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le seguía anoche el de
otro pseudo arrepentido, Alberto Murgia Cantero.
"Buenas tardes señores",
dijo Ruiz Dávalos de costado al pasar junto al público de la sala rumbo
a su silla de testigo. "Vengo acá a ejercer... mi verdad", largó
enseguida con un vozarrón sorprendente para su porte ante los jueces,
mirando fijo a los fiscales, y ya fuera del alcance de sus defensores, que
intentaron todo para que se abstuviera de hablar. Los abogados ya habían
pedido al tribunal excusarse de la defensa de Ruiz Dávalos, tal como en
su momento lo hicieron cuando el preso Rubén Darío Ocanto decidió
declarar al margen del resto de los apóstoles. El motivo: no pueden
representar a partes contrapuestas, ante la suposición de que el acusado
pudiera inculpar a otros de sus defendidos. Pero como si se tratara de la
vaca con que se habían quemado ya, los jueces no recibieron esta vez el
pedido de los abogados. Ocanto provocó una suspensión de una semana en
el juicio al excusarse sus defensores. Luego no sólo no incriminó a
otros apóstoles, sino que dijo que los capos del motín eran tres
internos que ya murieron y uno que nadie conocía hasta que él lo mencionó.
Lo de Ruiz Dávalos fue
parecido. "Si hay un detector de mentiras, estoy dispuesto a
ir", exageró. El Paraguayo, es, según lo que se desprende del
expediente que llegó a juicio, uno de los cuatro presos que el 30 de
marzo de 1996 intentaron, con una pistola y una escalera increíblemente
larga para existir dentro de una cárcel, huir de Sierra Chica. En ese
intento es que una bala de ametralladora disparada por un guardia le dio
en un pie. Ayer El Paraguayo dijo que él estaba en la otra punta de la cárcel,
en la cancha de bochas, cuando, no sabe cómo, recibió el tiro. Por la
herida es que dice haber ido a parar a Sanidad, donde casualmente fueron
alojados los 17 rehenes del motín, entre ellos la jueza Malere.
Para demostrar su inocencia,
Ruiz Dávalos recordó que lo atendió el médico Alejandro Suart, a quien
intentó sacar de la cárcel. "Pero se nos impidió la salida. "¿Quiénes
fueron?", quiso saber la fiscalía. Y Ruiz Dávalos se dedicó a
nombrar muertos y un preso al que nadie conoce. También señaló luego
como líder del motín a Germán Belizán Sarmiento, un interno que no está
acusado en el juicio, y reconoció que en el motín los presos usaron dos
armas, y no una, como se creía. Pero la base de su autodefensa fue el
relato de aquella mañana del lunes 1º de abril, cuando
en el patio del penal había estallado el caos. El preso jefe de la
banda enemiga, Agapito Lencinas, había sido asesinado en frente de casi
todos los internos y los guardias que vigilaban en la entrada, y por eso
los GEOs habían respondido con dureza.
"Yo decidí, sin que nadie
me obligara, llevar a la jueza a la terraza, porque para mi entender era
la única persona con autoridad que podía frenar lo que pasaba",
dijo. El Paraguayo explicó que su decisión se basó en que "estaba
entrando el GEO, que para mí es el Grupo de Exterminio Operativo".
Por eso reconoció, no sin antes pedir disculpas por las palabras que
pronunciaría, haberle dicho a Malere: "¡Puta vigilanta, gritá
fuerte porque nos matan a todos!". La jueza, obligada a gritar por un
handy que ya no dispararan, "tenía puntitos rojos en la
espalda", dijo el preso, refiriéndose a que las miras telescópicas
de los policías también la apuntaban. "Lloraba la señora --dijo
Ruiz--. Para mí es una mujer que tiene ovarios de acero. No cualquiera lo
lleva como la llevó ella." Después de aquel día Malere volvió a
Sanidad y Ruiz Dávalos dice haber vigilado de cerca. Ayer contó que
varias veces él intentó explicarle "lo que estaba pasando",
pero "ella me veía y se espantaba".
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