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DECLARO UNO DE LOS LIDERES DEL MOTIN DE SIERRA CHICA
Más bueno que la madre Teresa

Ruiz Dávalos, tal como se lo vio en la pantalla que se usa en el llamado telejuicio.

Miguel Angel Ruiz Dávalos pidió declarar y no sólo aseguró ser inocente de los asesinatos, sino que se retrató como un héroe: "Yo salvé muchas vidas", dijo. Anoche declaraba otro preso.


Por Cristian Alarcón
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Cómodo en su buzo azul de tiras amarillas como los que usan los jugadores del Valencia, canchero y sobrador con los fiscales que lo interrogaron, "El Paraguayo Migua", Miguel Angel Ruiz Dávalos, aprovechó ayer la última jornada de declaraciones en el juicio oral por los crímenes de Sierra Chica para intentar una autodefensa en la que se pintó, más que como un inocente, como un auténtico héroe. Señalado por varios testigos como líder del motín y uno de quienes eliminaron a una banda enemiga de presos, Ruiz Dávalos sólo reconoció que él llevó a la jueza María de las Mercedes Malere a la terraza del penal, para que ella misma frenase los tiros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Bonaerense. "Salvé muchas vidas. No soy culpable de homicidios, ni de hechos repugnantes y humillantes --aseguró, refiriéndose a los descuartizamientos y la incineración de cuerpos que habrían ocurrido con las víctimas--. Si existieron o no, no los vi", concluyó dejando afuera de su declaración cualquier posibilidad de acusar a sus compañeros de causa. A su testimonio

le seguía anoche el de otro pseudo arrepentido, Alberto Murgia Cantero.

  "Buenas tardes señores", dijo Ruiz Dávalos de costado al pasar junto al público de la sala rumbo a su silla de testigo. "Vengo acá a ejercer... mi verdad", largó enseguida con un vozarrón sorprendente para su porte ante los jueces, mirando fijo a los fiscales, y ya fuera del alcance de sus defensores, que intentaron todo para que se abstuviera de hablar. Los abogados ya habían pedido al tribunal excusarse de la defensa de Ruiz Dávalos, tal como en su momento lo hicieron cuando el preso Rubén Darío Ocanto decidió declarar al margen del resto de los apóstoles. El motivo: no pueden representar a partes contrapuestas, ante la suposición de que el acusado pudiera inculpar a otros de sus defendidos. Pero como si se tratara de la vaca con que se habían quemado ya, los jueces no recibieron esta vez el pedido de los abogados. Ocanto provocó una suspensión de una semana en el juicio al excusarse sus defensores. Luego no sólo no incriminó a otros apóstoles, sino que dijo que los capos del motín eran tres internos que ya murieron y uno que nadie conocía hasta que él lo mencionó.

  Lo de Ruiz Dávalos fue parecido. "Si hay un detector de mentiras, estoy dispuesto a ir", exageró. El Paraguayo, es, según lo que se desprende del expediente que llegó a juicio, uno de los cuatro presos que el 30 de marzo de 1996 intentaron, con una pistola y una escalera increíblemente larga para existir dentro de una cárcel, huir de Sierra Chica. En ese intento es que una bala de ametralladora disparada por un guardia le dio en un pie. Ayer El Paraguayo dijo que él estaba en la otra punta de la cárcel, en la cancha de bochas, cuando, no sabe cómo, recibió el tiro. Por la herida es que dice haber ido a parar a Sanidad, donde casualmente fueron alojados los 17 rehenes del motín, entre ellos la jueza Malere.

  Para demostrar su inocencia, Ruiz Dávalos recordó que lo atendió el médico Alejandro Suart, a quien intentó sacar de la cárcel. "Pero se nos impidió la salida. "¿Quiénes fueron?", quiso saber la fiscalía. Y Ruiz Dávalos se dedicó a nombrar muertos y un preso al que nadie conoce. También señaló luego como líder del motín a Germán Belizán Sarmiento, un interno que no está acusado en el juicio, y reconoció que en el motín los presos usaron dos armas, y no una, como se creía. Pero la base de su autodefensa fue el relato de aquella mañana del lunes 1º de abril, cuando  en el patio del penal había estallado el caos. El preso jefe de la banda enemiga, Agapito Lencinas, había sido asesinado en frente de casi todos los internos y los guardias que vigilaban en la entrada, y por eso los GEOs habían respondido con dureza.

  "Yo decidí, sin que nadie me obligara, llevar a la jueza a la terraza, porque para mi entender era la única persona con autoridad que podía frenar lo que pasaba", dijo. El Paraguayo explicó que su decisión se basó en que "estaba entrando el GEO, que para mí es el Grupo de Exterminio Operativo". Por eso reconoció, no sin antes pedir disculpas por las palabras que pronunciaría, haberle dicho a Malere: "¡Puta vigilanta, gritá fuerte porque nos matan a todos!". La jueza, obligada a gritar por un handy que ya no dispararan, "tenía puntitos rojos en la espalda", dijo el preso, refiriéndose a que las miras telescópicas de los policías también la apuntaban. "Lloraba la señora --dijo Ruiz--. Para mí es una mujer que tiene ovarios de acero. No cualquiera lo lleva como la llevó ella." Después de aquel día Malere volvió a Sanidad y Ruiz Dávalos dice haber vigilado de cerca. Ayer contó que varias veces él intentó explicarle "lo que estaba pasando", pero "ella me veía y se espantaba".

 

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