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A pesar de la disputa
interestadual por capturar inversiones, Brasil se muestra como más
coherente frente a sus socios del bloque común, con el firme objetivo de
liderarlo, e interlocutores legitimados por un sólido respaldo político.
Por el contrario, Argentina no sólo exhibe una posición oscilante
respecto del Mercosur, sino que el gobernador de la principal provincia
tomó distancia con decisiones y propuestas propias, mostrando fisuras
grandes en el frente interno.
"El Gobierno está confundido. Y si no hay una línea clara,
los capitales en duda preferirán sí o sí instalarse en Brasil, donde
parece haber más previsibilidad", se lamentaba ayer ante Página/12
un ex funcionario y asesor empresario.
Para el mediano o largo plazo,
las voces locales sí coincidieron en la misma receta: firmar un
Maastricht del Mercosur, que obligaría a coordinar sus políticas
macroeconómicas, incluida la cambiaria. Lo dijo el presidente Fernando de
la Rúa, lo avaló públicamente Ruckauf, y lo sostiene con todas las
letras la legisladora de la Alianza y experta en el tema, Beatriz Nofal.
"Están dadas todas las condiciones para trabajar en ese sentido: hay
confianza política mutua, y tanto Brasil como Argentina ya tienen leyes
de convertibilidad fiscal", especulaba ante este diario.
Pero el gran problema es qué
hacer en el corto plazo con las empresas que emigran hacia Brasil, atraídas
por los menores costos de producción; o las que sufren la competencia de
los productos de ese país, agudizada por los problemas de competitividad
argentinos.
Ruckauf sugirió aquella cláusula gatillo, con el argumento de que
existe el riesgo de que el país vecino vuelva a devaluar. Terragno se
subió al tren, culpando a la convertibilidad por las asimetrías con
Brasil y mostrándose partidario de "un régimen que reconozca
disparidades y que en caso de desbalances cambiarios súbitos establezca
un régimen de compensación". El mecanismo, sería más o menos el
siguiente:
* Se establece una banda de
modificaciones cambiarias tolerables (por ejemplo, un 10 por ciento); si
cualquiera de los socios del Mercosur modifican su tipo de cambio
(devaluando o revaluando su moneda) por encima de ese margen, se activan
automáticamente mecanismos compensatorios. Si este régimen hubiese
estado vigente cuando Brasil liberó su tipo de cambio en enero de 1999,
por ejemplo, Argentina habría podido subir los aranceles a la importación
de bienes brasileños o los reembolsos a la exportación de productos con
destino a Brasil, sin necesidad de negociar nada con el gobierno de
Fernando Henrique Cardoso. La automaticidad y previsibilidad es, a los
ojos de los técnicos de la UIA, uno de los grandes puntos a favor de la fórmula.
Pero, al menos por ahora, el
gobierno de De la Rúa no prevé avanzar tanto. Para enfrentar la
coyuntura, y antes de cualquier otra propuesta más revolucionaria, Economía
estudia cómo proteger a "los sectores más sensibles" a la
competencia brasileña, como el de calzado, el textil o el de la
siderurgia. Así lo adelantó la propia secretaria de Industria, Débora
Giorgi. Se trata de la salida menos controvertida, aunque también
requiere sentarse a negociar con la administración Cardoso. En buen romance, esto significaría activar un mecanismo previsto en el tratado de Asunción, que fundó el Mercosur. Allí se previeron las salvaguardas intra Mercosur que, por ejemplo, habilitan a un socio a imponer cupos a las importaciones desde el otro en determinadas circunstancias. Pero aunque están previstos en un documento común, el uso de esos instrumentos es políticamente muy controvertido.
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