su parroquia, el sacerdote escucha los reclamos de los abuelos. "Yo soy sola, tengo 61 años y ya no consigo trabajo. Mi hija no puede ayudarme: apenas puede con su familia", dice María Angela de Simone. "Si le sobra, mi hijo algo me ayuda", agrega Ramona Escalante, de 66. Las mujeres y los hombres mayores buscan refugio, cada mediodía, en alguno de los tres comedores de la villa, destinados sobre todo a los chicos. "Es que un plato de comida no se le niega a nadie", remata el cura.
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