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Cómo era la secta suicida, creada por un político y una prostituta

El policía mira los restos apilados y carbonizados: ya se contaron 330 cadáveres.

El se frustró tras perder una elección y dio origen al culto.  Aseguraba haber grabado una conversación entre Jesús y María. Ya se encontraron 330 cadáveres --78 niños-- y esperan más. 


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Joseph Kibweteere, el líder del Movimiento de la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios que inmoló a medio millar de fieles antes de que los alcanzara el fin del mundo, aseguraba haber grabado en un casete una conversación entre Jesús y la Virgen María, en la que ella predecía el apocalipsis: el dato es apenas un hilo en la oscura historia de la secta que empieza a salir a la luz, mientras se siguen desenterrando los cadáveres. El profeta era un político frustrado que hace 13 años fundó la secta junto a dos curas, una monja y una prostituta de 40 años. La fecha del caos final fue señalada para el 31 de diciembre pasado, pero para evitar frustraciones, el profeta tuvo que remarcar la agenda: "Ocurrirá el 17 de marzo", dijo. Durante los quince días anteriores, los seguidores del Movimiento se dedicaron a vender artesanías en el pueblo de Kanungu para comprar alimentos y cantidades impresionantes de gasolina. Finalmente, la profecía se cumplió y la iglesia estalló en llamas. Ayer continuaban las tareas de remoción. Aunque la cifra oficial registraba 330 cadáveres --78 pertenecientes a niños--, los investigadores creen que bajo las cenizas aguardan otros 200 cuerpos más, entre ellos cuatro policías adheridos al culto.

  Kibweteere no creyó siempre en el fin del mundo. En las décadas del '60 y '70 era un granjero puritano del distrito de Ntungamo al sudoeste de Uganda, asiduo concurrente a la misa dominical católica, y líder de una de las fracciones del Partido Democrático. Pero durante las elecciones de 1980, el partido rival de Milton Obote se llevó a cuestas las urnas y con ellas sus esperanzas terrenales. A partir de entonces, Kibweteere dirigió su predicamento a cuestiones más etéreas que los conteos electorales: hacia 1987 ya estaba al frente del Movimiento de la Restauración, fundado junto a dos curas y una monja despechados por la Iglesia Católica. En Kampala, la ciudad capital, algunos medios recordaban ayer que entre los cofundadores del culto se encontraba Cledonia Mwerinde, una prostituta callejera de 40 años que, cansada de entregar su cuerpo, ofreció su alma a la causa.

  El objetivo de los restauradores no era otro que el de señalar los males del mundo y predicar los Diez Mandamientos, aunque de un modo particular: ya no había tiempo para arrepentirse, la ira de Dios se desataría sobre el mundo, había que levantar un refugio para la salvación. El lugar elegido fue Kanungu, una remota comunidad campesina en el extremo sudoccidental de Uganda, próxima a la frontera con Rwanda. Kibweteere aseguraba tener un preciado tesoro que en definitiva arrastraría a sus fervientes fieles: una conversación entre Jesús y la Virgen María, que él había tenido el cuidado de registrar en un casete.

  Con la cinta magnetofónica y alguna dosis carismática, J.K. reunió un número nada despreciable de devotos. "Les pedía que vendieran todas sus pertenencias y el dinero que obtenían debían entregarlo a sus líderes", señaló Paul Kwesigabo, representante local del gobierno. Pero no está claro qué fue lo que ocurrió con los fondos recaudados, ni si tuvieron el mismo destino misterioso de J.K. Con la proverbial practicidad ugandesa, el jefe de la policía regional Stephen Okwalinga aseguró ayer, entre las cenizas, que la política oficial a seguir sería: "Mientras no lo encontremos vivo en algún lado vamos a suponer que él estaba acá".

  El 31 de diciembre era la fecha fijada para el fin del mundo. Pero algo falló y J.K. entró en problemas. "Se le había unido lo más pobre entre los pobres", dijo Richard Mutazindwa, también funcionario. Pero la pobreza no impidió que algunos de los seguidores comenzaran a desconfiar y a reclamar su dinero. "Será el 17 de marzo", lanzó entonces J.K.

  Quince días antes, el pastor comenzó a alertar a su grey: "La fecha está al alcance de la mano", desparramó y puso en marcha la cadena. Cada uno tenía la tarea de vender sus últimas posesiones y convencer a familiares y amigos de que los acompañaran a la salvación. Durante los últimos tres meses, los miembros del Movimiento de Restauración se dedicaron a reunir gasolina. A algunos en Kanungu les llamó la atención la cantidad, pero los fieles se excusaron: "Es para un generador", explicaban a los curiosos.

  Al mediodía del viernes 17 los pobladores de Kanungu los vieron llegar en micros y camiones, vestidos con telas blancas y verdes. Se encaminaron hacia el cerro donde se encontraba el Arca. Algunos se detuvieron en un almacén para reunir los alimentos para su último viaje. Luego entraron en la iglesia y sellaron puertas y ventanas. Después llegó la explosión.

  "Se hallaron 330 cráneos entre las ruinas", declaró el ministro de Interior, Edward Rugumayo. "Hay muchos más irreconocibles. En total serán 500." Entre los restos, estaban los cadáveres de cuatro policías adheridos al culto y al menos 78 cuerpos de niños. Es lo que motivó a las autoridades a pensar que el suicidio no fue en masa. Luego descubrirían alrededor de 20 cadáveres ocultos en una letrina. Sospechan que fueron envenenados: no tenían rastros de quemaduras.

 


Una región propicia

  En la última década, los cultos mesiánicos hicieron de Africa Oriental una tierra santa y pródiga en fieles. Las condiciones sociales permitieron la expansión de las ideas apocalípticas: las hambrunas en Etiopía y Somalía; el genocidio étnico en Rwanda. Uganda no quedó al margen: los asesinatos masivos bajo el período de Idi Amin hicieron tantos estragos como la devastadora epidemia que después llevó el nombre de sida.

  La salvación se hizo imprescindible pero no encontró su salida en los caminos formales. El año pasado, cuando la secta de los Restauradores era considerada un culto inofensivo, el gobierno tuvo dos choques con otros místicos del apocalipsis: en septiembre, un ejército de policías desalojó a unos mil seguidores de Wilson Bushara, un profeta que había establecido su comunidad en el distrito central de Luwero, y que había sido acusado de abusar de siete niñas y tres niños. En el lugar fueron halladas 18 tumbas con cadáveres no identificados.

  Dos meses después, en Ntsui, al oeste de Uganda, otros cien uniformados arrestaban a otra profetisa, Nabassa Gwajwa, de 19 años, junto a sus padres. Gwajwa proclamaba que había muerto en 1996 y que durante su viaje al más allá había recibido una visión en la que Dios le encomendaba regresar y preparar a la gente antes de la llegada del 2000. Igual que Joseph Kibweteere, encomendaba a sus fieles a vender sus pertenencias y seguirla hacia la salvación.

 

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