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Abuelos carenciados claman por una bolsa de alimentos

Más de 3100 personas mayores de 60, con necesidades básicas insatisfechas, quieren recuperar la ayuda alimentaria que les daba Desarrollo Social y que perdieron hace tres meses. En el ministerio prometen que la asistencia se reanudará, a través de la Dirección de la Tercera Edad porteña.

"Ahora, a veces puedo conseguir un plato de comida en el comedor del barrio, adonde van los chicos".


Por Eduardo Videla
t.gif (862 bytes) Más de 3100 ancianos carenciados de la Ciudad de Buenos Aires se quedaron sin los subsidios alimentarios que enviaba el Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente, sin recibir explicación alguna, y desde hace tres o cuatro meses --según los casos-- sobreviven gracias a la asistencia que reciben en parroquias y en comedores populares. Se trata de personas mayores de 60 años con necesidades básicas insatisfechas (NBI), que no tienen ninguna cobertura social, inscriptas en el denominado Programa Asoma, que involucra a unas 200 mil personas en todo el país. Ante una consulta de Página/12, el ministerio anunció que en los próximos días "se reanudará la asistencia, mediante un convenio con las autoridades del gobierno de la ciudad de Buenos Aires".

  "Yo soy sola y estoy criando a dos nietitos, de 5 y 8 años. La mayor tiene HIV y tengo que andar pidiendo plata para conseguir los remedios. Para mí, el bolsón de alimentos era muy importante. Ahora, a veces puedo conseguir un plato de comida en el comedor del barrio, adonde van los chicos", dice Yolanda González (67), en un salón de la iglesia de la Villa 31, en Retiro, donde se reúne un grupo de abuelos.

  Yolanda dice que recibió la última partida de alimentos a fines de noviembre último, antes de que asuma la actual gestión. "Los bolsones de alimentos los enviaba Caritas, con fondos del ministerio. Nosotros los repartíamos. Pero en diciembre se suspendió la entrega, sin que enviaran una carta con una explicación a los abuelos", se queja el párroco de la villa, Enrique Evangelista.

  El director del plan Asoma, Alejandro Donadío, confirmó a Página/12 que el programa se suspendió en diciembre con el fin de "verificar si los subsidios llegaban a sus verdaderos beneficiarios". El funcionario precisó que el plan en la ciudad de Buenos Aires beneficiaba a un total de 3130 abuelos. El ministerio se encargaba de aportar los fondos, mientras que un grupo de cuatro instituciones compraban los alimentos, los embolsaban y los repartían.

  A Caritas le correspondía atender sólo a 1000 beneficiarios. "Del resto, 900 eran atendidos por la Fundación Participar, vinculada con (el senador) Carlos Corach, otros 1100 les correspondían a la Fundación Armonía, de (la diputada justicialista) Kelly Olmos, y 130 eran atendidos por la Fundación Virgen de Luján", detalló Donadío.

  El funcionario aseguró que "se detectaron graves problemas administrativos en el programa", por lo que se decidió "revisar los padrones para verificar si la ayuda llegaba a los verdaderos beneficiarios o se hacía con un criterio de clientelismo político".

  --¿Entonces, por qué se eliminaron los aportes a Caritas? --preguntó este diario.

  --El criterio general, de aquí en más, es utilizar los canales institucionales, como se hace en el interior con las provincias y municipios. En la ciudad, se hará a través de la Dirección de la Tercera Edad, con la que estamos por firmar un convenio. Y si es posible, se van a ampliar los cupos.

  El reclamo de los beneficiarios se hizo sentir en las parroquias de los barrios porteños más carenciados, efectoras de los programas de ayuda de Caritas. Ante reiteradas consultas de este diario, las autoridades de Caritas Buenos Aires prefirieron no dar ningún tipo de información sobre el asunto.

  Las bolsas --o cajas-- con alimentos que recibían mensualmente los ancianos pesaban aproximadamente 11 kilos y contenían, en promedio, 22 productos: leche en polvo, harina, polenta, aceite, azúcar, lentejas, arroz, fideos, mermeladas, yerba, té, flan y caldos, entre otros. "Venían todos los meses, aunque en cada renovación de los convenios, cada tres meses, había un retraso", recuerda el padre Evangelista.

  En su parroquia, el sacerdote escucha los reclamos de los abuelos. "Yo soy sola, tengo 61 años y ya no consigo trabajo. Mi hija no puede ayudarme: apenas puede con su familia", dice María Angela de Simone. "Si le sobra, mi hijo algo me ayuda", agrega Ramona Escalante, de 66. Las mujeres y los hombres mayores buscan refugio, cada mediodía, en alguno de los tres comedores de la villa, destinados sobre todo a los chicos. "Es que un plato de comida no se le niega a nadie", remata el cura.

 

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